Oslo, 6 de la mañana. Luciendo un traje de baño de dos piezas, con un estampado de Ricardo Montaner en la tela, Ester salió de su casa con la intención de darse un ligero chapuzón en el Mar del Norte. Pese a que el termómetro marcaba 39 grados bajo cero, la anciana de 75 años se sentía un tanto acalorada. Eso, demás está decirlo, era previsible: recién había culminado con una serie de ejercicios que incluían 8 horas de pesas, 323 series de abdominales y 5 horas de tejido al crochet.
Una vez en el agua, la anciana nadó durante un par de horas, completamente distraída. Sin embargo, para cuando se dio cuenta, ya había cruzado el Atlántico y estaba justo frente al canal de Panamá. “Yo le meto pata”, pensó para sí, y luego de pasar al Pacífico, enfiló con destino al sur. A la altura de Valparaíso, Chile, se acercó a la costa, bebió un vaso de vodka con hielo y continuó viaje. En 12 minutos estuvo en el Estrecho de Magallanes y, luego, distendida, flotó muy cerca de las playas argentinas.
Cuando la anciana estaba a punto de atrapar a un pingüino que le había picoteado, al pasar, una nalga, un estruendo inesperado casi le provocó un ataque de reuma. Espantada, Ester se sumergió unos 1000 metros. Cuatro horas después, salió a la superficie y se encontró con algo insospechado... Un flota de balleneros, compuesta por un barco tripulado por media docena de japoneses rubios, un galeón inglés, una lancha que transportaba a la selección de jockey del Tibet, y una canoa repleta de gitanos bailando una tarantela, navegaba a su lado. Al mirar al norte, Ester comprendió todo: una ballena azul, acalambrada, flotaba tranquilamente a escasos metros de ella.
Enseguida, los barcos comenzaron a atacar al mamífero. Decididos, los japoneses le arrojaron a la ballena 4 televisores Sanyo y un cargamento de bolsas de arroz “Chico-el-Grano” en estado de putrefacción. Por el contrario, los ingleses la bombardearon con 7 imágenes de Elton John rascándose una pierna antes de dormir. Aún así, la ballena no se detuvo.
Despiadados, los tibetanos comenzaron a rezar y, casi al instante, una estatua de Buda comiendo camarones cayó a centímetros de la ballena. Sin quedarse atrás, los gitanos le lanzaron botellas repletas de dientes, un ventilador de techo, y un pote de crema para combatir la soriasis. Este último dio en la nariz del mamífero y la ballena frenó su marcha. Espantada, Ester comprendió que debía entrar en acción...
Utilizando sus uñas, fortificadas con calcio y combustible para aviones, trepó por el casco del buque japonés y, de un codazo, derribó al primer oriental que se agachó para saludarla. Enseguida, el Sr. Miyagui, capitán de la nave, apareció en escena desenvainando una katana algo desafilada. Rápida de reflejos, Ester tomó un salvavidas (Made in “Acá a la vuelta”) sujetó los brazos del japonés rubio y, aplicándole un revés con la mano derecha, lo mandó directo a la chimenea del barco. Atemorizados, el resto de los marinos se dieron patadas en los testículos entre sí y luego pusieron proa a Tokio. A lo lejos, sin ofrecer resistencia, los ingleses también huyeron.
Comprobado esto, Ester tomó una Honda Ninja -que de casualidad estaba estacionada sobre la cubierta del barco oriental- y, luego de improvisar una rampa con el cuerpo de un japonés desmayado, saltó con la moto hasta dar con la lancha de los tibetanos. Rápidamente, el equipo de jockey –palos en mano- avanzó para darle su merecido a la anciana. Obviamente, nadie lo esperaba: desde la parte superior de su traje de baño, Ester extrajo su mundialmente famoso bastón modelado en sauce llorón. Enseguida, comenzaron las estocadas. Los tibetanos avanzaron en dos grupos, por lo que la anciana decidió dar una vuelta invertida en el aire para, luego de aguantar las náuseas por el giro, quedar en medio de ambas formaciones. Una vez allí, colocó un rodillazo en la ceja de uno de sus contrincantes, a otro lo dejó ciego de un escupitajo, y a un tercero le aplicó una combinación de patadas en las muelas, gancho al hígado y cabezazo en el tabique nasal que culminó por dejarlo desparramado sobre la cubierta. Sin pensarlo dos veces, el resto de los presentes se dirigió a la cabina de mando y cambió el rumbo de la embarcación.
Pero aún quedaban los gitanos. Ester tomó la moto y, acelerando de 0 a 100 en 5 segundos, saltó por una tarima en búsqueda de la canoa de los cazadores de ballenas. Pero un error de cálculo produjo lo inevitable: la anciana había acelerado en exceso, y cayó al agua luego de sobrevolar la cabeza del enemigo. Pese a esto, enseguida logró subir a la canoa con la agilidad que distingue al tucán en celo. Obviamente, los gitanos no la iban a hacer fácil. En cuanto vieron a Ester, comenzaron a bailar más rápido su tarantela: buscaban marear a la anciana. Pero Ester no se amedrentó. Por el contrario, en segundos consiguió danzar a la par de los gitanos y estos empezaron a vomitar y perder el equilibrio. Luego, y de acuerdo a su pasado como futbolista de la selección sueca, la anciana comenzó a vaciar la canoa a puro puntapié. El primer gitano que salió impulsado de la embarcación, producto de un derechazo de volea propinado por Ester, cayó en Angola (donde, según algunos, puso un restaurante y una concesionaria de automóviles) otro en Costa Rica (fue presidente de ese país) y un tercero en la Isla de Borneo (murió atacado por un cangrejo en estado vegetativo)
Los sobrevivientes a la ofensiva de la abuela guerrera, prometieron abandonar la cacería, afeitarse más seguido, y no regresar nunca más por esas aguas: la ballena estaba a salvo.
Fatigada, Ester volvió al agua y nadó en estilo pecho hasta llegar a Montevideo, Uruguay. Una vez allí, tomó un vuelo de Aerolíneas Francescoli y regresó a Oslo. Cuando finalmente arribó a su casa, comprobó, sorprendida, que aún tenía mucho calor. Para remediar esto, quitó todo lo que tenía en la heladera y, llevándose consigo una almohada rellena con cabellos de Pelé, se encerró dentro del artefacto con el fin de disfrutar, al menos una vez, de una cómoda siesta.
* Basado en una historia real
Chester Piedrabuena
® Saga "Ester, la abuela guerrera". Derechos Reservados.
|