Hoy abriré el paquete de tabaco por el lado que el texto y las figuras lo ubican debajo, y lo fumaré en el día. Al paquete de cigarrillo no lo abriré tirando de la presilla de nailon rojo, sino que le despegaré el fondo, apartándole el envoltorio sintético transparente y le cortaré con los dientes el papel exterior y el dorado de adentro, haciendo un agujero por donde sacar cada uno de los veinte cigarrillos. A la caja de tetrabrix de la pulpa de tomates la pondré de lado y al opuesto al que está debajo lo pincharé con un tenedor, justo casi sobre un extremo, para que al volcarlo riegue la olla por los orificios, en lugar de cortar el ángulo plegado y punteado. Pondré la sábana con elásticos, arriba, y la otra debajo, aunque no tenderé la cama y me recostaré calzado. Sustituiré todas las lamparillas de bajo consumo por otras de 150 watts y estarán encendidas. Dejaré las canillas goteando. No me afeitaré, ni me peinaré. Es más, ni me lavaré los dientes. Usaré el mismo calzoncillo de ayer y las medias rotas en los talones con las pantuflas que mordisquea el perro. El perro pasará el día conmigo y no echaré arena sobre sus excrementos ni le impediré que se suba al sofá, llenándolo de pelos y baba. El gato podrá arañar la puerta, rayándola, desgastándola para querer entrar a comer, así que no le abriré. Dejaré las ventanas y las puertas cerradas para que el sol del invierno no entre y el olor a comida quemada impregne la casa. Mientras, comeré naranjas y mandarinas frías, con leche tibia y vino. Iré al baño, no tiraré de la cisterna, y mearé en las plantas interiores. Tomaré fotos de mi calvicie y mi panza y las subiré al Facebook. Dejaré un mensaje en el contestador del teléfono que diga “Cerrado por cambio de firma” y no atenderé a nadie; estaré entre la cumbia villera y la música electrónica, y todo lo que pueda aparecer en medio, a todo volumen. Haré decenas de barquitos de papel con hojas de “Cien Años de Soledad”, decenas de avioncitos con hojas de la Biblia y al resto de los libros los bombardearé con huevos. Elegiré la más fea en algún sitio virtual de encuentros y le diré que es fea y que por eso es atractiva, porque las feas se esmeran más en la cama y a mi tendría que interesar meter una mujer en la cama antes que a una mujer en la casa y mucho menos en mi vida. Usaré el photoshop para ridiculizar tu cara, la imprimiré cientos de veces y otras tantas haré bollos que acumularé sobre la cama para acostarme encima y dormirme con el cigarrillo encendido. Moriré odiándote con agradecimiento por haber compartido algunos días de tu vida con la mía.