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Estaba en su sillón de oficina, fumando un exquisito puro traído de Cuba por su hermano. Acaricia varias veces la silla de terciopelo café, sin apresurarse. Apreciando cada pasada, cada detalle, hasta la más fina hebra, devolviéndose una y otra vez como si tuviera que recordar de nuevo cada cosa. Un éxtasis.
-señor- le había llamado la secretaria a través de un mini altavoz colocado en su escritorio- un paciente lo espera.
Señor, todos le llamaban señor ahí ¿Quién le otorgo aquel titulo? es un pobre hombre, como todos nosotros.
-un tema de etiqueta.-me respondieron.
-la etiqueta me vale madres.
Este señor, señor Antonio Animas, no era más que un hombre ordinario, vive en una casa ordinaria y tiene un trabajo ordinario. Siquiatra de una clínica, donde todos le llaman señor, menos los locos.
TWL (The Wonderfull Life) nombre de la clínica siquiátrica. Angostos pasadizos que llevan a las habitaciones de aquellos absurdos, aquellos subordinados de la ley natural de la vida que se han alzado ante su creador y su forma de ser. Camina los delgados pasillos color menta, no esta apurado. No, no lo esta. Es un día cualquiera en su vida, una vida cualquiera, un día como todos los otros. Escuchando esa música ambiental que tanto odiaba en un principio; pero que al tiempo después termino por acostumbrar sus oídos jóvenes al paso del tiempo. Un olor a medico que ardía en las solapas de cualquier nariz que aspiraba allí. Antonio Animas no era más que un fantasma; de capa blanca hasta la rodilla y un color tan puro que parecía un dios. Era tan silencioso que había días que ni siquiera sabían si había llegado o no.
Doblo a la izquierda en el segundo piso, tercera puerta.
Entro en la sección “Traumas mentales” y miro cada habitación, una celda tras otra. Abrió la puerta blanca. En el interior un hombre con bata lo esperaba sentado en su cama, como un hombre ordinario. Tomo asiento en una silla frente a él, observo los papeles de su diagnostico, según estos el hombre estaba loco.













-dígame señor…-Antonio reviso los papeles, tantos rostros que recordar.-Fernando, ¿Cómo se encuentra?
-¿Cómo cree usted…señor?, tan maltratado como siempre.
-nosotros no lo estamos maltratando, solo lo estamos ayudando.
-¿en qué me están ayudando?-se remueve en su lugar- lo único que hacen es darme pastillas y drogas, atontándome para que ustedes puedan hacer lo que quieran de mi, ustedes son unos locos.
-no señor, no lo somos. Esas pastillas lo curaran- le calma-por favor sigamos…
El silencio se prolonga. El sigue revisando papeles.
-según este registro, dice que vino aquí por cuenta propia ¿Por qué?
-porque necesitaba ayuda.
-y eso es lo que hacemos por usted.
-no, en realidad no lo hacen. Todo es diferente de cómo me lo imagine. Solo quería dejar de hacerlo, solo quería dejar de hacer daño no dejar de ser loco.
-¿entonces que pasa?
-señor…-se levanta de la camilla y se arrollida ante él, con vos desesperante expresa:-¡quiero dejar de ser un asesino!
Antonio no lo entiende “este sufre de bipolaridad o simplemente lo sacaron de la cárcel” comenzó a sudar frio.
-nadie dijo que está loco.
-nunca dije que lo dijera-da una mirada afilada.- Además usted y yo sabemos que lo está pensando en este instante.
Él lo observo, no dijo nada, observo sus largas pestañas, y oscuros ojos verdes. Por un momento, se perdió en ellos, se sintió ofendido, se aparto de ellos. Después siguió preguntando.
-no lo entiende, mate a personas, las mate. Mate a todo aquel quien se cruzara. Por eso vine aquí, porque necesitaba ayuda, esa clase de ayuda que ustedes no dan.
















-Señor, usted dice que…-le dio un escalofríos- ¿mato a una persona?-otro escalofrío le invadió todo el cuerpo, lo compenso cambiando de posición
“estoy frente a un sicópata” pensó.
-bueno…-se arreglo un poco en su cama y luego prosiguió- hubo una serie de personas que, al estar conmigo, han muerto.
-Pero…-reviso mas papeles-tenemos los registros, nunca a habido un solo registro de asesinato, para eso estaría en la cárcel.
-nunca dije que no lo estuviera. Que tiene de maravilloso estar encerrado. No importa, después de todo, todos lo estamos, algunos en celdas más grandes que otras.-le miro con desafío.
-¿Qué hace aquí? Debe de irse a una cárcel, estoy frente a un loco, a un sicópata.
-ohh, pero que curiosidad ha dicho usted.-la voz y la postura habían cambiado por completo, le sonrió.- ¿Qué pasa si en realidad ellos no son locos sino nosotros? ¿Qué pasa si los tachamos de absurdos solo para esconder lo que verdaderamente es? Que mal estaría eso. No puedo obligar a los peces a caminar.
-Fernando malleus, no puede incluirse en la primera pregunta, porque si esta aquí, es porque no le está permitido; por orden de Dios o lo que sea, pensar cuerdamente.
-Dios me vale madres, siempre dicen que existió, que existe ¿tengo pruebas de ellos? ¿Tengo aunque sea, una miserable pintura del? No. ¿Qué pasa si es un vil invento de la iglesia para mantenernos en su trampa, en sus cochinos vicios?
-cálmese, nadie ha dicho lo contrario.
-Aunque diga nadie, el silencio otorga. Uso la palabra divina. Por lo que es ya de una religión determinada al mencionar esa palabra.
-no hablaría con alguien que tiene las manos manchadas de sangre.
-Menos en este purgatorio, donde el tiempo se detiene. Usted no












entiende, no entiende, nunca dije que mate físicamente, no me está prestando atención. La gente nunca presta atención a nada de lo que uno dice. Ha dejado de leer entre líneas. Es cuestión de entender, he asesinado a innumerables seres que, solo con mi mirar y mi peligrosa boca oír hablar, han muerto dentro de sí. Están muertos y siguen en esta vida
-pero… ¿Cómo?
-solo piénselo, usted es un ser que solo soslaya lo que no le sirve, lo que no necesita, usted ve, pero no entiende lo que ve-su respiración resopla dentro del, responde- he matado gente pero matando a palabras.
Antonio Animas dio una carcajada.
-pero como, eso es estúpido.
-¡créame!-grito-¡que lo que digo es verdad!-casi lloraba.
Antonio seguía riéndose fuerte.
-¡si usted mato usando la palabra, tu y yo seriamos los más grandes asesinos!
-me está tomando el pelo.
-no al contrario, ¡estoy completamente de acuerdo!-no para de reír- ¡que infierno nos ha tocado.
-¡claro, solo puede decir eso porque no es capaz de ayudar a otros, dice que los comprende, que los entiende, pero usted y yo sabemos que no es así, un mediocre que no tiene nada mejor que hacer que atormentar con tontas palabras a otras personas!
-¡cállese!-lo calla-¡enfermera ayúdeme!-llama por el contestador.
-¡usted no sabe lo que es asesinar personas, porque nunca en su vida se ha arriesgado!, ¡no es mas que un puñado de vida inmóvil!- se levanta. Le agarra el brazo-¡debe de creerme! ¡No sabe usted cómo se siente!
-¡suélteme, suélteme le digo!-forcejea-¡ENFERMERA!-aun así reía.
-por un momento creí que nos entendíamos.-le miro fijamente















sosteniendo su mirada, la enfermera junto a dos mas enfermeros, inmovilizan al paciente, que no costó mucho trabajo dejarlo quieto. Su rostro estaba pálido, le seguía mirando perdidamente hasta que la enfermera le clava el fino hilo de plata que tranquiliza. Queda inmóvil, es recostado sobre su lecho.
El señor Antonio se tranquiliza, vuelve a su oficina, cancela todas las citas de hoy, toma su puro y se acerca a la ventana polarizada.
-Matar a palabras…-se ríe.- que mierda seguirán inventando ahora estos pacientes.
Enciende el puro y sigue fumando.

Texto agregado el 11-08-2011, y leído por 125 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-08-2011 Matar con palabras, a veces matamos también las palabras y eso todavía es peor. Buen cuento godiva
11-08-2011 Interesante el planteamiento de la historia, sin embargo el contrapunto de sentimientos del psiquiatra con el paciente (o su relato) no creo que logre su propósito (según el final del relato). Es abundante en detalles, pero no quiebra la linea del relato. Me parece que existe como una base a Rubem Fonseca (a quien recomiendo leer). Saludos. cvargas
 
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