Despierto en esta cama desconocida, en una habitación cualquiera de la casa que estaba soñando. ¿La habré construido en este sueño o es un experimento progresivo de otros que ya no recuerdo?
Camino por las habitaciones y siento los olores de las cosas, sus presencias y los respetables espacios que ocupan. Miro por los ventanales y verifico los paseantes que atraviesan la plaza bajo el sol invernal de la ciudad.
El silencio sólo se rompe con el ronroneo asordinado de la calle y sus vehículos, las ventanas permanecen cerradas protegiendo el último calor que queda en el interior.
El pájaro en su percha, esta vez callado, me mira de perfil esperando una decisión o tal vez dándome permiso.
Desde el pasillo veo el atrás de la casa, el fondo incompleto que olvidé soñar, al que no me atreví a bajar ocupado en las mascotas, las visitas y los ruidos de la calle. Las ventanas estrechas muestran un limbo vacío donde apenas se desdibuja una escalera que baja a ninguna parte y un barandal que se deshilacha en barrotes. Tampoco en este despertar que puede ser sueño, me decido a bajar. Ya no creo que haya sentido.
Reviso por última vez la casa. El pájaro espera mi decisión con su perfil inquisidor.
Bajo las escaleras hacia la calle, por sólo un segundo me encandila el sol invernal. El aire está fresco, nuevo y agradable.
Cierro la puerta detrás de mí. He olvidado las llaves adentro, corro el riesgo de no volver a entrar. Me resigno, a los sueños como en los experimentos, no se entra cuando se quiere.
Cruzo con tranquilidad hacia la plaza.
Despierto.