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Al principio pude mentirle, pude contarle que no era mi hijo y que todo ese proceso legal y toda esa vergonzosa situación, no era necesaria. Pero no tuve el valor. Y ahí, está, el pobrecito con la aguja en su brazo, sacando sus gotitas de sangre que después pasaran por enrevesados objetos para determinar, finalmente, que es improbable que entre él y yo haya algún parentesco o un gen caprichoso que quiera hacer creer lo contrario.

Cuando vea su cara, pobrecito, tengo cierta seguridad en como actuará: primero empezará a sollozar como una niñita, se acercará a mí y empezará a culparme por guardar tanto tiempo tan engorroso secreto. Cuando toda su pataleta haya terminado terminaremos abrazándonos, él agradeciendo todos estos años de amor desinteresado, yo, con mi cara de buena madre le tomaré su cara y le diré que aunque no sea mi hijo, lo quiero como si lo fuera. Estaremos durante mucho tiempo evadiéndonos en casa, yo le dejaré de comer todos los días y me iré a trabajar, él comerá y se irá a la universidad. Cuando el vuelva de la calle, estaré encerrada en mi cuarto, él no me molestará. Yo no lo molestaré. Cuando necesite algo, él sabe que lo puede tomar y no se molestará en pedirlo, se conseguirá una novia, se irá.

Pero algunos años después puede volver, o tal vez morir y no me perdonará. Me llevaré esa carga tan pesada a mi tumba, y vieja, amargada y esquelética me refugiaré en un asilo, en el que todos los días me darán pastillas para cualquier enrevesado dolor o flatulencia.

Si no fuera así, podrían resumirse las consecuencias en que por venganza se vuelva drogadicto, alcohólico, vagabundo, ladrón o tanta cosa que hay hoy en día. O tal vez se enamoré de mí, o me diga que me odia. ¡Qué yo me enamoré de él! Por el amor de Dios, que cosas pienso. Pero se han dado casos. O tal vez me mate, sí, eso es muy probable, a veces sus ojos son como un ave de rapiña, una pequeña avecita de rapiña que podría devorarme en cualquier rato. ¡Qué cosas pienso por Dios!

No sé porque Juan Carlos insistió en esta estúpida prueba, no le bastaba con saber que tenía mi apellido, ahora resulta que quiere que también sus genes sean como un rompecabezas que calce perfectamente con los míos. Pero el maldito problema no es él, soy yo.

Espero no pida explicaciones.

Aunque probablemente se dé lo que espero. Una bala en el pecho y un epitafio ridículo.

Los hijos son así, propios o ajenos.

Texto agregado el 09-08-2011, y leído por 360 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-05-2015 Sat 30 May08:18 madrobyo No tenés puta idea de lo que es trolleo, putita mejicana. PrincipeNegroMx
09-09-2011 que aburrido fue leer esto. bue me voy a dormir. MOREIRA
11-08-2011 Tenés un edipo muy raro. Ta bueno, aunque te he leído cosas mejores, esto me pareció más a teledramón mexicano. -Carmen-
09-08-2011 Cuanta indecisión y anticipación de sucesos. Me resulta más flojo este relato que "Tal vez" se desdibuja cualquier trama y si por un lado están bien captados los nervios de la madre, no deja de ser sólo eso. Egon
09-08-2011 Las mamás también somos así, las propias y las ajenas... nomegustanlosapodos
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