El paraíso
Hacía mucho tiempo que Roberto planeaba unas vacaciones como aquellas. Necesitaba ese descanso luego de un arduo año de trabajo, por eso cuando por fin llegó el ansiado día se sintió afortunado y feliz. Había recibido un folleto por correspondencia, y de inmediato se entusiasmó con las maravillas que prometían. Soñó durante días con lugares fabulosos, islas exóticas y mujeres encantadoras. Se imaginó atendido por personal femenino experto en masajes ofreciéndole deliciosos manjares.
No le preocupó gastar gran parte de sus ahorros en este sueño largamente acariciado, y se alegró sobremanera cuando pudo comprobar que sus expectativas se cumplían ampliamente. La habitación con vista al mar lo sorprendió por sus amplias dimensiones, la piscina era espectacular y la paz del entorno lo invitaba a un perfecto relax.
Dedicó su primer día de estadía a recorrer el lugar, y cuando llegó la noche se deslumbró por la belleza de la luna que arrojaba su luz sobre la arena blanca.
Se acostó temprano ansioso por realizar al día siguiente la primera de las excursiones programadas en el paquete turístico. Prometía ser encantadora. Se trataba de una visita guiada a una isla paradisíaca de aguas cálidas y transparentes totalmente aislada de la civilización.
Por la mañana emprendió la travesía acompañado de un grupo de personas tan entusiasmadas como él. Durante el trayecto se dejó llevar por sus ensoñaciones mientras las olas lo acunaban con su eterna danza. El aroma salobre del agua le pareció exquisito y respiró profundamente feliz de la vida.
Cuando llegaron a la isla y comenzaron a recorrerla escuchó muy atento una de las típicas historias que se les suelen contar a los turistas. La leyenda decía que el lugar estaba habitado por una mujer muy hermosa que había sido castigada por desobedecer a su padre. La isla se llamaba Soledad en homenaje a ella porque había sido condenada a vagar eternamente por aquellos parajes luego de renunciar a un matrimonio convenido entre su familia y la de su prometido. Todos rieron cuando el guía les explicó que la leyenda también advertía a los viajeros sobre el poder de fascinación que ejercía esta dama sobre los hombres que algunas veces eran atraídos por ella para así aliviar su soledad. Roberto deseó para sus adentros que la leyenda se hiciera realidad. Nada le pareció mejor que hallarse en manos de una mujer como la que le estaban describiendo, por eso cuando escuchó una dulce voz que pronunciaba su nombre desde la enmarañada vegetación, se separó de los demás con gran curiosidad. Tomó uno de los senderos, y pronto se precipitó en forma abrupta por una suave pendiente. Los rayos de sol que se colaban por entre los árboles lo enceguecieron por un breve instante, y cuando por fin la vio, su belleza se le antojó un dulce sueño. Ella rozó sus labios con los suyos y acarició sus cabellos tiernamente, él intuyó que jamás tendría unos días de descanso tan perfectos. La mujer era una verdadera diosa, y una vez más Roberto se dejó llevar por fantasías que prometían placeres indescriptibles. Avanzaron por un camino cubierto de hierba del que se desprendía la fragancia de las flores silvestres, se tendieron sobre ellas, él se quitó la camisa, y se preparó para disfrutar de lo que le esperaba. Su último pensamiento antes de cerrar los ojos para entregarse a gozar de su suerte fue que esas vacaciones no podían ser mejores.
Después de eso lo envolvió la oscuridad, y nunca llegó a sospechar que el guía se reservó parte de la historia: la sensual señorita había pertenecido a una tribu de caníbales.
Reto fantástico
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