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Deambulaba por la calle observando los comercios como el que busca algo, pero sin querer encontrar nada. Sus ojos brincan lentamente de un lado a otro sin un objetivo concreto.

Se detuvo delante de un escaparate. Está lleno de cámaras de fotos y video, de prismáticos de diferente tamaño, de infinidad de objetos variopintos que, ni siquiera le llaman la atención.

En el ir y venir de su mirada repara en el reflejo de su rostro en el cristal. Se ve roto, arrugado, envejecido como una momia milenaria. Horrible decadencia de lo que antes fue.

Esboza una sonrisa que no pasa de ser una mueca mal hecha, quizás por haber olvidado lo que era sonreír.

¡Nunca pensó! Que eso pudiera ocurrirle a él.

Ni en cien años que hubiera vivido habría podido imaginar que las personas en las que más confiaba y amaba, fuesen capaces de llevar a cabo algo tan doloroso, cruel y eficaz.

Una acción que sería la envidia del asesino o grupo de asesinos profesionales, más sofisticados y eficaces que pudiesen existir, y que los hubiera convertido en la crem de la crem de haber llegado a los oídos de los bajos fondos.

Algo como… ¡Su muerte!

Continua su camino sin un destino final, con las manos en los bolsillos de su raída chaqueta, con pasos lentos y pesados, como si tuviera los zapatos emplomados. De vez en cuando tropieza con la gente sin apenas enterarse ni del hecho, ni de las barbaridades que alguno de los transeúntes le dedican.

Sigue mirando sin ver, a un lado y otro de la calle, hasta que sus ojos se cruzan con las dos mujeres que van en sentido contrario. Los tres se reconocieron y, por un segundo la chispa del rencor y el odio encendieron su cara. Pero casi al instante volvió a retornar su expresión habitual de amargura infinita.

Las mujeres se detuvieron, haciendo ademán de hablarle, pero la imagen de ese hombre las detuvo. Nada tenía que ver con la rosa abierta y humedecida por la escarcha que antes era ese ser, con el rastrojo seco y quemado por un sol abrasador en que se había convertido.

Y mientras sus conciencias las pinchaban con fuerza, lo vieron alejarse lentamente en tanto el recordaba con amargura.

¡Nunca pensó! Que vosotras, dos amigas a las que ofreció su corazón y su alma, procurando estar ahí en lo bueno y en lo malo (que es cuando se sabe quién es amigo y quién no) Que os quiso como hermanas, especialmente a ti, Rosi, que trabajó en tu casa y tus tierras. Y no por ni para él, sino por ti. Que sufrió con tu sufrimiento. Que quiso ayudarte en lo que buenamente pudiera, para intentar mejorar tu situación y así aportar algo positivo en tu vida, y de camino en la suya.

Y que fuerais capaces de convertiros en cómplices de algo que lo destruiría por completo… ¡Menuda decepción!



El camarero observaba con pena a ese hombre, cuyos cansinos pasos lo habían guiado hasta la terraza del bar, ocupando su mesa habitual con la bebida de siempre y que con la mirada vacía jugaba con el vaso, haciéndolo girar lentamente.

Le conocía hacía tiempo, pero siempre lo había visto con la familia; la mujer, el hijo, la suegra o con algún amigo. Y con otro aspecto. Más fornido y con vida, no como ahora, que parecía un espíritu andante, y que sin embargo, nada tenía que ver con los vagabundos, colgados y drogatas a los que estaba acostumbrado ver en su terraza.

Mucho tenía que haber sido el sufrimiento para tamaña degeneración.


Seguía dándole vueltas al vaso muy despacito, como si estuviese contando las vueltas y no quisiera perder la cuenta. No reparaba en nada de lo que ocurría a su alrededor, hasta que un pequeño jolgorio llamó su atención.

Dos matrimonios charlaban animadamente entre risas y fiestas. Se les veía felices, disfrutando del momento ¡qué ilusos!

Volvió a esbozar una mueca intentando convertirla en sonrisa, sin éxito ninguno, mientras masticaba su pesar.

¡Nunca pensó! Que tú, quien consideraba su único amigo y al que confió penas y glorias, pudiera ofrecerle su mejor y más afable cara por delante, y que sin embargo, por detrás, estuviese planeando la más rastrera de las acciones, la que más podía pesar, la que más podía doler. ¡La traición a un amigo!

Hace horas que oscureció y cansado de deambular por las calles decidió regresar a casa.

Cuatro paredes vacías iluminadas por una desnuda y triste bombilla de luz amarilla, que dejaba entrever un mobiliario que parecía heredado de la edad media. Pero como él, con menos años de los que aparentaba.

Asomado en la ventana con la ciudad encendida a sus pies y una cerveza en la mano, observaba el amarillento de las farolas, el parpadeo de los semáforos, el guiño de los coches iluminando fachadas y algún recoveco oscuro. Los edificios con ventanas encendidas aquí y allá, los camiones de basura con sus mudas sirenas.

Son sus únicos momentos de paz antes de que la amargura inunde su cuerpo y dolorosos y angustiosos recuerdos emerjan desde el sótano de su mente.

¡Nunca pensó! Que.. Ella, su corazón; él, su sangre. Ella, su aire; él, sus pulmones. Ella, sus piernas; él, sus manos. Ella, sus pensamientos; él, su cerebro. Que vosotros, siendo dos, formaban un solo ser, y él era un ser que vivía para dos. Y que sin pensar en nada, ni para bien ni para mal, decidisteis acabar con alguien que sin esposa ni hijo jamás conseguiría ser Dios.

Y así, añadiendo un refuerzo a los verdaderos, formasteis un grupo. ¡Los cinco jinetes del Apocalipsis!

¡Su Apocalipsis!

Sin embargo, ninguna maquinaria es perfecta. Siempre hay algo que falla. Una tuerca, una correa, un tornillo, algún engranaje que hace que cambie... El resultado final.

Quizás por eso cometisteis un error. Matasteis su mente, su alma, sus sentimientos... Sin llegar a acabar con su cuerpo.

Y con el recuerdo de todo lo vivido y sufrido, asomado a esa ventana, sus ojos brillan de una manera especial. Brillan con el reflejo del triunfo, mientras rompe a reír a carcajadas de manera limpia y sonora


Ahora será digno de ver la batalla que se avecina entre vosotros, “los cinco jinetes del apocalipsis” y “la caja de Pandora”, que gracias a vuestra maldad, tiene ahora como corazón ese hombre que camina por el mundo cual zombi hambriento.

Y es que la verdad él…
¡Nunca pensó!

Texto agregado el 08-08-2011, y leído por 160 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
11-09-2011 Muy bueno. filiberto
 
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