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Inicio / Cuenteros Locales / angel_de_la_muerte / El Maestro de las olas

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Esa tarde el viento mecía los cabellos del Maestro. Tenía fija la mirada en él y no me percaté al salir en la barca que tras de mí se avecinaba una tormenta.
"¡Vayan delante de mi!", nos dijo y eso hicimos mientras lo veíamos desaparecer entre la multitud. Empezamos a remar y remar tratando de alcanzar la otra orilla del Lago antes que la tormenta nos alcanzara, pero nuestros esfuerzos fueron en vano. Los vientos cubrieron los cielos con siniestras nubes que se cernían sobre nosotros como un depredador lo hace sobre su presa. La barca era tirada de un lado para otro como un juguete en manos de un niño mal criado.
-"¡Bajen las velas!, ¡Háganlo ya!
Mis compañeros estaban lívidos, no podían creer que se encontraran en tal situación. ¿Como el maestro lo permitió?.
A esas alturas las olas eran enormes y hacían subir y bajar la barca en tan solo un instante. Mis compañeros gritaban de terror al ver una pronta muerte frente a ellos y fue ahí cuando apareció una figura blanca tras la ola que teníamos en frente. Los gritos de mis compañeros se agudizaron aún más. -"¡Es un fantasma!", "¡Vamos a morir y viene por nosotros!".
Mi cara estaba empapada por la fría lluvia y no podía ver bien. Me pasé la mano por los ojos para poder ver con claridad, pero no fue el sentido de la vista el que me reveló la identidad de aquel ser, fue mi oído el que captó la voz que nos calmaría.
"No teman, soy yo" dijo, y algo nos indicó que era el Maestro, pero dudábamos.
Venía caminando por sobre las olas, como si fueran un cerro que debía cruzar. El viento nuevamente mecía sus cabellos, pero la lluvia no lo había tocado.
Algo dentro de mi se movía inquieto por no tener la certeza de saber a quien tenía delante mío desafiando todas las leyes de la naturaleza.
¡Señor, mándame ir a ti por sobre el agua!, grité fuerte para que me escuchara desde donde estaba mientras un trueno opacaba mi voz desde lo alto.
¡Ven!, me dijo y estiró su mano derecha como invitándome a acercarme a él.
El resto de mis compañeros estaba de rodillas en la barca, todavía asustados por la tormenta y la aparición.
Me acerqué al borde de la nave y puse un pie en el agua con inusitada determinación de mi parte. El segundo pie lo siguió y sin darme cuenta estaba de pie en el agua al borde de la barca de los pobres pescadores del pueblo.
Empecé a caminar por el Lago y todo era irreal, no lo podía creer. Mis ojos fijos en el Maestro me jalaban en dirección suya, pero miré a mi alrededor y las olas seguían subiendo y bajando y la barca se zarandeaba de aquí para allá con violencia. Solo eso bastó para que me empezara a hundir y perdiera la estabilidad de mis pies.
¡Sálvame Maestro que me ahogo!, grité con desesperación. No había terminado de estirar uno de mis brazos cuando sentí una mano fuerte y suave que me sujeta y tiraba hacía arriba mientras uno de mis pies se apoyaba en la barca y luego el otro también.
¡Paren ya!, gritó el Maestro increpando a las nubes y vientos con fuerte voz y todo quedó en calma y los cielos se abrieron de un momento a otro inundándonos con su luz y calor. El sol brillaba de nuevo sobre nosotros y nos mostraba nuestra triste realidad. Faltaba mucho en nuestros corazones para poder confiar verdaderamente en el Maestro.

Texto agregado el 08-08-2011, y leído por 191 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-08-2011 Confiar verdaderamente pienso es un reto, una manera de accionar con fe. cpimecuentos
08-08-2011 Confiar verdaderamente, interesante conclución, aunq cambiaste la historia real un poco, bueno, dejo mis saludos. cpimecuentos
 
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