Teran ©
“Yo creí que era mi víspera y resulto mi antepasado, Marcelo”, así resume Tin-Tan a su inseparable “carnal” la ingratitud femenina. Y es que, cuando una mujer no quiere, ni maneras; a menos que se esté dispuesto a enlodarse, perderse o revolcarse.
Así resultó finalmente la aventura chiapaneca, pero eso sí, nos quedamos atrapados en tierras lacandonas, haciendo amigos y reconociendo unos que otros muchos guatemaltecos y demás migrantes de paso hacia el anhelo americano, todos respirando y transpirando bajo el marco de una limpieza de aire y vegetación que asfixia de tan bello.
En Teran, barrio donde vivo, las cosas suceden de esta manera: Basta que alguna casa tenga fiesta, sufra un velorio o se de cualquier tipo de celebración cristiana o pagana, para que de inmediato se armen los “trípodes del Canelo”, se cierre la calle y con lazos multicolores colgando, se demarque el espacio donde la marimba tocará hasta el amanecer. Todos los mirones estamos invitados y basta con permanecer un par de melodías por ahí parado, para que gente de casa, entregue afectivamente y con mucha dignidad un plato de sendos de tamales de “chipilín”, una jícara de “pozol” (bebida de cacao de sabor muy penetrante) o de agua de “taxcalete” (especie de horchata color ladrillo, a base de maíz quemado de tortilla, cacao y axiote que da color y sabor inconfundible, muy refrescante al tomarla frio) que debe saber genial combinada con “Comiteco” (aguardiente de Comitán, de destilación muy fina, a la altura del mejor Tequila).
En esta temporada que estamos, justo cuando van iniciando las primeras lluvias, salen volando por todos lados debido a la inundación sorpresiva de sus nidos, miles de “cuk” (unas hormigas grandotas con alas), que como largas bufandas negras vuelan y se desplazan dando un espectáculo sorpresivo que finalmente culmina con su entrega estúpida en una trampa simple de agua, que colocan los cukeros. Las apilan y juntan para terminar fritas o tostadas al comal. Se acompañan con salsa picosita y limón, en tacos o como botana cervecera. Muy apreciado bocado ya que solo las hay unos cuantos días al año, en cuanto arrecian las lluvias desaparecen y no se las vuelve a ver hasta el año siguiente. Son vendidas crudas o guisadas en mercados. La ración que llena una tapita de Gerber bien copeteada, vale por lo menos 20 pesos.
Por las tardes en Teran, sus calles se van llenando de sillas. Al caer la noche cada puerta de vivienda se ha convertido en improvisada sala de reunión familiar. Hasta allá -retirados de la intimidad interior- con la televisión siempre encendida, duele ver como la armonía familiar y vecinal se rompe cuando los alcanza y emociona Laura Bosso con su “Que pase el desgraciado…” y sus temas promiscuos, programas hediondos que nos “regala” la televisión abierta. Estos fenómenos del “Raiting” son absorbidos diariamente, por esta gente chiapaneca de valores arraizados y corazón noble, que paulatinamente se va estupidizando, adoctrinando de tal manera que llegan a preocuparse sinceramente por temas tan mundanos como la operación de nalgas que si hizo la Guzmán, o el último acostón de Galilea, y si no es suficiente con esto, les llueve el valor nacional del “chicharito”, del futbol televisado en la voz enajenante y evangelista del perro Bermúdez”.
Como cada barrio del país, Terán cuenta con su iglesia y su parque. La iglesia austera y siempre menesterosa abriga tantos fervores como fieles y necesidades. Voces que se levantan a la más mínima insinuación parroquial para dar su limosna al ablandarse a rezos. Un hombre con casulla frente al púlpito vestido de pederasta, los observa como a humildes coles, y estos llevan en sus cabezas flores y colores para distinguirse y separarse por barrios o regiones; incluso por niveles de devoción. Los ramos son sorprendente bellos por sencillos, tejidos con diestra mano y habilidad indígena. Son exhibidos con orgullo ante extraños y presunción entre ellos. Hay algunas coronas que por su laboriosidad, superan con mucho en creatividad y colorido a las tejidas en la otra famosa iglesia en el estado de México, que portan los devotos danzantes de Chalma.
Acomodado junto a una banca afuera de la iglesia, bajo la sombra de un árbol benévolo, se encuentra en cuclillas Julito. Bolero octogenario al que todos conocen y que llegó aquí antes que existiera la iglesia, y que se pone hablar a la menor provocación, por el simple gusto de no dejar de hacerlo. Con mucho gusto parlotea y entre resoplidos entrecortados, se le desinflan las palabras por la ausencia casi total de dientes pero su sonrisa amable, dentro de un rostro apergaminado rejuvenece. Tanta carcajada inexplicable, denota las simples cosas que por eso, por pequeñas y simples, sirven de pretexto para hacer reír al festivo Julito.
Mientras me da “bola” por 5 pesos, me va contando cómo a recorrido tantos pueblos ayudado por su caja de zapatos:
-Llego a la terminal y me pongo a bolear –me cuenta-, cuando junto p’al boleto me subo al camión, cuando me da hambre me bajo y chambeo”.
-Así conocí Veracruz –continúa sin ocultar su orgullo-.
Un día que me animé, me jalé hasta México. Quería conocer a la virgen y la Merced. Chambeando fuera del “metro”, hasta me alcanzó para dormir en hotel, un hotel que esta junto a un callejón que le llaman lecheros, por tanto cliente caliente que entra. ¡Había fiesta toda la noche y montón de muchachas!, nunca me divertí tanto solo viendo. ¡La cosa acababa cuando llegaba la mañana o la policía!.
Julito ya no voltea a confirmar si le escuchaba, da por hecho que su conversación me interesa y todo él está metido de gusto en su plática-.
-Allá si hay trabajo, no como aquí que me dejan zapatos y nunca regresan –cambia de tema y se queja-.
-¡Mira güero!, yo ya gaste en las suelas de estos zapatos que me dejaron, ya le metí material, ¿ahora quien me paga mis 30 pesos?.
-Y que vas hacer, Julito?- le pregunto-.
-¡Venderlos!, si vienen por ellos les digo que los guardé un mes –responde resuelto-. -¡Dame 50 pesos y llévatelos, güero! –me lo dice como si me regalara una bendición.
-Súmalos a la cuenta, Julito- le respondo-.
Termina Julito por darme la peor “boleada” de mi vida, que incluyó cambio de color en calcetines. Sin embargo algo entró en mi, y desde adentro, olvido que estamos a 40 grados, lejos de casa y desdeñado.
Me levanto sintiéndome sorprendentemente más ligero, fresco y hasta contento. Ajeno a la nostalgia y el despecho.
-Cuanto te debo Julito? –le pregunto-.
-¡5 de la boleada y 50 de los zapatos!, ¡así nomas güero!, dame los 50 y te regalo la boleada -le pago y me extiende el bulto-.
-¡Si te van a quedar güero –me asegura pese a ser más pequeños increíblemente horribles y duros-.
-¡Solo tan tiesos por fuera –me asegura-, pero póntelos todo el día y se componen!-,
-Ta güeno, Julito- termino diciéndole-. Me doy la vuelta sintiéndome ligero, libre de angustia sin equipaje incomodo.
-¿Oye güero?- me alcanza otra vez la voz del viejo.
-Que paso Julito-.
-Yo llego aquí todos los días a las 4, aquí me estoy…aquí me encuentras.
-Ta güeno- le respondo y me volteo. Camino con ligereza y nuevamente me alcanza su voz.
-Te lo digo porque si te sientes triste aquí que vives solo, te vienes a platicar conmigo-.
-Ta güeno- me digo sin voltear, sonriente y adivinando: ¿cómo supo que estoy solo?.
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