tengo mis derechos le dije a mi mujer... ella me miró a los ojos y siguió su epistolario de gravedad infinita... sabía que no tenía razón, pero cuando uno ama sin razón, se tiene que seguir... cerró la puerta del cuarto y me dejó parado en mitad de la sala, con el saco lleno de angustias y el alma rezando a la santa paciencia... no sé por qué seguí parado por horas, quería vivir en paz, quería volver a la simpleza, hacer lo que apasiona mi alma cuando desde el fondo de la sala brotó un niño de no más de tres años... (para todo esto, no tenemos hijos)... caminó hacia mí y con sus manos cogió mi barriga, diciendo con sus ojillos brillantes: estás gordo... asentí y me dejé llevar... me habló de su vida, de sus amigos, de sus juguetes, de sus sueños, de sus alegrías y tristezas... entonces me di cuenta que aquel niño era yo... le pregunté cómo es posible esto... respondió que jamás dejaré de ser niño, de soñar, de jugar y que todo cuanto me rodea no es mas que ilusión... y con esas palabras le vi alejarse para desaparecer por uno de los rincones de la oscuridad de la sala... no sé porqué sentí ganas de ir a la cocina y limpiarla de arriba hacia abajo... mientras lo hacía un sentimiento me llenaba... era como estar fuera del tiempo, de mi casa, de todo... como cuando niño... sin darme cuenta el día mojó mi alma y mi ser todo... dejé de limpiar y me dispuse a salir al trabajo... cogí mis cosas y salí de la casa... de pronto, noté que alguien miraba a través de la ventana... no sé si fue el niño o mi esposa, pero mi corazón saltaba de alegría...