La magia del espejo
Todas las mañanas se levantaba a la misma hora. Daba de comer a su gato, atendía al loro, y luego preparaba su desayuno. Siempre la misma rutina, ni un minuto antes, ni uno después. Vestía siempre la misma ropa, el tapado gris y el sombrero azul. Antes de salir, controlaba su aspecto en el espejo del comedor. Éste devolvía su imagen: la de una mujer ni joven, ni vieja…
Sonreír, nunca lo hacia, y menos frente al cristal. Luego partía hacia el trabajo, a una oficina mal iluminada, casi en penumbras, en un edificio rodeado por otros.
Mientras tanto la imagen en el espejo cambió radicalmente. Apareció la de una niña sonriente, que alegremente bailaba en un verde prado, disfrutando del sol, y de un bullicioso arroyuelo. Su rostro iluminado por una bella sonrisa, en nada se parecía a la verdadera dueña. Así permaneció todo el día.
Por la noche, al regresar la mujer del trabajo, ignoro al espejo. ¿Total para qué servía, para ver su rostro, amargado y cansado?...
Mas, una tarde el espejo se rompió, y al siguiente día llegó al trabajo una niña joven, sonriente, que nunca más necesitó mirarse en un espejo. Su cara reflejaba bienestar y felicidad.
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