Voy a contar un relato que se volvió un cuento urbano, al que cada quien y de acuerdo a sus intereses y creencias, le agregaba o le quitaba partes de la historia. Puede el lector pensar en que este relato que se volvió cuento no sea más que un simple cuento relatado; mi pensamiento le responde al suyo, parodiando un poco a Pedro Calderón de la Barca: “La vida es cuento y los cuentos, cuentos son”.
La historia se trata de un hombre del presente que viajó al futuro, o bien del mismo hombre que del pasado viajó al presente. Tómese como quiera, entendiendo, y no hay que ser tan lúcido, para hacerlo, que el presente es el futuro del pasado o lo que es lo mismo, este actual presente, no el anterior, será el pasado del futuro. El tiempo es un tren desbocado, por las ventanillas vemos el futuro atropellándonos y el presente corriendo por la alcantarilla, es decir pasado y futuro en un eterno presente. Ni Einstein lo hubiera expresado tan simple.
Que puede tener de interesante que una persona del presente viaje al futuro o del pasado al presente. Tomemos la segunda parte para el debate, ya que como no podemos adivinar el futuro y el presente lo estamos viviendo, además, como el pasado ya lo vivimos, podemos, con conocimiento de causa y en caso de que se nos llegara a presentar este individuo, conocer como reaccionaríamos y como podría ser el comportamiento del mencionado. Un parámetro importante es saber que tan ancha es la franja de tiempo que nuestro personaje ha logrado saltar; entre más ancho el salto más interesante la reacción y comportamientos. Otro elemento debe ser el sitio geográfico, el país, la ciudad, el pueblo; esto se debe tener en cuenta porque hay sitios del planeta, pueblos, que permanecen congelados en el tiempo. Si este fuera el caso para nuestro viajero, lo único que lo estremecería sería el conocer a sus biznietos de la misma edad que él, porque todo lo demás estaría tal cual. No vayamos a pensar que nuestro viajero es un científico loco que se inventó una máquina del tiempo, que le permite viajar a su antojo de acuerdo con la programación de coordenadas de tiempo y espacio en el aparato. Tampoco vamos a debatir aquí sobre las paradojas del viaje en el tiempo, o si son posibles, para solucionarlas, la conjetura de los mundos paralelos. Esta es una persona que en su época era un mendigo que pedía en las calles de la ciudad; todas sus pertenencias las tenia guardadas en un costal del que nunca jamás se apartaba; que un día estaba parada, acostada, sentada, lo que sea, en un campo o ciudad, plaza, calle, que importa.
Cinco mil razones hay para que una persona se convierta en mendigo, pero, como los vampiros, una vez que han probado sangre ya no pueden detenerse.
Los mendigos se vuelven personas taimadas, se hacen invisibles porque se camuflan con el paisaje urbano, nadie está pendientes de ellos. Ellos están pendientes de todo y de todos. Están muy al tanto de los cambios que surgen en su entorno limosnero, saben de las rutinas de las personas que trabajan en las edificaciones, poseen una gran retentiva; reconocen a quien les ha dado y a quien no; tienen frases y actitudes pre elaboradas para pedir, para dar lástima y así lograr su cometido: una moneda o un billete. Para no generalizar, con certeza se puede decir que al grupo anterior pertenece nueve de cada diez de los mendigos. Ahora hay quienes afirman que un mendigo es Cristo disfrazado poniendo a prueba la caridad de la gente. Bueno, esta afirmación le conviene al mendigo. Ese podría ser el décimo.
Este limosnero estaba solo; eso sí es necesario aclararlo, y de repente se sintió en el mismo sitio, pero en una época diferente, con cien años de diferencia más o menos. Yo se que a Uds., les hubiera gustado más el cuento con máquina, paradojas y mundos paralelos incluidos, puesto que de esa manera nos divertiríamos mas y lo tendríamos todo controlado. Pero no, este cuento, les repito, no tiene máquina del tiempo.
Que tanto puede cambiar una ciudad o un pueblo en cien años; pregunto. Mucho o poco. Eso depende. En las ciudades de países altamente desarrollados el cambio puede ser bastante notorio, en ciudades como la nuestra, los cambios no lo son. Nuestro viajero podría ubicarse en las calles y avenidas que él conoce, ver algunas casas que él conoce, las iglesias, el palacio municipal, las plazas o parques, serian los mismos o estarían en el mismo lugar. Se sorprendería por los edificios altos y modernos, por los vehículos, la cantidad, desplazándose por las calles más rápido que en su tiempo, el caos vehicular comparándolo con su época, la vestimenta de las personas le causaría extrañeza, los cortes y color de cabello de los jóvenes, sus tatuajes, las perforaciones en el cuerpo luciendo los piercings y ni que decir de los aparatos de comunicación. Vería gentes hablando solas, en sus vehículos de transporte o paradas en las esquinas. Al mirar al cielo, sentiría espanto al ver una máquina voladora de gran tamaño y rugiendo de modo aterrador. Posiblemente el lenguaje tendría incorporadas palabras nuevas y los modales y trato de las personas le parecerían incomprensibles para él.
El relato cuenta que el mendigo, al sentir que todo de repente le cambió, sintió pánico. Los sitios, las personas no eran las mismas; hasta los perros, acompañantes de los mendigos, los veía diferentes. O al menos algunos sitios con algunas variaciones le eran conocidos. Corre por la ciudad en búsqueda de sus amigos mendigos; lo que encuentra son otros mendigos diferentes, más modernos, ( claro; son de esta época. Pero que puede tener de moderno un mendigo; pregunto) en mas cantidad, se siente inseguro ya no puede confiar en los de su misma especie. Se siente perdido en este mundo extraño y a la vez conocido para él. Ni siquiera está consciente que ha sido transportado en el tiempo más de un siglo hacia adelante; todo su futuro, el de antes de la transportación, ahora, en un instante, hace parte del pasado, pero no de su pasado. Lo único que no ha cambiado para él, es su miserable vida y sus pertenencias en el costal, y la indiferencia de la gente hacia los limosneros que en todas las épocas siempre se les verá como una molestia para la sociedad.
El sitio donde actualmente se pone a pedir limosna nuestro personaje, era el mismo sitio del pasado. Lo diferente es que ahora es una gran tienda de antigüedades atendido por un hombre viejo, solitario y que vive en uno de los dos apartamentos que hay en el segundo piso de la edificación. El mendigo ve por los vidrios de la tienda, cosas, reliquias en ese momento, que lo conectan con su pasado. Razón más que suficiente para que se amañe en este sitio. Allí siente alguna seguridad, porque percibe la conexión con su anterior mundo, sin tener conciencia de que está en un mundo nuevo.
Una tarde se pone el mendigo a hacer un inventario de las cosas que tenía en su saco y los desparrama por el piso: saca una bolsa de tela con monedas de diferentes denominaciones, billetes, una caja metálica y dentro de ella una medalla, un Cristo de oro, un perro sentado de color amarillo rojizo en porcelana Royal Dux de origen checoslovaco, que lo consiguió en su época, en la basura de una familia rica, impecablemente conservado porque lo había envuelto en varios pedazos de trapos de algodón, . Al salir el dueño del anticuario se sorprende con lo que le ve al mendigo y le pregunta que de donde ha sacado todo eso. El mendigo le responde que son cosas que le ha dado la gente en su acción de pedigüeño. El viejo, sin creerle, lo manda a entrar en la tienda y se pone a examinar detenidamente cada elemento del costal. Nada de lo que ve, tiene en el almacén. Le brillan los arrugados ojillos al valorar el tesoro encontrado. Por estas pertenencias podría obtener una ganancia de unos diez millones de pesos. El mendigo percibe la ansiedad del viejo. Recoge todas sus pertenencias, en el costal y procede a salir del local, a lo que el viejo le pregunta que cuanto quiere por esos cachivaches. Los mendigos son granujas pero no tontos; le hace la siguiente propuesta: quiero un cuarto, las tres comidas diarias y ropa limpia por el tiempo que me quede de vida. El viejo acepta pero le pone una condición: que le haga compañía en el almacén. Al cabo de dos años el viejo murió y el mendigo se quedó con el almacén de antigüedades.
Lo que hoy es imposible mañana será realidad. Así sucedió en el pasado y así sucederá en el futuro. (FIN)
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