Permaneceré en este pueblo hasta las tormentas de septiembre. Después buscaré un nuevo destino. Quizás un pueblo más elevado, fresco y húmedo. Centroamérica está bien. Y ahí estaré un tiempo hasta que comience a tener problemas para dormir. Estoy de pasada, prefiero pensar. La gente a mi alrededor comienza a apestar y yo también. Necesito un cambio de aires. Siempre necesitamos cambios de aires. Aunque no solucionen nada. Uno se engaña un momento mientras viaja en el autobús. Después todo es lo mismo. Más y más gente saliendo de alcantarillas y perros roñosos. Las tormentas de septiembre son lo único que me entusiasma. En ocasiones las tormentas son decepcionantes. Inclusive hay años en que ni siquiera son tormentas. Mamá los llama miados de gato. Miados de gato son aquellas lluvias que son tan escasas que podrían compararse con los miados de gato. Yo pongo toda mi fe en las lluvias, igual que como pongo toda mi fe en un caballo, en un almuerzo, en un amanecer. Todo me termina decepcionando. Estoy seguro que incluso la llegada de Dios me decepcionaría. A menos de que Dios haga un cambio en mí. Entonces hablaríamos de otra persona. O tal vez yo pero reparado. Sería como esos carros que están todos alterados y que dejan de parecer lo que eran originalmente. Entonces me subiré al autobús y pensaré: por fin soy libre, por fin me alejo de todos esos compromisos que la gente me hace creer que tengo. Pero tal vez el tiempo, tal vez los tenis apretados, tal vez los calzones flameados, algo, algo, será la causa de toda mi desdicha. Ya no soy un jovenzuelo, y es lamentable, porque siento que no tuve diversión suficiente. Soy un humano, como todos, hecho de carne y huesos vacilantes, degradables, y el tiempo me va consumiendo, aunque mi mente me diga que no pasa nada, que el universo es infinito, que ya habrá otras vidas, que tengo que aprender a disfrutar el sufrimiento. El sufrimiento más grande ni siquiera es dolor. El sufrimiento más grande es el de tener la sensación de estar perdiendo el alma. No sé exactamente qué suceda al final de nuestras vidas. Hay gente que se vuelve millonaria hablando de todo excepto de la muerte, como si la muerte no existiera. Pero yo siento cierta debilidad por ese tema. Me intriga, me apasiona, me da miedo. A veces quisiera reclamarle a alguien la situación en que me han metido. Pero no encuentro el departamento de quejas. Estamos acostumbrados a respirar, a que lata nuestro corazón, y andamos por la vida así, sin preocuparnos por eso. Pero llega un momento en el que el corazón empieza a fallar, duele, y nos falta el aire, y todavía tenemos una sensación de estarle fallando a alguien, o tenemos vergüenza con aquellos que siguen fuertes. Todo eso debe olvidarse después de todo, pero el proceso es difícil. He tenido ganas de matar gente en varias ocasiones. Principalmente a mis padres. Si pudiera hacerlo y si no hubiera consecuencias terribles para mí, tal vez no me detendría el hecho de provocarles un dolor inmenso. Uno se mantiene gracias a ellos y hay que moverse de manera inteligente, esperar el momento para traicionarlos. Ellos controlan con su dinero y uno debe ser astuto como un puma. Todo es un juego de intereses. La familia es un juego de intereses, vamos. Me muevo para acá, me muevo para allá, quedo bien aquí, etc. Existe poco amor y mucho interés. Si pudiera salir de todo eso lo haría, pero tengo que esperar a tener un poco de dinero, y claro, a que pasen las tormentas de septiembre. Después podré subirme a un autobús, con un poco de ropa en la mochila y unos cuantos billetes en el pantalón, y la esperanza de que ocurra algo extraordinario, con la sensación de libertad, con un poco de duda, porque después de todo uno puede terminar suplicando alojamiento y un pedazo de pan. |