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Una gota de sangre (leyenda)
En un lejano pueblo, enclavado entre las montañas, vivía un sastre que estaba muy desconforme con su destino. La gente del pueblo usaba ropa de campesinos, pero el era especialista en uniformes militares. El único que de vez en cuando encargaba algún arreglo era el guardabosque y el comisario. Así que el sastre tenía mucho tiempo libre y lo empleaba vagando por las montañas.
Un día en su paseo habitual de pronto se encontró con un simpático hombre, vestido con un lindo uniforme. “¡Podría ser un gendarme!” pensaba el sastre. “¡Y seguro de otra comarca!, porque acá nunca se lo ha visto!” Charla va y charla viene hasta que al tocaron el tema de poco trabajo. El extraño personaje gentilmente se ofreció de conseguirle más clientela, a cambio de un contrato previamente firmado.
El sastre accedió, puso precio a su trabajo, que sería entregado al finalizarse la última puntada de la labor. Al otro día se encontraron de nuevo, el gendarme trajo tela, las medidas, los modelos pedidos, y el famoso contrato a firmar. Pero antes de la firma el extraño pedía ver cómo es la última puntada. Al enhebrar el sastre el hilo en la aguja, la aguja se deslizó, y se clavó en su dedo. Una gota de sangre cayó al documento y el gendarme sonriendo dio por firmado este. Enrolló el pergamino y se marchó.
El sastre se quedó con la boca abierta sin entender nada, pensando que sí para el extraño todo estaba en orden, para él también. Recién de noche y en su sueño vio nuevamente a su socio, pero ahora sin su uniforme. Horrorizado se dio cuenta que era el mismísimo diablo, que según las versiones de viejas comadres se comentaban en el pueblo. Este, buscaba almas inocentes, que por un bienestar y mediante la firma sellada con una gota de sangre, al vencerse el tiempo estipulado, le pertenecían.
Asustado retrasaba el trabajo, pero terminándose el tiempo, el diablo regresó. Mientras tanto al sastre se le ocurrió una idea brillante: enhebró la aguja sin cortar el hilo de carrete y al llegar el Lucifer le dijo: “¡Amigo mío, toma el asiento, enseguida daré la última puntada, y mientras tanto te cobraré, ponla plata sobre aquella mesa!”
El diablo no sospechando nada, así lo hiso, se sentó y esperó. El sastre cosía y cosía y el hilo no se acababa. Pero el diablo tenía mucha paciencia y aguante y hasta hoy día espera sentado a cobrarse el alma del pícaro sastre, sin lograrlo.

Texto agregado el 01-08-2011, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-08-2011 La picardía es un arte que solo los mas simples y sencilos seres, tal vez por necesidad o comodidad suelen cultivar. Muy propio de los latinos... atayo
 
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