Al hombre le llamaban “El Diablo”, siempre acompañado de pequeñas ascuas y humo, soltando cenizas por el camino, decían que sus pasos pesaban como un hombre al caer en una justa, las arrugas en su rostro y las canas coronaban el sobrenombre, juraban que su silueta a lo lejos tenía una forma demoniaca.
Una noche lluviosa el Diablo caminaba con su acostumbrada humareda, los pasos chapoteaban en el mojado pavimento, la tranquilidad sepulcral de su andar fue perturbada, un estruendo en la calle casi vacía, la llama se extinguió al caer en un pequeño charco, la sangre corría diluida en el agua. El aura de muerte que le rodeaba era un misterio, que fue opacado por uno más grande, el cuerpo fue recogido hasta el amanecer, su rostro no existía mas “Los demonios lo han descarnado y se lo han llevado al infierno” se rumoraba, tan solo el cráneo sin expresión junto a las arrugadas manos quedaba.
Todos supieron entonces, el Diablo siempre cargaba con pistolas, vivía entre duelos y acabando con la vida de otros hombres, su muerte de seguro alguna venganza, o terminar con la competencia de tan excelente tirador.
Alguna vez otro aliento fue arrebatado, adjudicado fue al Diablo, sin embargo era imposible, testigos de su muerte daban testimonio de que el no pudo haber sido, pero hubo alguien quien una vez me dijo “El Diablo ´se mato a sí mismo´ para poder vivir tranquilo, la leyenda sigue viva aunque probablemente el hombre esté muerto y todo sea solo un cuento”, el viejo que me lo dijo encendió un cigarrillo, y juraría que esos pasos los había escuchado en algún otro lado.
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