Allí estaba yo en frente del Café de Milán, mirando a ese hombre. Mirando a ese hombre que conocía tanto, que amaba tanto, que era todo para mi. Pero algo no me permitía ir, me sentía mal. Me dolía el pecho, sentía mucha tristeza y rechazo hacía el hombre que miraba. Me quede viendo un buen tiempo como ese hombre me esperaba y yo no me podía acercar. No quería estar más cerca de él, sin embargo no quería lastimarlo. Decidí irme sin ninguna explicación, algún día el entendería o lo más seguro, es que con el tiempo me superé, encuentre otra y sea feliz. Es lo mejor, me voy.
Volví a mi casa, llamé al trabajo para pedir la renuncia. Llamé a una amiga que vivía en Italia y decidí irme para ese país. Siempre había soñado con conocer Europa, dinero no me faltaba y era el lugar ideal, cuánto más lejos mejor. No me permití dudar ni un segundo de mi decisión, yo no quería ese amor, yo no necesitaba tanto amor. Al día siguiente me fui para el aeropuerto y reservé los boletos para viajar. Aproveché el corto tiempo que me quedaba en esta ciudad y evitando los lugares que solía frecuentar, visité a unos viejos amigos y a unos familiares. La semana pasó muy rápido y llegó el día de viajar.
Tomé unos calmantes y dormí todo el viaje. La Azafata logró despertarme y me bajé del avión. Allí en el aeropuerto de Roma me esperaba mi amiga Francesca. La rubia seguía igual de sonriente que siempre, me recibió con un fuerte abrazo y me prometió que todo iba a cambiar, me sentía muy feliz. Francesca vivía sola en su departamento, en Italia los impuestos eran muy caros y yo iba a ser una ayuda en lo económico. El fin de semana me llevó a conocer la capital italiana y salimos con unos amigos de ella. Todo parecía tan simple y lejano.
El lunes empecé a trabajar, debo decir que a veces todo iba muy rápido sin embargo lo disfrutaba. Mi amiga tenía un pequeño negocio de dulces. Era un sitio agradable, con el paso del tiempo aprendí a manejarme con el idioma y cada vez me costó menos comunicarme. Eran buenos tiempos no me había dado cuenta que en estos tres meses que habían pasado, Alejo no se me había cruzado en la mente. Aunque por ahí me sentía algo triste, todo marchaba bien. “Es lo mejor para mí”, siempre pensaba y mantenía firme esa decisión que a veces, solo a veces, temblaba.
Pasó el cuarto, quinto y hasta el sexto mes. Mi vida había cambiado por completo .Disfrutaba mis días, me encantaba Italia y su gente y por sobre todas las cosas amaba el spaghetti. Empecé a conocer a un chico llamado Luca Chiarini, nos llevábamos muy bien, me lo había presentado mi amiga Francesca. El era cocinero y tenía una pastelería. Hacia muy ricos dulces. Nos veíamos en fiestas o reuniones donde compartíamos amigos. Hablábamos de todo un poco y fluidamente ya que el sabía español, entre charlas y risas, un día me invitó a salir y sin dudar dije que sí.
Salimos un Sábado a un restaurante llamado La Vecchia Signora, era un bar temático con colores negros y blancos. Ambos comimos Spaghetti, ya que para Luca eran los mejores de Italia. Luego fuimos a un Púb a tomar unos tragos italianos y paseamos por la hermosa Roma. Para ser sincera, la pasé muy bien y no pensé en Alejo nunca. Sin embargo gracias a Luca, el volvió a mi mente. Me llevó hasta mi casa y empezó a llover, a diferencia de Alejo, Luca detestaba la lluvia. Fuimos hasta la puerta y cuando me quiso despedir, me sentí mal. Rechacé su beso y lo despedí tan rápido como pude. ¿Por qué me sentía mal? me pregunté. Me pesaba el pecho y me costaba caminar así que me fui a acostar y sin darme cuenta me quede dormida.
De repente volví a estar parada en el Café Milán viendo una vez más como ese hombre al que amaba me esperaba. Esta vez quería llegar hacía el aunque por más que caminaba y caminaba no lograba llegar. De pronto, una extraña mujer se sentó en su mesa, tomó su mano y plantó un beso en su boca. El corazón se me quedó helado, empecé a gritar y a correr pero parecía que nadie me escuchaba. Transpiraba, me sentía mal, se me salía el corazón, no lo soportaba. Corría y corría en vano, el café parecía muy lejano. Alejo se levantó y se fue con la mujer tomándola de la mano y pasando al lado mío, sin siquiera notarme. De repente me levantó mi amiga, yo estaba exaltada gritando su nombre y un "no te vayas" desesperado.
A partir de ese momento me sentí vacía, Italia había perdido su color y yo mi sonrisa. El trabajo se tornó algo tedioso y repetitivo, estaba harta. La única compañía que disfrutaba era la de mi amiga Francesca que me escuchaba día y noche hablar sobre este tipo. También me despertó muchas veces de sueños que parecían pesadillas, mucha angustia y dolor eran lo único que me dejaban por más lindos que fuesen. Donde iba veía su cara, su sonrisa, sus gestos y hasta su tristeza. Muchas veces caminaba sola y sentía que él estaba a mi lado mirándome y preguntándome cuando iba a volver. Nunca me había sentido así, había perdido esa alegría que me caracterizaba pero ¿Qué debía hacer?
Lo consulté una y miles veces con mi amiga y siempre recibía la misma respuesta. El tiempo que pasó fue demasiado, déjalo ser feliz, no vale la pena volver. Sin embargo yo no estaba de acuerdo, mi corazón decía otra cosa. Fui coleccionando opiniones y en todas encontraba la misma respuesta en diferentes palabras: NO. Hasta que una noche de Abril, en una de nuestras clásicas reuniones de pizza y cerveza. Luego de un prolongado tiempo de aquella noche nefasta con él, apareció Luca. No se me acercó en toda la noche sin embargo por ahí intercambiábamos risas o chistes.
Cuando la noche estaba a punto de terminar, me dijo " Vuelve con el". Yo no lo entendí y el siguió "te notó algo triste, seguramente debe ser por el hombre que dejaste en tu país. Cuando salí con vos me di cuenta que a pesar de que no lo decías, lo amabas. Deberías volver". ¿Y qué te hace pensar eso? le pregunté algo histérica y de mala gana. "Pienso eso al verte sentada sola tomando un vaso de cerveza y mirando al horizonte, cuando estás en una reunión con tus amigos y deberías ir con ellos disfrutar y reír. Respondió con una sonrisa y se fue. Luca tenía razón, no me podía engañar más. Tenía que volver, debía hacerlo por más que la respuesta sea negativa. Yo debía volver, necesitaba saber de Alejo y por fin me había dado cuenta cuanto lo amaba y de lo estupida que fui al dejarlo. Yo, debía volver.
Atte: Javier Romero Ulic |