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“Sé sabia, pena mía, y permanece en calma.
Reclamabas l a Noche; ya desciende, hela aquí:
Envuelve a la ciudad una atmósfera oscura
A unos la paz trayendo y a los mas zozobra.”
Charles Boudelaire


El frió y la obscuridad de la noche consumían ya cada rincón de su claustrofobica habitación, y el insomnio se encontraba latente en él por causa del efímero recuerdo de lo que ella fue y no será más. Y él por más que trataba de rendirse ante Morfeo, más traía a su mente la viva voz de ella, que parecía susurrarle al oído y de forma lúgubre las palabras que horas antes ella le dijera de forma ínfima: “yo no soy la indicada”.

La noche era joven y los recuerdos de lo que ella alguna vez fue, inundaban el estrecho y vacío cuarto que tanto lo sofocaba. El reloj parecía estar congelado; nueve y cincuenta marcaba el aparato infernal, majestuoso y cruel enemigo que a cada segundo le decía “recuerda”, y eso hacía, recordaba cada momento que alguna vez lo hiciera feliz pero que ahora lo hacían vivir un tormento. Los segundos avanzaban y cada uno sólo con el recuerdo de lo que ella fue… Sí, sin ella y peor aún era un segundo que parecía pasar hundido en una soledad tan inmensa que aparentaba desbordarse afuera de esas lapidantes cuatro paredes de su estrecho cuarto.

La diáfana imagen de ella lo atormentaba cada vez que él cerraba los ojos, y las palabras del lúgubre susurro parecían carcomer su espíritu. Su voluntad ya no era la de antes cuando ella estaba ahí llenando el vacío que ahora no parecía estar lleno sino sólo de sensaciones auto flagelantes cargadas de lo que el consideraba lo peor, recuerdos suyos. Y es que por mas que evitaba recordar sus besos, su mirada lasciva y ese par de iris en donde alguna vez se viera reflejado y que probablemente sea otro el que ahora se refleje en ellos, más sentía dolor, más la extrañaba y cada vez se sentía caer más hondo en el abismo de la soledad del que irónicamente ella lo rescatara tiempo atrás.

Por fin el sueño estaba haciéndose presente, su único acompañante marcaba las cuatro de la mañana. El desasosiego desaparecía, pero el recuerdo de ella permanecía y él sabía que muy difícilmente su recuerdo dejaría de lastimarlo, también sabía que ella estaría ahí incorpórea “jodiendo” su existencia. Pero poco a poco se iba dando cuenta que ella no era la única y que no era la “indicada” –su rostro dibujó una amarga sonrisa al pensar en esa palabra – y que si así ella lo cría no tenía nada más que hacer sino que tratar de descansar y esperar el día que ya estaba próximo para así emprender el largo viaje que lo espera hacia el olvido.

Texto agregado el 19-07-2004, y leído por 169 visitantes. (1 voto)


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