El teléfono sobre la mesa comenzaba a vibrar con un segundo de anticipación al ringtone que llena el ambiente de música. Se acercó desde el pasillo que llega a la cocina y tomó el celular. Observó un rato el tan confuso nombre escrito en la pantalla, el cual indicaba el ‘‘quién’’ requería su voz en el preciso momento. Se mantuvo quieto un rato, con el aparato en su mano, vibrando y sonando, sin saber si cortar, contestar, o dejarlo allí sonando. Al final optó por lo último.
Volvió a sus labores en la cocina, mientras picaba un poco de lechuga para tener algo de comida y almorzar, pero el reciente encuentro con su teléfono… mas bien con el nombre de la insistente persona que marcaba su número lo había dejado ya sin apetito y sin mas gana de cocinar, así que casi con ira, dejó el cuchillo en el lava lozas, y acto seguido lanzó la bandeja con la verdura picada a medias dentro del basurero que cerró con brusquedad. Su día ya estaba arruinado.
El teléfono ya sonaba por tercera vez, y le parecía oírlo cada vez más fuerte. Pasó a su lado, mirando de re-ojo por si es que esta vez no era la misma criatura la que le necesitaba, pero llegó a decepcionarse de la insistencia de su aclamadora.
Finalmente se sentó en el sofá y encendió el televisor, mientras el teléfono sonaba y sonaba, agregado a esto el golpeteo de la vibración en la mesa. Buscó algo decente en la programación, pero nada que le desviara la atención de los pensamientos ya traídos por el maldito nombre, del maldito contacto grabado en su maldito teléfono celular.
El noticiero no anunciaba nada fuera de lo común. Las películas eran la misma basura que repetían una y otra vez. Las telenovelas… ni hablar. Música… ¿música? No, definitivamente la televisión no era la respuesta para olvidar la amargura de la llamada. Dejó a un lado el control remoto, luego de apagar la TV., y tomó el periódico, sabiendo que sería inútil. Pero aunque ya lo había leído, era mas por el hecho de buscar una excusa para ignorar el insistente sonido de la llamada. La fin y al cabo no logró leer mas de tres palabras de corrido, después de media hora, mirando una plana. Lanzó el periódico enojado por no saber qué hacer, a lo que mas encima provocó la caída de uno de los cuadros posados sobre una mesilla. Luego se levantó para recoger la fotografía en la que salía un grupo grande, entre los que se encontraba el… y ella. No se dio cuenta cuando se hallaba botando el adorno en el basurero ubicado en la cocina.
Ya allí decidió que necesitaba un café. Abrió la alacena y encontró una botella de vino barato hasta la mitad, que acostumbraba a usar para ciertas recetas. Quitó el corcho y bebió de la misma botella, apoyado sobre uno de los muebles, con despecho, como adolescente borracho, hasta que se le acabó la botella. Luego preparó el café. Volvió a apoyarse en el mismo mueble mientras esperaba que la tetera eléctrica hirviera el agua. El teléfono no paraba de sonar. Sacó un tazón, y justo uno que traía una dedicatoria… d esos típicos regalos patéticos que se hacen de vez en cuando. Cuando se dio cuenta del mismo, no tardó en abrir el tarro de la basura y dejarlo caer dentro con una expresión de asco y repulsión.
Ya hervida el agua se sirvió el café en otra taza. La mezcló con agua helada y le echó un poco de crema. Luego se dirigió hasta el living, pasando por la mesa del comedor que sonaba por el golpeteo del teléfono que se había movido hasta la orilla por la vibración del mismo. Lo ignoró.
Se sentó en el sofá, harto ya del ringtone. Sin beber aún el café, lo dejó en la mesa de centro y se levantó hasta la mesa del comedor. Apoyado en esta se quedó mirando el estúpido aparatito mientras este sonaba y sonaba, y vibraba y vibraba, e indicaba el nombre de la despreciada. Lo miró un buen rato, pensando en alguna solución, esperando a que se detuviera. Se detuvo. Unas veintitrés llamadas perdidas. Rápidamente tomó el celular y lo silenció. Lo dejó allí y se dispuso a volver al sofá, pero antes quiso ir al baño a orinar.
Abrió la puerta y entró. Se bajó el cierre y comenzó a orinar. Luego se lavó las manos y la cara. Se quedó con la vista fija en su rostro a través del espejo. Las ojeras producto de una mala noche, y la barba asomándose por los poros. El cabello desordenado y grasiento. Era un asco, de verdad.
Salió del baño y se dirigió al sofá, pero ahora percibía un zumbido resonante, sobre la mesa claramente. Era obvio, ella seguiría insistiendo, sin importar que hubiera silenciado el teléfono. Que estúpido, pensar que se detendría por haberlo silenciado, como si ella pudiera saber eso. Como si una operadora le dijera que dejara de llamarle porque el no contestaría.
Aunque mas silencioso, el zumbido era casi tan molesto como el ringtone de una canción que ahora odiaba porque le recordaba a ella. Como era de esperarse, se quedó parado con los brazos cruzados frente a la mesa viendo como el teléfono seguía anunciando su llamada. Insistía, insistía e insistía. Luego se detenía, a lo más unos tres o cuatro segundos, habrá contabilizado el, pero con una velocidad increíble se reanudaba el insistente llamado. Aburrido del zumbido, esperó a que detuviera la llamada, y quitó la vibración. Lo dejó en la mesa, junto al control del equipo estéreo y volvió al sofá para tomar su café, pero antes de que pudiera siquiera tomar el tazón, se escuchó el golpeteo en la puerta. Una visita.
Se levantó como asustado y se le estremeció el corazón de súbito. Miró el teléfono en la mesa y no claramente ya no sonaba. Se acercó a la puerta y miró a través del visor, pero nadie afuera. Pensó en la posibilidad de que hubieran sido niños jugando, pero luego se dio cuenta que eso sería improbable, porque los niños tocarían el timbre, sin saber estos que el mismo estaba malo. Entró en cierta desesperación paranoica, y no logró tranquilizarse hasta que, ya decidido ha mandar al diablo a fuera quien fuera que estuviera afuera, abrió la puerta, para encontrarse con el conserje del edificio.
El hombre, chico y gordo le hablaba de unas cuentas pendientes que tenía por unos problemas con la administración, entre otras cosas que el no tenía ganas de oír y que solo asintió hasta que el viejo simplemente terminó de decir, y se fue. Cerró la puerta algo aliviado. Se apoyó en ella unos segundo, visualizando las otras posibilidades de sus recientes hechos pasados, hasta que prefirió ignorarlas y disfrutar de su ‘‘no tan mal’’ presente.
Se sentó nuevamente en su sofá y al fin tomó la taza. Llevó a sus labios el borde de la misma y bebió un sorbo. Estaba frío. Quizás la misma combinación del agua helada había acelerado el proceso, obviamente además de la espera y las distracciones. Así que se levantó con la taza en la mano, enojado, y fue hasta la cocina, donde dejo la taza con el café frío. Pensó en hacer otro, pero la flojera le ganó, y ya aburrido de todos sus intentos de pasar el rato, quiso volver al living a probar suerte en cualquier otra cosa.
Pasó frente a la mesa y no pudo evitar mirar la porquería de aparato que encendía y apagaba la luz de la pantalla en pestañeos, indicando la perseverancia de la llamada. Se quedó de pie nuevamente. Estaba por volverse loco. Era tan fácil… simplemente contestar e insultarla o gritarle, y pedirle que no llamara más… o cortar y apagar el teléfono y olvidar el asunto… pero no. Quizás era la esperanza de que en algún momento las cosas se arreglara y este evento solo quedara en el olvido… no lo sabía… todo era incierto en aquellas infernales horas.
Se acercó a la mesa para tomar el control del equipo estéreo, pero al alzar la mano se acercaba al teléfono, incansable de mostrar el maldito nombre de ella en su pantalla. Casi como por miedo a que el teléfono saltara a su mano, desistió de tomar el control remoto y decidió encenderlo manualmente. Se acercó al equipo y puso un disco de Circa Survive. Dejó que la música llenara el tenso ambiente del apartamento y quiso relajarse echándose sobre el sofá.
Cerró los ojos e intentó despejar su mente perturbada por los recuerdos.
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