En el cielo azul, sobre los verdes prados que se ven a través de la ventana, ahora en el azul del lago, en el reflejo que proyecta el cielo, en la silla rota junto a el escritorio de la recepción, en el florero que está sobre la mesa de centro, en la servilleta, en sus manos, en las agujetas desatadas de los zapatos del señor Ismael, en la diadema amarilla chillante de la enfermera Susana, en la ruedas de la silla, en el programa de televisión que ya repitieron dos veces esta semana, su plato de comida, las flores del jardín, el sol, las nubes, el gorrión de pecho rojo que canta toda las mañanas sobre el viejo roble de la casa de enfrente, en el vaivén de las ramas de los árboles mecidos por el viento, en las hojas que caen de los árboles y se depositan sobre el pasto, en el pequeño insecto que se posa en su cabello, para luego volar hacia la cocina, en el marco de la ventana, en la ventana y su vidrio quebrado, el cabello de doña Inés, en el vestido de Judith la recepcionista, el rostro arrugado de don Francisco, en las miradas que le regala Gonzalo el de mantenimiento a Martha la enfermera de la tarde, en el suelo, la pared con pintura desgastada, la lámpara del pasillo, la escoba, el recogedor, el cesto de basura, la mancha de sopa que tiene la bata de Juanita la cocinera, en la corbata de moño que lleva el señor de la fotografía del viejo cuadro que cuelga sobre la pared en el cuarto de baño, en la luna, las estrellas, las sombras que aparecen de la nada bajo la luz del farol del patio trasero del edificio.
- Bueno jóvenes, él es don Eduardo, siempre está sentado en su silla de ruedas, y como pueden observar su mirada está perdida, nunca pone atención a nada, es como un vegetal, el pobre sufre de paraplejia.