En cuanto fallecía un miembro de la familia, el cadáver era amorosamente lavado, peinado, maquillado y vestido con sus mejores galas para homenajearlo. A las niñas les hacían sus trenzas o caireles y les colocaban listones de seda en el cabello. A los niños les ponían sus corbatas y trajes de terciopelo. A los bebés les ataviaban con sus trajes de bautismo. Como parte del ritual de las honras fúnebres, se llamaba al fotógrafo de cadáveres a domicilio, para hacer la que sería la última imagen del ser amado. Los relojes de la habitación se detenían por respeto y para marcar la hora exacta de la muerte. Los espejos de la casa eran velados o cubiertos con tupidas telas, para que el alma del difunto no se perdiera al confundir las salidas con los espejos. En seguida se encendían los cirios. Las mesas se llenaban de flores para colocar el cadáver como en un altar.
Durante el siglo XIX y principios del XX se sabe que la tasa de mortandad infantil era muy alta, por esa razón abundan las fotografías de niños muertos, había fotógrafos especializados que acudían al domicilio portando todas sus herramientas para que los cadáveres quedaran plasmados de la mejor manera posible. Los bebés eran fotografiados en el regazo de sus padres o junto con sus hermanitos vivos. Fotos con flores y juguetes, imágenes de vivos con muertos.
Los fotógrafos empleaban a veces ciertas técnicas para abrir los ojos del niño, son fotos en las que se ven extraños, sin vida en la mirada. Otras veces lo acomodaban sobre un diván, tendido en su altar o sobre su cama para que aparentara dormir un sueño dulce, con estos métodos no se intentaba engañar a nadie, todos sabían que se trataba de un cadáver, era sólo una manera de suavizar la tragedia y también de sobrellevarla.
Dependiendo de las peticiones de la familia, el pequeño podía presentarse sentado o incluso de pie, como un maniquí, sostenido por diversos soportes e instrumentos que se ocultaban al ojo de la cámara. Algunos fotógrafos, con la finalidad de dar vida en donde ya no la había, retocaban los ojos y añadían color a las mejillas.
Hoy en día, el ver estas imágenes, puede causar la idea de una costumbre extraña o macabra y hasta horrible, pero en la época Victoriana y Eduardiana se impuso una fuerte evocación hacia el Medievo en sus costumbres, y las honras fúnebres no eran la excepción. Recordemos que aún podemos ver en ciertos museos pinturas al óleo de monjas, sacerdotes, niños, señores distinguidos, en los que aparecen retratados post mortem, mucho antes de que se inventara la fotografía.
Si nos ubicamos en el contexto decimonónico, deja de parecer una costumbre extrema: en esos tiempos la muerte era un día a día al que se enfrentaban todas las familias.
Durante esta época se produjo un retorno a los estilos de palacios y muebles británicos tradicionales. El Tudor y el Falso-Gótico alcanzaron mucha popularidad. La arquitectura retornó a la elegancia extravagante, mostrando características de diseño medieval itálico con formas elaboradas de decoración, que rememoran las fabulosas catedrales góticas, como Nuestra Señora de París.
También vale recordar que la novela gótica o de terror es un género literario que resurge precisamente en esta era. Lo mismo renace el interés por el ocultismo, el vampirismo y las sesiones espiritistas. La elegante, civilizada y acartonada sociedad conocida como Victoriana, por coincidir en cierto período con el reinado de la reina Victoria I de Inglaterra, también mostraba el reverso de la moneda en muchos temas.
El término ´´Ciencia´´ ya se había acuñado y definido, aun así persistían algunas interpretaciones filosóficas y surgían a la par los principios de la mayor parte de las corrientes de pensamiento contemporáneas, como el idealismo absoluto, el materialismo dialéctico, el nihilismo y el nacionalismo. No obstante, el arte tendía a imitar el pasado como un último intento por rescatarlo de las garras de la Revolución Industrial. Una época contradictoria aquella.
Con estos antecedentes, nace el daguerrotipo en 1839, y es en París donde se inicia la moda de retratar a los cadáveres de manera artística, lo que resultaba mucho más accesible para las clases medias y la pequeña burguesía que mandar hacer un retrato con un pintor, y aun así, representaba un gasto considerable.
Muchas familias esperaban que saliese fotografiada el alma del difunto, e incluso había otros fotógrafos que decían tener cámaras especiales para captar el espíritu, sin embargo la generalidad sabía que se trataba de charlatanes, quienes ya desde entonces hacían trucajes con las cámaras, por ejemplo al someter la placa a doble exposición, o usar espejos.
En la mayoría de los casos, la familia buscaba un consuelo al hacerse de un recuerdo precioso con su imagen. Los niños eran presentados con su semblante apacible y serio, rodeados de sus familiares, quienes muestran un ligero aire de dolor, pero solemne y resignado. La costumbre se extendió con rapidez por toda Europa Occidental y América, perviviendo hasta bien entrado el siglo veinte, aunque la costumbre derivó en fotografiarlos dentro del ataúd abierto.
En un inicio, el daguerrotipo requería de un tiempo de exposición de diez minutos y eso con luz muy brillante, pero muy poco tiempo después requirió de sólo dos minutos de exposición, lo que aún resultaba demasiado para estar posando ante la cámara sin moverse. Este método se utilizó hasta mediados de 1860, en que se comenzó a utilizar la fotografía, cuya calidad era mejor, y el tiempo promedio de exposición era de un minuto. Aunque a la par surgieron y se utilizaron varios métodos parecidos de fotografiar imágenes, como el calotipo y el colodión húmedo.
Las imágenes se solían reproducir en las llamadas ´cartas de visita´ , las que posteriormente eran enviadas a amigos y familiares que se encontraban lejos y como agradecimiento a quienes habían asistido a los funerales.
Las flores son un elemento incorporado a la memoria de los difuntos, hoy día se siguen utilizando y evocan la hermosura y brevedad de la existencia.
Son imágenes tristes, pero en su mayoría están llenas de arte y sensibilidad, son naturaleza muerta. Sólo algunas pocas resultan algo inquietantes, ya sea por los retoques del fotógrafo o el estado del cadáver, pero en muchos casos era la única y última oportunidad de tener un retrato suyo.
Era esta una forma de decirle al mundo: ´´...nosotros tuvimos a este familiar, tuvimos a este hijo, tuvimos a esta hija y los perdimos, lo hemos aceptado con dolor, pero estamos resignados, este es el testimonio de su paso por el mundo, para que se perpetúe y honre su memoria y se ore por su alma´´.
Son fotografías que también se ven con respeto por quienes aparecen en ellas, porque casi siempre el cadáver es presentado con la dignidad que le corresponde, y que gracias a los archivos de las familias y de los propios fotógrafos e investigadores de la era Victoriana, han sido rescatadas y muchas de ellas compartidas.
La mayoría de estas fotografías fueron clasificadas bajo el título de ´Memento Mori´, frase latina que completa dice: ´Carpe Diem, Memento Mori´, vive el hoy, recuerda que morirás.
|