Columna de “otro” lunes, días difíciles si los hay, decía Melina...
- Cuando sea grande quiero jugar en la NBA papá- se me escuchó confesar en un arrebato de ilusión, un domingo hace ya nueve años. Mi padre, recuerdo, me miró con ternura y sin querer (sin saber tal vez) romper ese encanto que me envolvía como una manta de esperanzas, me largó sus sentidas palabras: “con mucho esfuerzo y constancia llegarás Martincho”.
Presiento una obviedad escribir que el tiempo se encargó de mutilar ese y tantos sueños posteriores; ese presentimiento de un futuro grande y especial, que me aguardaba con los brazos abiertos, preparado a convertirme en “eso” que tanto ansiaba.
¿No será mejor, pregunto, aprender a fantasear con los pies en la tierra, a no permitir que la imaginación se eleve hacia alturas inalcanzables?. ¿Pero como explicarle eso a un niño de once añitos? ; ¿Qué la realidad es justamente real y cruel y que el bendito destino no nos tiene preparado ningún acontecimiento sublime y hermoso?, ¿Qué los adultos vivimos envueltos en un tedioso sin-sentido de nombres y obligaciones, el cansancio y la monotonía, aburridos del hartazgo y repitiendo incansablemente la misma rutina?
- Como Salgari escribirás cuentos maravillosos y abordaras barcos piratas; navegaras por el infinito en cohetes de chispas amarillas y anaranjadas; serás fuerte y decidido, valiente y apasionado...
Con los años y los lustros me contenté con la Liga Nacional, el TNA, la Primera de Capital Federal... ahora, solo matar los ratos libres y el agobio, aferrándome a ese algo conocido que no destila incertidumbre en exceso. Tal vez algo que no gire y gire continuamente y que permanezca, por ahora, al alcance de la mano; ese sentimiento de vivir realmente, por breves instancias de tiempo, en el efímero rectángulo.
Parece ser que uno persigue la felicidad sin alcanzarla del todo, correteándola de atrás, olvidando las fantasías de la niñez y los sueños de antaño que desfallecieron con los muñequitos de He-Man y los eternos partidos de chin-chon con el abuelo.
De pronto, de los abismos de la soledad, surge un anhelo: “quiero ser escritor”, esgrimís en voz baja, casi en un susurro, con temor a que alguien se burle de tan idiota vocación( “solo tenés que mirar el mundo en el que vivimos nene”) El ser escritor, la mera fantasía de serlo al fin y al cabo, de pronto, obliga a considerar el proceso creativo como el modo de subsistir, sumiéndose paulatinamente en búsquedas estilísticas y comparaciones sumamente odiosas, inversamente proporcional con la verdadera- y temprana- esencia del asunto. De pronto me parece recordar unas palabras de Julio Cortazar: “¿Para qué un cuento, al fin y al cabo, por qué no abrir un libro de otro cuentista o escuchar uno de mis discos?”. En todo caso algunos te alentarán, con cautela y no sin pasión; otros pondrán en sobre-aviso tus arrebatos desesperados de comprensión, tildándote de inlúcido e irreal tus pretensiones. Ahora, la ambición, ya perdida, rehúsa cualquier arrebato y se suceden los variados razonamientos y la decepción; mientras la genialidad se presiente tan escasa como ausente. “Pero no importa”, le digo a ese murmullo tan familiar como despiadado, “ tal vez escupa el dolor y las tristezas en catarsis seudo- literarias publicadas en una página virtual... esa será la ilusión que colme mi vida, desde hoy hasta siempre.
Martín2 |