Tantas veces te hostigan las malditas moscas y quieres quitártelas de encima, o bien, con todo tu odio, intentas atraparlas y darles muerte.
A mi merced se encontraba una de éstas, pegada a la ventana, sin poder volar. Afuera llovía copiosamente, los rayos partían el cielo, precisamente a eso me había acercado a la ventana, a ver como el agua mojaba la tierra y los rayos se perdían en el horizonte, me gusta ese espectáculo.
Un ser tan vulnerable, no el bicho sino yo, con un dominio total de la situación frente a este despreciable indefenso. De pronto comenzó a caminar con lentitud, parecía querer huir, pero no podía.
Por un momento pensé en abrir la ventana y dejarla salir, que fuera el agua quien le diera muerte, quería ver ese instante, me invadió ese morbo, lo sentía, se apoderó de mí. Luego me asaltó otra idea, simplemente aplastarla. Tenía el poder de hacerlo, me pertenecía, me sentí dueño de su alma y del mundo por muy increíble que parezca.
No sé cuanto rato me mantuve en ese estado, pero no fue poco. Cuando al fin salí de mi ensimismamiento me envolvió el cuestionamiento y sentí amargura, me sentí sucio, me sentí un insecto.
Pensé en una forma más justa si se puede mirar así. Tomar a este ser y salir juntos hacia afuera. No cabe duda de que las probabilidades de salir y sobrevivir serían favorables, muy favorables para mí puesto que yo sólo me mojaría, sin embargo esta indefensa mosca no correría con la misma suerte, pero nunca se sabe, eso lo tengo muy claro. Lo mismo salía y me partía un rayo, pero hubiese sido más justo para ambos.
La lluvia arreciaba, miré fijamente al díptero, cerré los ojos y respiré profundo, luego suspiré, me di media vuelta y decidí salir al exterior solo. Estuve una media hora aproximadamente mirando hacia el cielo con los brazos extendidos en forma de cruz, esperando ser enjuiciado, mientras el agua y los rayos caían.
Entré totalmente empapado y tiritando, el insecto estaba en el suelo, ya no se movía.
El agua, en definitiva, lavó la conciencia de este otro insecto. |