Nos despedimos de mi viejo quién apenas nos advierte. Está absolutamente metido en un partido del Nacional B argentino. Es fanático de todos esos canales deportivos, como Fox Sports y T y C Sports. Pienso que ese ascenso se pondrá muy entretenido con River Plate. Cuando era un niño, mi padre me llevaba a casi todos los partidos de mi equipo favorito. Ese equipo que muy tempranamente tiño de azul mi corazón. A finales del 88’ lloré y sufrí tanto como un niño puede hacerlo, tanto como el hincha que es capaz de amar incondicionalmente a su camiseta. Pero ahí estuve, en 1989, en ese campeonato de segunda división, junto a millares de otros corazones azules que dejaron todo su ser y toda su alma en las graderías, al igual como lo hicieron los jugadores en la cancha, tanto así que retornamos inmediatamente a primera división. Fue una hazaña invaluable, memorable. Sin embargo existe una locución radial de la época que nunca me ha dejado de conmover. “Este campeonato, esta estrella vale tanto como las otras, tanto o más que las de primera, porque una vez fuimos humildes, porque una vez fuimos pobres, porque esta pasión azul, porque esta sangre, es algo precioso que se lleva desde muy adentro”. También hay una imagen, una que es inolvidable en mi retina, la de Horacio Rivas levantando esa copa del ascenso. Fue y sigue siendo uno de los momentos más felices de mi vida. Veintidós años después no se habla ni se escribe de ese campeonato, tampoco sale en los símbolos y distintivos. Hay una estrella desconocida, una que ha pasado desapercibida con el tiempo. La Universidad de Chile tiene quince estrellas, no catorce. La de segunda fue mi estrella más emotiva, la más sentida, la más querida. Reclamo esa estrella como si me perteneciera por derecho propio