A esta altura las cosas son casi inevitablemente distintas. A esta altura las cosas puede que cambien o tal vez puedan diferenciarse. Sí, durante unos instantes, pueden diferenciarse de las demás.
He lanzado una moneda al aire tratando de dejar el inevitable desgaste de decidir lo que deberé hacer y la moneda cae, y mientras cae, sé que también voy cayendo a mi propio agujero. Pero hay que regresar el reloj en el tiempo, hay que retroceder el cerebro a muchos deseos que han pasado a formar parte del olvido, esos pedacitos de neuronas que se esconden detrás de otras, esas furias y lenguas de fuego que me cruzan por la mente cuando todo creo que ha estado bien, pero me doy cuenta, perfecta cuenta, de que las cosas no son como las he creído: todo es una mentira, toda esta máscara esconde un algo más, un algo más. Por supuesto, ese algo no soy yo.
Te he hallado al caminar esta noche. Sin saber porqué, caminabas absurda por la ciudad, perdida en la mirada de los demás.
Dije que retrocedería la memoria, como en espiral que se va dejando caer lentamente, como humo que sube despacio y se disipa; todo lo que de verdad pudo importar, pero no hoy, hoy todo está escondido tras un barrote de la memoria, tras un pedazo de tiempo o un montón de restos que he dejado atrás de mis pasos-tifón. Una voz que sale de la puerta trasera de este cuarto. Vuelvo la mirada hacía esa vieja puerta de metal. Son chillidos como de ratas. No, porque no era una voz, ni siquiera era algo. No era nada. Sólo yo. Siempre ese distante yo. Así va mi cabeza, un puñado de imágenes que he visto en televisión, en su emisión nocturna, un puñado de sensaciones que he sentido mientras estaba echado boca arriba o mientras me esforzaba por quedar dormido y esperar que las cosas que yo había sentido no se fueran dislocando, o simplemente era un pedazo de yo que ya no era yo.
La mente vuela, los pensamientos se esconden, la cabeza se disgrega detrás de montones de escombros que mis pasos-tifón han dejado.
Porque aquella noche perseguía historias de amor; o tal vez siempre quise que las cosas se fueran dejando caer en un oscuro laberinto de memorias y bosques, sueños y deseos, pasión y sexo. No es lo que quieres, yo te conozco, yo te he visto deambular por las mismas calles, yo te he visto recorrer con la vista esas mismas vergüenzas y los mismos edificios grises y amargurados, porque te gustaba esa palabra, porque como bien decíamos todo el rostro de este mundo es una amargura, esos niños de las calles, esos perros que se pasan al lado de nosotros y nos ven como quien ve a un indeseable dios, esos viejos, esas ancianas, esas putas, esas furias, esas lenguas de fuego detrás de tu oreja. No inventemos la realidad, lo dijiste mientras teníamos sexo.
Y recuerdas ese hombre fumando en la puerta de tu casa. Te veía a los ojos y te hacía pensar en tu padre, ese padre que siempre nos había abandonado porque no le gustaba que estuviéramos solos.
Y entrábamos a casa. Pensabas largamente y después me pedías también un cigarro, como para darte valor o dejar de pensar en toda la realidad. Siempre las obsesiones que volvían cuando no estábamos, o las obsesiones que no se iban porque simplemente no se querían ir, porque se habían quedado a vivir, porque no podían irse y nosotros no lo entendíamos, no lo podíamos entender porque éramos algo zonzos. Pero el humo salía de tu boca como en espiral. Tal vez era sólo el aire que salía de tu nariz lo que ocasionaba ese efecto que tanto me gustaba, o tal vez yo me estaba volviendo loco. Pero no era ni lo uno ni lo otro. La memoria hay que guardarla, porque la memoria siempre es una puta traidora, como la muerte. Es una asquerosa que nos pasa la lengua fría por la espalda hasta levantarnos de la cama y dejarnos tendidos en el suelo o ni siquiera eso, o ni siquiera lo otro. Es que estábamos tan furiosos esa noche.
Por eso, a veces debemos caminar solos por la calle y olvidarnos de tomar la mano del otro, aprender a fingir que uno de los dos no existe, a dejarnos al lado del otro y dejarnos solos al lado de nosotros mismos. No sabes de lo que irá nuestra historia: es como ahogarse en medio de la piscina de tu casa y empezar a cubrir la piel con motitas húmedas para que el cadáver no se vea tan horripilante, para que el cuerpo no se sienta tan rígido y con ese color tan espantoso que tienen los muertos. Pero escuchas y ves tras la neblina de los años, porque aprendiste que los recuerdos hay que encerrarlos y dejar que se agoten, que se odien y se destruyan entre ellos, porque aprendiste que los recuerdos son mejores cuando despertamos y las cosas no son tan festivas como las noches, porque aprendiste a llorar para borrarlo todo, para dejarlo todo, para cambiar cualquier cosa por cualquier otra.
A casi diez mil horas de la última vez que te vi frente a mi puerta o a veinticinco minutos de recuerdos, que viene siendo casi lo mismo. Tal vez no debí dejarte ahí, en medio del agua y con esas motitas húmedas sobre tu cuerpo. Es que así se tuvo que escapar mi mano en tu boca, mientras mi lengua jugaba con tus pezones y mi miembro pensaba en ti.
Yo no he tenido cuerpo en los últimos años; no he tenido ni un poco de cerebro en las últimas cuatro décadas. Soy una sombra de lo que fuiste, o una sombra de lo que un día llegarás a ser o empezarás a ser. Ni siquiera sé quién puedo llegar a ser o quién puede llegar a dejar de ser o empezar o finalizar o lamentarse o llorar o quejarse o morirse o qué importa quién sabe qué.
Me viste cuando estabas callada frente a mi cama. Con tus manos suaves empezaste a subir mi pantalón, pensando en esconder mi miembro, porque te aterroriza dejar escapar un suspiro pensando en otro, llevándote a otro lugar de tu memoria: que has dejado abandonada a una pequeña rata frente al gato; que sabes o que has dejado de saber por tan sólo ver como la rata es engullida y mordisqueada en la cola, en la pequeña pancita, en las orejas y en la cabeza hasta que deja, según tú, de respirar y has tenido un primer acceso a la muerte. Como lo he tenido yo mientras te soñaba muerta entre mis brazos, mientras tu boca echaba pequeños borbotones de agua a espera de que escapara una palabra, algo que dijera cualquier cosa o que tú creyeras que te decía algo para aprender de ello.
La televisión que sigue encendida, pasando por millonésima vez el mismo anuncio que en otra vida habíamos visto junto a nuestros tres niños y dos niñas, que peleaban por un pedazo de chocolate que habías regalado a uno de ellos. Pero esos hijos nunca serán un cuerpo; esos hijos jamás dejaré que los tengas, esos hijos que jamás me dejarás introducirte por la vagina.
Un fuego que nos constipa los nervios, una lengua de fuego que nos cruza por la memoria como para que no se escapara la otra ficción o la otra mirada de mundo que nos consume. Tenemos miedo porque nos hemos visto a la cara. Tenemos miedo porque nos hemos cansado de sentir que existimos y también nos hemos aprendido a odiar porque es esa la forma de dejarlo todo atrás.
La otra noche soñé contigo, de cierta forma tuve horror de verte en un lugar no común, de sentir tu aliento y tu rostro pegado al mío mientras no estabas junto a mí, mientras no volverías a estar en la misma cama, porque no volverías ni dejarían que volvieras a estar en la misma cama. Nos dormíamos durante larguísimas horas a esperar el sol, pero cuando venía y nos cubría el pecho desnudo, sentíamos la furia de la sangre flotando en el camino, en las puertas, en las ventanas que daban hacía la calle donde ya jugaban algunos niños, donde ya gorjeaban palomas, que siempre nos fueron aves de mal augurio. Y volver a caminar de regreso a la cama, cargando con mi cuerpo y sintiendo el olor que mis calzoncillos desprendían, ese olor ácido y dulzón que te hacía vomitar cuando estabas a solas.
Para cuando la fuga de memorias se cure, estarás olvidada, como siempre te quise. Para cuando el recuerdo se borré ya serás nada, silencio, laberinto de una firme sensación que jamás habrá existido, que jamás habré deseado. Te irás, porque lo quiero.
II
Muchas veces he creído que oigo voces dentro de mi cabeza, algo que me dice que debo hacer las cosas para que otro no las haga por mí. Es como si recibiera órdenes de una potestad superior; el escape de mí mismo para empezar a ser ajeno, como una luz en la negrura o una voz un poco silenciosa.
Anoche me puse borracho, lo recuerdo muy bien porque olvidé lo que pasó conmigo después de que salí del bar. Me senté y pensaba en ti, platicaba conmigo mismo, seguramente, como es común en mi caso, la gente seguramente decía que me había vuelto loco o que simplemente había tomado de más y mis amigos me habían abandonado, pero no era así, yo sabía que en verdad me había vuelto loco y simplemente hablaba de ti, te hablaba a ti, pensaba en ti y te decía muchas cosas.
La primera ronda de cervezas, luego la segunda ronda y después la borrachera, después la fuga de mí hacía otro lugar, hacía otro pedazo de realidad a la que ya no tenía acceso.
Yo sabía que te gustaba el olor a tabaco en mi boca, o esa sensación que deja el humo dentro de la lengua, en los labios, cuando todo parece que va a estar muy bien.
No me ha quedado ninguna impresión sobre esos recuerdos o esos momentos en los que aprendí de nuestra sangre, esa infranqueable realidad de nuestros nombres, ¿nuestros nombres?, ¿eran nuestros? Tal vez eran pedazos de mentira a los que no pertenecíamos, o a los que aprendimos a separar de nuestro pesado laberinto de mentiras y llanto.
Mañana tal vez empiece a tener sentido mi cabeza, pero hoy no, hoy sólo quiero pensar que todo ha estado bien, que de verdad todas esas mentiras en las que creía ya se hayan acabado o pudieran haber empezado a alejarse de lo mío, de lo tuyo, de lo nuestro.
Porque en verdad no estoy loco, ni lo quiero estar; porque en verdad hay cosas que se deben dejar ir y tú eres una de ellas; una de esas pequeñas cositas que sé que no debo retener porque ya se han ido, desde siempre se han ido a donde yo no puedo seguir, ni caminar, ni pensar, ni nada.
Recorro tu cuerpo con las yemas de mis dedos, siento como te pones bastante tibia de la espalda y tus manos sudan; tus pechos, que a veces los siento pegados a mi cuerpo, están bastante tibios, tan cerca de mis manos, tan cerca de mis pensamientos. Te hago el amor con la mirada, me haces el amor con la mirada y tu cuerpo que empieza a desear estar en otro lado. ¿Dónde? ¿Por qué?
Las motitas de tu cuerpo empiezan a sonreírme, como si me pidieran perdón por un pecado que pronto cometerán; como si presintieran que de pronto hay algo detrás de la mirada que nos ve. No vendrás esta noche. No te sentarás en mi mesa y comerás conmigo. No, sólo porque no.
A veces he tenido la sensación de sofocamiento, esa sensación dentro del pecho como si se estuviera llenando con agua mi pecho y que pronto podría explotar. ¿Lo sentirás esta noche? Pensarás en la misma sensación dentro de mí, como si yo fuera un vulnerable fuego que empieza a llamar otros nombres y otras mentiras y otras cosas y todo lo demás.
III
A la mañana encontrarán tu cadáver. Vendrán policías y bomberos, los vecinos entrometidos y las viejas escandalosas. Pensarán mucho en los actos que hicimos, en esos gritos que en la mitad de la noche los despertaba y tal vez como alguna vez o tú o yo los saludamos diciendo “buenos días”, “buenas noches”, “mucho gusto” o algo así. Dirán muchas cosas —la mitad de ellas mentiras—, hablarán de lo hermoso que se ve tu cuerpo desnudo y cubierto de motitas blancas; pensarán que eres un hermoso cadáver y un hermoso sentimiento de angustia y tristeza cruzará por sus mentes. Yo sé que pensarán que mi cadáver es un asco, que mi miembro colgando les parecerá un asco. No vendrá ni una sola mujer a decir que yo importo algo. Ni una sola mujer pensará en mí o en los demás, sólo dirán “era un hombre joven”, “parecía un hombre normal” o algo así.
Me sentiré triste, seré un cadáver triste, sí, las cosas pueden ser así.
Por lo demás, nos llevarán a la morgue más cercana, algún bombero pensará en tu cuerpo cuando llegue la noche y dirá que tu muerte fue un desperdicio; se masturbará como lo hacía yo, pensará en ti y le hará el amor a tu cuerpo, como lo hice yo, como lo soñaba y lo pensaba yo.
De esos supuestos parte toda la realidad.
Mañana pensarán en mí como un ser sucio y vil; y cuando encuentren entre mis ropas mi cuaderno de notas, sabrán la verdad, que no era yo, que no éramos nosotros, sino que eran todos los demás, solamente todos los demás y dos cadáveres. Uno dentro de la piscina y otro colgando de la viga del cuarto. El tuyo y el mío. Eso por ahora. Mañana la historia será otra, o no será ninguna. De cualquier forma ya no pensaré en eso.
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