La magia del atardecer
Al atardecer llegamos a nuestro destino. Un sinuoso camino cuesta arriba nos acompañaba. En la cima, contra el cielo iluminado con los tardíos rayos del sol, se vislumbraba la iglesia y el viejo castillo…
Luisa iba silenciosa a mi lado, sumida en sus pensamientos. En un impulso de melancolía la tomé del brazo. Reacciono sorprendida, mirándome. Sin detenernos sentí su suave piel, que cálida bajo mis dedos, se unía a mi mano. La iglesia, aún lejos, esperaba nuestra visita. En ese momento, tomados de las manos, unidas por el momento mágico del placer, de sentirnos unidos, como hace mucho no experimentamos, cambiamos nuestro rumbo. Nos apartamos del camino y subimos trepando la colina, entre las viejas paredes derrumbadas, mudos testigos del otrora floreciente pueblo. Al llegar a la explanada del castillo tenues luces bañaban su entorno.
Nuestras sombras se hermanaron hasta confundirse con este pasado y presente.
Luisa y yo disfrutamos del entorno abrazándonos cada vez más fuerte. Mis brazos se estrecharon alrededor de sus hombros y ella tomó mi rostro con sus manos. Nuestros cuerpos parecían uno solo, se apretaban, y disfrutaban, como no nos sentíamos desde hacia años. Después de un rato maravilloso, mientras la curiosa luna nos miraba, decidimos buscar la entrada al castillo…
Este, silencioso, e inmutable, nos invitaba para ver, mostrarnos y revivir su resplandor del antaño.
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