Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos. (Quinto Curcio)
Habían sentenciado mi belleza: el Trauco te visitará en las templadas noches de noviembre. Un pavor casi desconocido se apoderó de mi ser. Tener quince años y ser de la casta magallánica quizás serían suficiente, pero además la virginidad…
Recuerdo a Rosalía, a ella la visitó el Trauco cuando tenía dieciséis. “una noche sopló más fuerte que nunca el viento, las ventanas de mi casa parecían cortinas y la ráfaga emitía un aroma desconocido, parece que me estaban embrujando, apenas sentí el olor me dejé llevar hacía fuera y allí estaba él, esa cosa monstruosa que me invitaba a seguirlo, aunque me rehusé, esos ojos… esos ojos me hechizaron”. Rosalía tenía un lindo niñito producto de la visita, cuatro meses y nada que se deformaba, de seguro salió igualito a ella.
Mi madre sabía del miedo, tenía absoluta claridad de la conmoción que me provocaba aquel hombrecillo pequeño, y en muchas noches cuando ya estaba por dormir entraba a mi dormitorio para explicarme lo del Trauco, pero mi padre la detenía enseguida diciéndole que esas eran cosa del demonio, que había que dejarlo.
La gente me auguraba la visita desde que me hice señorita, a los doce, dicen que mi belleza lo atraería irremediablemente y que tenía suerte de que no me haya pasado hasta ahora. Diosito sabe que he sido una niña buena, que apenas he dicho unas tres mentiras y que rezo todas las noches pacientemente para que el monstruo no toque mi puerta.
Noviembre se acerca con velocidad, he decidido pedirle a mi madre que me deje ir fuera del pueblo, pero ella me dice que mejor me quede, ella puede cuidar de mi.
Algo está mal… faltan unos días para que llegué la fecha vaticinada… Mi madre está muy preocupada dice que en el cuello me están apareciendo unas extrañas manchas moradas y los labios parece que se me estuvieran cayendo a pedazos… debe ser la hora, lo presiento, por eso ella me mira con esa cara de terror, por eso no me ha dejado salir de la casa…
Las ventanas comienzan a temblar, el viento está azotando fuertemente “madre, madre” grito sin obtener resultado. Trato de aguantar la respiración todo el tiempo que puedo, pero no quiero morir… lo percibo, es él, está aquí, viene por mi en la hora precisa, en el momento señalado. “¿resignarme o luchar?” pienso, y antes de conseguir una respuesta se detiene frente a mí, ochenta centímetros de pie a cabeza, un adefesio, un bodrio humanizado…trae un hacha en la mano…voy a morir, lo sé… pero esos ojos… unos ojos mágicos y seductores, el aroma… ummm el aroma… ojos cristalinos traspasándome…
“Mi hija no pudo con su belleza, fue presa del Trauco” mi madre comentaba a sus amigas y mi vientre que se mueve como tratando de escaparse del designio… un hijo del Trauco, un hijo engendrado en noche de pasión… ojalá tenga sus ojos…
El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos. (Davis, Miles)
El Trauco
El Trauco pertenece a los mitos del sur chileno. Se comenta que el Trauco sería un hombrecito de alrededor de 80 centímetros de altura, tiene un rostro varonil y feo, sin embargo posee una mirada muy dulce y sensual.
Vestiría traje y sombrero de Quilineja, planta trepadora también conocida como coralito, usada para hacer canastos o escobas. En su mano derecha lleva un hacha de piedra, que remplaza por un bastón, llamado Pahueldún, cuando se encuentra frente a una muchacha soltera que ha ingresado al bosque. Los que han visto al Trauco dicen que se cuelga de la rama de un Tique, árbol de gran altura, también conocido como Olivillo. Desde aquí espera a sus víctimas.
Suele habitar cerca de las casas de los chilotes para así poder vigilar a las doncellas que le interesan. Se mete a las casas, cocinas y a todos los lugares imaginables sólo para ubicar a una nueva "conquista". Los habitantes de Chiloé, conociendo sus mañas, tratan de no descuidar a sus hijas. Para esto toman precauciones tales como evitar que vayan solas a buscar leña o a arriar los animales. Son en esas oportunidades donde el Trauco aprovecha de utilizar su magia.
A pesar de su afán por perseguir doncellas, el Trauco jamás actúa frente a testigos, es decir, nunca atacará a una muchacha si esta va acompañada de alguien. Cuando divisa a una niña desciende rápidamente del árbol. Luego da tres hachazos al Tique, con los que parece derribarlos todos.
La niña luego de recuperarse del susto, se encuentra con el Trauco a su lado, quien sopla suavemente su bastón. Sin poder resistir el encanto del Trauco cae en un profundo sueño de amor. La muchacha, al despertar del embrujo, regresa a su casa sin saber claramente lo sucedido. Nueve meses después, tras haber experimentado cambios en su cuerpo por la posesión del Trauco, nace el hijo de este misterioso ser.”
(fuente de información: www.icarito.cl )
En Chiloé nadie pregunta ni se cuestiona la paternidad de los hijos, cuando es del Trauco… simplemente es del Trauco.
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