Tenía cara de bruja, se parecía a Cachavacha, y efectivamente, era más mala que un demonio. Una auténtica bruja. Sin embargo, la gente creía que era buena, porque usaba una silla de ruedas. Y usaba una silla de ruedas, porque no era ni invalida ni paralitica. Caminaba perfectamente bien. Pero la gente al verla en la silla de ruedas creía que era paralitica o invalida. Gabriela Michetti, este era su nombre. Su sueño era destruir a la ciudad de Buenos Aires, hacer de esta otrora gran ciudad una ruina donde solo viviera gente muy pobre e ignorante. Por eso se unio a las huestes de Mauricio. Y lo peor es que la gente los votaba. No a ella exactamente, sino a Mauricio. Y Gabriela llegó así al Congreso de la Nación. Jamas presento un proyecto de ley. Jamas propuso una mísera ley sobre ningún tema. Nunca concurrió a votar ni dio discurso alguno. Pero todos los meses cobraba su sueldo millonario mientras seguía soñando con que Mauricio fuera presidente y que la Argentina se convirtiera en un país miserable sin hospitales ni escuelas, solo con calles de tierra, ocupado por el ejército norteamericano.