La noche se hizo eterna,
y el frío cíclope plateado,
no dejará jamás de verme
vagar disperso en la niebla,
disuelto en el tiempo.

Creí acabar con la pena,
pero ahora es infinitamente
oscura, húmeda y vacía.

Tu jardín de rojas flores,
es barricada de espinas
en mi bosque de árboles
secos, retorcidos
de arañas leñosas.

Ya nada tiene color aquí,
solo el recuerdo de tus ojos,
brilla en el juego de sombras.

Escucho a la tortuga,
verde, podrida,
moviéndose entre el fango.
Me condené a ver su andar,
eterno, irregular y constante.

Ya nada tiene calor aquí.
Extraño el fuego púbico
erizado entre tus piernas.

Me siento pequeño en lo nuevo,
asustado en esta nada,
que envenena la sangre
fluyendo en mis venas,
con tus dulces recuerdos.

Creí acabar con el deseo,
pero tu tajo sigue ahí,
desangrándome el alma.

Solo vi la puerta de entrada
en la pared del presente,
pero del otro lado,
no hay picaportes en las puertas.
Se funden en el muro del pasado.