Mi fantasma predilecto,
y esto es una cuestión de piel,
se anda sin máscara ni velo,
aparece en noches de luna vacía,
o en mi almuerzo, a la mesa.
Aún no encuentra su lugar
en esta sociedad de hipocresía.
Dice que no que da nada,
ni temor, ni miedo ni risa;
a veces, cayendo la tarde,
suele llamarme por teléfono
para, jactancioso y jocoso decirme
“Ahora que no puedes verme,
te invito a soñar augurios
o a batirte a duelo con el futuro”.
Entonces lo encuentro incorpóreo,
en esas pequeñeces de la vida,
una semilla, un fruto, una nube,
o bien en esa nada que se pierde
en el silencio de la ausencia.
Así, la búsqueda de mi realidad
acaso no sea tan profunda,
pero me sorprendo a mi mismo,
cuando mi espectro preferido
no deja de ser ese pequeño detalle
que tienen tus ojos al mirarme. |