Ese otoño mi amigo Evaristo decidió visitar a un vidente, especialista según todos decían, en ciencias de la salvación; y yo me ofrecí a acompañarlo. Es que estaba teniendo pesadillas que le causaban todo tipo de trastornos. Por ejemplo: su mujer ya no quería dormir con él porque a veces se levantaba dormido y comenzaba a luchar con sus fantasmas. El pobre veía gran variedad de monstruos que entraban por las ventanas. Durante sus batallas peleaba con todo lo imaginable: desde Cristo hasta Lucifer. Cada noche contemplaba aterrado como llegaba la oscuridad, y con ella todo tipo de bestias malditas que surgían de los rincones.
Cierta vez casi enloqueció cuando la sangre empezó a manar de las paredes, y sus endemoniados gritos asustaron a los vecinos que, alarmados, llamaron al comisario y a los bomberos. Ese día hablé con él, y fue así cómo llegamos a la residencia del manosanta que hacía años se ocupaba de casos similares.
Tuvimos que esperar durante varias horas, había muchos que estaban peor que él; y cuando por fin nos llegó el turno, el brujo nos recibió con una sonrisa amplia que reveló sus escasos dientes. Las profundas arrugas en su rostro le daban un aspecto algo travieso. Colocó sus manos en la cabeza del poseído y recitó palabras ininteligibles con una cadencia mesurada y fluida.
Esperamos expectantes el veredicto con mayor solemnidad que si estuviéramos aguardando una sentencia de muerte ante un tribunal. Entonces llegó la revelación: Evaristo era hijo del demonio, y créase o no, pude ver cómo en su frente estaban formándose unas protuberancias similares a unos cuernos que aún eran diminutos. Desesperado, mi amigo preguntó si eso tenía cura, y el curandero lo tranquilizó enseguida recetándole un extraño líquido verdoso que debía beber antes de acostarse.
Evaristo realizó el tratamiento recomendado, y a pesar de que el brebaje sabía horriblemente lo tomó todas las noches sin chistar.
Las pesadillas fueron remitiendo poco a poco y ahora mi amigo duerme como un angelito. El remedio sin duda es milagroso, pero hace unos días lo miré atentamente, y si no me equivoco, algo así como una aureola se estaba formando arriba de su cabeza, y en su espalda aparecieron unas pequeñas alitas. Yo, por las dudas, le dije que visitara al brujo otra vez; no sé mucho de pociones mágicas, pero creo que habrá que ajustar la dosis.
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