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(Cuento)

Autor. Virgileo LEETRIGAL

El labrador, luego de desayunar, acondicionó alforjas y enrumbó con un zapapico al hombro. Berta, su mujer, desde la esquina de la casa, quiso despedirlo con venias; pero al verlo ir en dirección contraria a la de rutina, exclamó:
—¡Darío! ¿Por ónde te vas?
—Voy por éste lao, hasta «Los Chuyos», a poner un mancshache (1) en la chacra de cebada que yastá madurando, y la plaga de los pishgos (2) lo puede acabar. De allí pasaré a la parcela «Monte malo» a continuar preparando la chacra para sembrar las papas. —Contestó Darío—, gesticulando para indicar que rodearía al cerro «Poyo bajo» hasta la dirección norte; y que de allí, enfilaría hacia el cerro «Los Chuyos» y parcela del mismo nombre.
—A medio día mandas al Fidel pallá mesmo, a dar agua y pasto a la vaca —ordenó.
—Bueno. Irá apenas almuerce, y yo llevaré tu almuerzo —dijo Berta. Darío asintió y reanudó su marcha.

El campesino, según su plan del día, llegó a su parcela «Los Chuyos», disponiéndose a confeccionar el mancshache. Empezó habilitando un tronco de aliso tipo horcón, cuyos segmentos de lo que fueron las ramas principales del árbol harían de piernas al invertirlo, y un madero de acople horizontal haría de brazos extendidos. De las alforjas sacó las ropas viejas, calzó en las «piernas» del horcón el pantalón azulino; y en el travesaño amarrado al tronco, puso la camisa roja y el saco celeste. Las mangas del saco, más los guantes acoplados, quedaron largas y colgantes. En el otro extremo del horcón, retiró parte de la corteza y con un carbón dibujó allí un rostro con ojos, cejas, nariz, bigotes, patillas y boca. Luego colocó el potocho (3), cuya copa la encintó con un bejuco alrededor del tronco.

Izó al mancshache sobre una collona (4), cerca al bosque de arbustos en que los pájaros sombreaban, para desde allí atacar al sembrío. Una fuerte carcajada se le escapó al observar su creación, e imaginar la figura similar que habría proyectado él cuando aún usaba ésas ropas. Le satisfizo ver que, cuando el viento agitaba las mangas del saco, parecía que el mancshache gesticulaba echando a los pájaros del área, como un buen espantapájaros.

Culminada su primera tarea, recorrió las laderas del cerro «La Púcara» hacia el oeste, llegando al «Monte malo». Allí completaría jornada, como ya dijimos, preparando la chacra para la próxima siembra de papas.


Fidel salió al medio día de su escuela, almorzó y partió presuroso para cumplir la orden de su padre que le trasmitió su madre. Rodeó al «poyo bajo», cruzó la planicie «Agujeros verdes», y subió la cuesta hacia «Los Chuyos». Desde un recodo del camino ascendente vio que el cebadal, por acción de la ventisca, ondeaba y variaba su color de amarillento verdoso a blanquecino. Aspirando aire, miró lejos, pendiente arriba; y,... sobre una roca grande, entre el cebadal, creyó ver a su padre «haciéndole señas para indicarle que no avanzara, y más bien, que regresara». Fidel, respetuoso y obediente, volvió sobre sus pasos. El día se opacaba, nubes oscuras revoloteaban cubriendo el azul escaso del cielo. Varias golondrinas volaban fugaces hacia el este. Una copiosa y ruidosa lluvia se descolgó del cerro Yanahuma. Pese a su corta edad, sabía que un ambiente así, era el preludio de la rápida llegada de la lluvia hasta su comunidad; y él, sin su poncho, aceleró el paso.

Berta se sorprendió por el pronto regreso de su hijo. El niño captó sus gestos y, de inmediato explicó, algo sofocado:
—Mi papá está en «Los Chuyos», seguro él dará agua y pasto a la vaca, porque mirando la lluvia, me hizo señas paque me regrese.
—Seguro hijito, él sabe que no podrá trabajar con tremenda lluvia, es fijo que viene para almorzar en casa —dijo Berta.

La lluvia arreció, adquiriendo características de tormenta: parecía que las nubes, oscuras y pesadas, se abrían dejando caer chorros de agua sobre los accidentes geográficos más altos del distrito El Huauco. Los rayos centelleantes se desprendían del cielo cuál hilachas de fuego para castigar la tierra. De inmediato, la andanada de truenos parecía dinamitar los cerros para volarlos en pedazos. Los más castigados eran «La Púcara» y «Los Chuyos», que adicionalmente recibieron el repiqueteo de una granizada, que en pocos minutos cubrió de hielo albo sus laderas y hondonadas. El fenómeno climatológico, cubrió los caseríos Cajén y Calconga; asimismo parajes, como: La Artesa, Shinshilpunta, Vigasmayo, Santa Rosa, La Quinuilla y Tincat; hasta remontar al cerro Wirawira. Avanzó ruidoso, bañando cerros y quebradas, por Uñigán y Guañambra; también, por las campiñas Huauco y Huacapampa, hasta diluirse por los alrededores de la capital de Celendín.

Darío se guarecía de la tormenta en su choza del «Monte malo». Sentado sobre un tronco de quishuar (5), meditaba y chacchaba (6) coca. Con los antebrazos sobre sus rodillas, chufraneaba (7) al checo (8); luego, orientaba al alambre cubierto de cal para hincar al bolo aquietado al costado de sus maxilares. Pero, luego que cesaron los rayos y truenos, la coca le sabía muy rara. El bolo, húmedo y verdoso, que antes le adormecía la cara y le calentaba el cuerpo; ésta vez, se deshacía y amargaba peor que sumo de achicoria. Por la escorrentía, y demás efectos de la tormenta, vistos en caminos, pampas y cerros vecinos, Darío imaginaba, y la coca le confirmaba, que había daños en «Los Chuyos». Además, desde dónde él estaba, escuchó la contundencia de la tormenta por ésa zona: «La coca habla, avisa, la coca no engaña», pensó. El hambre, de modo inusual, también lo inquietó: «Hasta el hambre me está tapiando», se dijo. Estimó que era hora de cerrar jornada, y por el camino de la mañana, retornó a «Los Chuyos». Había poco más de un kilómetro entre ambas parcelas. Llegó y sintió desvanecerse, ante el cuadro dramático que veía: en una chacra, las ocas y ollucos yacían con hojas y tallos triturados, entre los surcos blanqueaba el granizo almacenado. En la otra, se observaba al extenso cebadal, con tallos quebrados y espigas desgranadas. Millares de granos verdosos y amarillentos, estaban amontonados y mezclados con las esferillas albas del granizal. En otras zonas, tallos y espigas estaban apelmazados contra el suelo, como camas de manadas. Sufrió más al encontrar, en el área de pastizales, a su vaca y pequeña cría tumbadas y sin vida. Era obvio que, cuando allí llegó la muerte, la cría estaba arrimada a su madre. El cuerpo de ambas reses mostraba surcos irregulares de sangrantes quemaduras. El suelo también había sido revuelto alrededor de los cadáveres. El ambiente olía a pelos quemados. Era evidente que un rayo las había fulminado.

Así fue como Darío y familia, lo perdieron todo en un instante. Él sintió esto como el más doloroso castigo que recibía en su vida; y pensó que de la pobreza, pasaría a la miseria total. Entristecido..., y en busca de calma y resignación, descendió hacia la cima del «Poyo bajo», visualizó su casa en la lejanía, y a todo pulmón, llamó a Berta. Luego que ella la escuchó, le ordenó llevar una acémila, más lo necesario para rescatar la carne de las reses. Cuando el día ya se extinguía, en la tranquera de ingreso a su propiedad, recibió a su esposa, su hijo y dos familiares que fueron para ayudar. Berta y Fidel, lloraron abrazándose al comprobar la magnitud del daño.

Berta, explicó llorando y a todos, que no llevó almuerzo a su marido; porque Fidel le informó que creyó ver a su padre parado en el cebadal, gesticulando para ordenarle que regresara a casa, y que eso hizo el niño. «Creí que vos Darío, llegarías pronto por su tras», agregó. Solo entonces, Darío centró su atención en el espantapájaros y comprobó, asombrado y perplejo, que no estaba dónde él lo había puesto. Corrió a la loma y desde allí lo vio parado, en el lugar que indicaba su mujer. Inspeccionó el lugar dónde él lo había instalado en la mañana, y quedó más confundido al comprobar que allí estaban las astillas y demás evidencias de su trabajo.
Todos comprobaron que solo desde dónde estaba el mancshache, la visibilidad hacia los recodos del camino de acceso a la parcela era inmejorable. Entonces, quedaron convencidos de que Fidel no mintió. Todos coincidieron en que si Fidel llegaba hasta la vaca y su cría, para cumplir lo encomendado por sus padres, habría muerto también fulminado por el rayo; y que el misterioso desplazamiento del mancshache, era un milagro sorprendente y extraordinario que le salvó la vida. Tener a su hijo vivo y a su lado, fue el consuelo más valioso para Berta y Darío, en ese momento angustioso y dramático.

Tiempo después, el mancshache dejó de espantar pájaros. Las aves se le posaban por doquier, hasta una pareja de pájaros rocoteros anidó en restos del raído saco. El mancshache había muerto. Darío recogió la cruceta de maderos, que pese a la intemperie, se conservó bien. Berta lo instaló en un lugar especial de su casa. Le rezaban casi a diario, agradecidos por el milagro, y solicitándole ayuda para superar dificultades. En pocos años la familia prosperó, compró una casa en Cajamarca y se mudó para allá.

La comunidad animosa, adoptó la cruz y construyó su capilla. Así, la gente recuperó mucho de la fe perdida por continuas y múltiples decepciones y frustraciones.

Cada mes de mayo, en que se celebra la «fiesta de las cruces», hay procesión para la del pueblo, en el que el tiempo parece haberse detenido y no hay signos de progreso alguno... Pero los cristianos crédulos continúan allí..., sobreviviendo y cargando su decorada y, cada vez, más pesada cruz.

Glosario:
(1) Mancshache: Espantapájaros.
(2) Pishgos: Pájaros.
(3) Potocho: Sombrero viejo.
(4) Collona: Aglomeración artificial de piedras..
(5) Quishuar: Especie de árbol en inminente extinción.
(6) Chacchar: Masticar
(7) Chufranear: Acción de meter y sacar un alambre (chufrán) al interior del checo.
(8) Checo: Pequeña calabaza portadora de cal.

Texto agregado el 20-07-2011, y leído por 315 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-08-2011 Cuento con rico contenido rural y campesino. El autor hace bien en incursionar en un medio dònde abundan historias en espera de ser rescatadas y contadas. Sorprendente la actuaciòn del personaje "el mancshache", finalmente reencarnado en una cruz que moviliza a todo un pueblo neoescribidor
21-07-2011 Buen relato glori
20-07-2011 Muy buena narrativa. albaclara
 
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