Amanecía cuando llegamos. El sol ya comenzaba a derretir la escarcha de los charcos en la calle empedrada. El silencio era casi absoluto; sólo se oían nuestros pasos sobre las hojas muertas mientras avanzábamos por el sendero que conducía a la desvencijada casa.
Apenas entramos, la humedad y el frío del ambiente nos calaron hasta los huesos. No nos atrevimos a tocar el mobiliario sucio y derruido. Las cortinas sólo eran miserables harapos, y sobre la mesa, un raído mantel rojo era el único toque de color en la penumbra de la tétrica sala.
Nadie quería subir las escaleras que estaban cubiertas con el polvo de varias décadas. Finalmente me decidí, y mientras subía los peldaños que conducían a la oscuridad del piso superior recordé el extraño llamado telefónico que había recibido días atrás, en el que me informaban que era la destinataria de una herencia.
Quité algunas telarañas y escuché a mis amigos bromear tratando de aliviar la tensión que sentían. Sin embargo, no se atrevieron a seguirme. La linterna titilaba en mi mano, y en ese instante sentí que nuestra aventura me estaba causando malestar. Pensé seriamente en renunciar a la casa que había heredado y a todo lo que se hallara en su interior.
El abogado que me había entregado las llaves de la propiedad cuando concurrí a su estudio nunca me habló del estado deplorable en que se encontraba.
Los ruinosos pisos de la planta alta crujieron bajo mis pies; tuve miedo de que no sostuvieran mi peso. Hice memoria intentando recordar el nombre de la persona que me había efectuado el legado sin conseguirlo. Avancé trastabillando y alcancé a ver un roedor ocultándose tras unos trastos viejos. Grité, y los demás interrumpieron expectantes sus risas nerviosas.
No ocurre nada, les dije. En ese momento, lo vi. Fueron sólo unos segundos, pero huí espantada, mientras mis amigos me seguían.
Ya en el interior del automóvil, aceleré y luego de algunos minutos pude recuperarme.
-¿Qué viste?-Me preguntaron
-No estoy segura-Contesté.
Y cuando miré por el espejo vi que en el asiento posterior, en lugar de mis amigos, un ser deforme y espantoso me ofrecía su desdentada sonrisa…
Perdí por un instante el control del vehículo pero logré dominarlo y estacioné en la banquina. Bajé espantada y con el corazón palpitando desesperadamente. Observé el interior de mi automóvil tratando de divisar al horrendo monstruo. Nadie se encontraba allí. Miré hacia todos lados. Nada. Intenté calmarme pensando qué hacer a continuación.
A pesar del terror que sentía decidí regresar caminando para reencontrarme con mis amigos. Cuando llegué no los vi por ninguna parte y entré nuevamente a la casa esperando hallarlos allí. Ni bien lo hice las puertas y ventanas se cerraron, comencé a gritar y luché cuanto pude con las cerraduras, sin resultados. Desesperada, subí con la esperanza de descubrir alguna salida arriba. En ese momento recibí un golpe en la cabeza y me desmayé.
No sé cuánto tiempo estuve sin conocimiento, tal vez una eternidad. Cuando desperté oí que alguien subía por las escaleras. Al verme gritó horrorizado, y salió corriendo de la casa. Yo lo seguí y conseguí subir a la parte trasera de su auto, pero a los pocos metros el conductor se detuvo y huyó despavorido.
Respiré aliviada al notar que había escapado de la casa, pero cuando me miré en el espejo no vi a la joven heredera, sino a un ser deforme y espantoso que, perdida ya toda su cordura, profería un grito enloquecido.