Almohadones… luz vaporosa,
licor suave, la semilla de un durazno.
Caleta de milagros en un simple aposento.
Una férrea frontera que separa la rutina.
Rosado amanecer en sábanas negras,
una eternidad, sin tiempos ni dinero.
Labios brillantes que dejan cursivas,
consonantes, en la tersa osadía de la piel.
Momento difuso, de ideas ausentes,
(como si pudiesen ser necesarias),
y todo no es otra cosa, que el susurrar
de dimensiones opuestas y yuxtapuestas.
Tal vez un despertar no siendo un escape,
o un juego donde no abruma el silencio.
Olvidos de invierno, renacidos en verano,
y esa gota que, para el sibarita apetito,
vierte el durazno y resbala sobre el mentón,
arribando, con irreverencia, hasta la lengua.
Solo así, las cosas, se vuelven humanas.
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