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Inicio / Cuenteros Locales / 1947 / Mi trabajo Autor: Luis Díaz, Montevideo, Uruguay.

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Hasta allí llegué. Jefe de Departamento luego de 30 años de Servicio. Al principio tiraba mis ideas libremente y poniendo todo de mi ante las preguntas de los superiores. Con el correr de los años comencé a hacerme el tonto, reservado, respuestas banales que no eran las que estaban dentro de mi cabeza, en las reuniones de caciques a las que me citaban. El de abajo con mísero sueldo, asesorando a los de arriba con compensaciones extraordinarias, viajes y privilegios de todo tipo. Por 25 años fui el tipo carenciado de ideas por mi autocastración interna. De vez en cuando largaba una buena, pero en muy escasas oportunidades, cosa de que fuera más el efectismo que el beneficio que aportaba a los privilegiados y a la Institución. Durante todos esos años me especialicé en el oficio de hábil declarante, leí al principio artículos de Internet, luego libros de psicología y afines. En verdad me preparé muy bien en el metié, pero se me fue haciendo borrosa mi especialización verdadera en la Empresa. Traté de profundizar en como engañar sin ser descubierto y a su vez acumular la mayor cantidad posible de conocimientos en forma autodidacta acerca de mi especialización. Me dio resultado por muchos años, pero como ya mencioné me fui destetando de mi profesión. A su vez comenzó a crecer en mi un sentimiento al principio de rencor leve, pasando luego a rencor acentuado y finalizando en un profundo odio hacia los caciques aventureros, roba ideas y sin escrúpulos de tipo alguno. Me comenzaron a aparecer nanas, hipertensión, paranoia, dificultades para apreciar la realidad, mal humor en el trabajo y en mi casa, entre los principales. Esto último perjudicó notoriamente mi relación de pareja y con mis hijos, al punto que cuando llegaba del trabajo, me evitaban y en los momentos de permanencia en conjunto como la cena por ejemplo, más bien que una comida en familia, era un velorio. Comencé a beber whisky del bueno y del no tan bueno. Me alegraba y mejoraba mi carácter en casa. Y también me pegaron una ola de reproches sobre todo de mi compañera. No podés seguir así, tendrías que haber hecho valer tus derechos desde el principio, haber marcado la cancha, para no caer en esto en que te metiste desde hace un tiempo, me decía la pobrecita. Es verdad, mi timidez, cobardía, o algo de mi que no conozco, me hacía decir a todo que sí y estar a disponibilidad de las reuniones, a pesar de mi alegría inicial y luego mi rencor y odio interno, que en ningún momento manifesté frente a quien tenía que hacerlo. Soportaba estoicamente las sonrisas y miradas sarcásticas de las primeras reuniones y las actitudes de lástima, reproche o no se como expresarlo, de los caciques en las últimas reuniones. Se jubilaban los caciques con remuneraciones más que aceptables, mientras yo, enclavado en mi modesto puesto, pensaba con angustia los mendrugos que me iban a tirar una vez retirado. Mi gran ilusión fue el tomar conocimiento de un concurso para Director de División al que entusiastamente presenté mis méritos. Estoy seguro de ganarlo y por fin estar en el lugar que me merezco. Para mi sorpresa, a los pocos días me llaman de personal. A la que creía buena compañera me expresó que hiciera de cuenta que el llamado a concurso no había existido y me rompió mi hoja de inscripción en mi propia cara. Pero no sabe que guardé el talón que da constancia de mi inscripción a dicho concurso. Luego me enteré que para el mismo se había inscripto otra persona que era el pollo del Director General para ocupar el cargo de Director de División. Y efectivamente lo ganó en un llamado posterior que sólo se enteró dicha persona. ¿Qué desprolijo, no?. Mi odio e ingesta de bebida fue en aumento hasta límites insospechados. Toda esta historia se la conté con lujo de detalles a la psiquiatra de la Mutualista y recibí como cura total, pastillas y más pastillas y algún ¿Cómo se siente hoy? ¿Qué va a llevar? Al estilo almacen, o mercería. Sólo eso puedo hacer por usted me dijo. Necesita terapia, pero ésta es particular y por supuesto paga. Me dio su dirección de consultorio y honorarios, a los que no puedo pagar. Mi deterioro psíquico fue acelerado. Terminé en una casa de Salud, mirando las paredes, el techo y contando los ladrillos de ellas, que reiteraba todos los días porque dudaba de contadas anteriores. Me motivaba llegar a cuantos ladrillos exactamente tenían. Podía informar sobre el robo de ladrillos al construir las paredes de forma de beneficiar al Psiquiátrico. Mi familia la veo esporádicamente, están unos minutos y luego huyen. Anteriormente concurrí a Alcohólicos Anónimos, sin resultados satisfactorios. Ahora tengo un amigo enfermero que a cambio de unas moneditas u otros favores me trae whisky barato que tomo en el jardín, escondido atrás de unos matorrales. Espero volver al equilibrio para reingresar a mi trabajo y volver a ser el asesor de las penumbras. Pienso comprar un arma para hacer valer mis derechos. Mi vida sentimental puedo reencauzarla con alguien de aquí que gusta de mí. Escribo cartas con contenidos técnicos a mis compañeros de trabajo y a pesar de no haber recibido contestación alguna hasta ahora, estoy seguro que me sacarán de aquí y me restaurarán en mi puesto.

Texto agregado el 15-07-2011, y leído por 84 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-07-2011 Fue grato leer la historia, que cabe a muchos =D MIS CARIÑOS dulce-quimera
15-07-2011 Me ha gustado. Siento especial encanto por este tipo de narraciones en las que hay una especie de diàlogo entre el personaje y yo. Me cuenta su versión y yo hago la mía. Carmen-
15-07-2011 Ameno e interesante. siemprearena
 
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