Despertó con la sensación de haber interrumpido un sueño importante. Los rayos de sol reflejaron el polvo que danzaba en el aire. Otra vez había olvidado correr las cortinas. Cubrió su cara con la sábana, pero no pudo dormirse nuevamente y, fastidiado, se levantó. Tomó una ducha, desayunó frugalmente y salió rumbo a la facultad en su viejo automóvil.
Era una mañana calurosa; tal vez por ese motivo sentía la cabeza un poco embotada. Además no había descansado lo suficiente, pensó.
En el trayecto se detuvo a cargar combustible y estuvo esperando una eternidad. Cuando por fin llegó al surtidor, lo invadió una repentina náusea. A pesar de todo siguió su recorrido, aunque sin saber por qué, eligió un camino diferente ese día.
No llevaba reloj, pero pensó que era temprano, por eso decidió detenerse nuevamente en otra estación de servicio para hacer revisar el aire de los neumáticos. Quiso tomar un cafecito y una aspirina mientras esperaba; tal vez le harían bien.
Compró un periódico y se dispuso a leer las noticias del día. En ese momento se apoderó de él una sensación de irrealidad. Pagó su café y observó a la camarera; no era la misma que lo había atendido cuando llegó. Comenzó a sentir frío; carecía de un abrigo apropiado.
Un empleado le entregó las llaves de un vehículo desconocido. Hizo el reclamo; sin embargo al sentirse ridículo y torpe, terminó subiéndose al lujoso auto. Cada vez más perturbado continuó el viaje y, mientras avanzaba divisó edificios y comercios que no conocía.
Pronto comenzó a llover. El interior del coche estaba helado. Encendió la calefacción y los cristales se empañaron de inmediato. La extraña sensación persistía cuando llegó a su destino. Pensó si se habría equivocado porque la universidad no estaba allí; avanzó unas calles más sin resultado.
La lluvia se transformó en granizo y luego empezó a nevar intensamente. Decidió regresar a su casa preguntándose si estaría enfermo.
Al llegar vio que su vivienda era diferente, había sufrido un gran cambio; se había convertido en una lujosa mansión. Entró y tuvo dificultades para reconocer el lugar. De pronto vio la biblioteca; su libro favorito estaba ahí, pero al abrirlo, notó las hojas ajadas y amarillentas. Se miró en el espejo. Sorprendido vio sus cabellos canosos y las arrugas en el rostro. Sobre el escritorio, algunas fotografías enmarcadas le revelaron la verdad. Reconoció en ellas a su esposa, hijos y nietos. Recordó las múltiples ocupaciones y tantas metas perseguidas buscando la felicidad. Entonces comprendió que la vida pasa demasiado rápido. Tal vez no se había dado tiempo para vivir.
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