Este calor me está matando. Quién me mandaría a echarme a caminar en vez de esperar la guagua. Aunque estar esperando a pie firme bajo el sol… la verdad, no sé qué habría sido mejor.
Llevo caminando casi una hora, sudando como un cochino y ésta jodida carpeta que voy cargando llena de papeles ya me tiene harto. Sino fuese porque los necesito ya te diría yo donde iban a ir a parar.
Decidido. Paso de todo, de las prisas, de los papelotes, de todo. Me voy a incrustar en el primer bar que encuentre y, me meteré, entre pecho y espalda la cerveza más fría que me puedan dar.
Todavía sigo caminando por esta carretera con apenas acera y no veo un jodido bar por ningún lado. ¡Basta que busques algo para que no lo encuentres, joder!
¡Vaya! Ahí veo uno; o mejor dicho; veo el cartel en forma de bandera. Ahora lo que necesito es que esté abierto porqué con la suerte que tengo…
Pues sí, está abierto. Aunque si no es por el cartel podría pasar de largo con toda facilidad al confundirlo con la fila de casas terreras que se encuentran pegadas a ambos lados. Casas, todas, prácticamente iguales.
Un pequeño muro delantero tirando a viejo, las lógicas puertas de hierro rancio y otras de madera aún más veteranas. El muro separaba la calle en sí, con lo que es el edificio, quedando como un pequeño patio delantero y que dejaba paso a una fachada de pena. Pero mientras tenga cerveza fría a mi me da igual la pinta que tenga esto por fuera. No aguanto éste calor.
Joder, no sé donde hace más calor, si fuera o dentro. Parece que lo segundo. Quizás por ser una casa de una sola planta y estar todo el día expuesta al sol por todos lados. Y encima no hay ventilador que mueva el aire aquí dentro.
Pero me da lo mismo, yo lo que quiero es una jodida cerveza bien fría y sacudirme de encima este maldito calor.
--¡Buenos días! Me pone una cerveza bien fría, por favor --le dije a quien supuse era el dueño mientras intentaba acomodar i rechoncho culo en un taburete de madera anciano y chirriante.
--Eso está hecho, amigo --contesto al tiempo que, de dos zancadas venía hacia mí desde el otro lado de la barra (que no era muy larga)
--Aquí tiene, joven. ¿Quiere vaso frío?
--Por favor
La pregunta me parece tonta, pero bueno, para gustos…
Entre lo fría que está la cerveza y lo frío del vaso se ha formado una pequeña película de escarcha en la superficie, que todavía dura después de haberme bebido casi todo de un solo trago ¡Qué maravilla, qué rica está cuando se tiene calor y sed! Solo por esto, por este gustazo, es que paso de la pinta del antro.
Paso de la barra donde me apoyo, de frente azulejado, lleno de desconchones y de azulejos enteros en algunos sitios.
Paso de la superficie de madera envejecida por el tiempo, maltratada por los clientes borrachos o con mala leche que se dedican a grabar o dibujar lo primero que su corta o inexistente inteligencia les permite. Qué decir de la impronta dejada por las innumerables colillas.
Paso de las dos pequeñas mesas con dos sillas cada una, igualmente de madera, que como la barra, estaban pidiendo la jubilación a gritos. Envejecidas, maltratadas, quemadas, grabadas y llenas de mierda. Paso de unas puertas y ventanas totalmente acordes con el resto del local.
Paso de la carpeta con mis papeles importantes, paso hasta de mi. Sólo me interesa una cosa: mi cerveza.
--Jefe, me pone otra
--Eso está hecho, aquí tiene, que la disfrute, que con este calor…
Parece buena gente este tío, alto, medio barrigón y aunque al hablar da sensación de ser algo bruto su cara parece amable.
Llevo un rato aquí, y esos dos tíos empiezan a joderme la paciencia. Al principio no las oía pero con su borrachera han ido aumentado el volumen de la discusión y ahora se les oye a cien metros ¡Joder, qué griterío! Y la discusión va a más. Aunque si lo miro bien me resulta hasta divertido.
¡Hay que ver! Con el calor que hace y una borrachera pegada a ellos como si fuese sus sombras, están discutiendo sobre quién de los dos tiene más huevos.
¡Coño, con el calor que hace no creo que nadie tenga huevos porque se nos han frito a todos. Así que si ellos tienen algo, que den gracias y que lo conserven.
El dueño, el camarero o ambas cosas, con cara de noble, el mismo que me ha servido dos cervezas, está ahora apoyado en la mesa donde los borrachos discuten. No ha debido gustarle que uno de ellos diera un puñetazo en la mesa y, no tiene precisamente una cara muy noble sino todo lo contrario, su cara parece el vivo retrato del ser más diabólico hecho en piedra que se me pueda ocurrir.
Algo les está diciendo en voz baja. No me entero de nada pero ha de ser algo interesante por la expresión que ponen. No les noto miedo, ni enfado y sí, interés y curiosidad sobreexagerada por el coloque que llevan.
Veo que se levantan con esfuerzo y algo de ayuda por parte del dueño. Y encarándose a la puerta que se les indicó empiezan a caminar como si se enfrentasen a un huracán cuyos vientos soplaran en contra. O era eso o querían tomarles las medidas al bar.
--Vamos, te voy a enseñar lo que es tener los huevos bien puestos --le dijo un borracho al otro con una lengua espesa como el cemento a medio fraguar, y pesada como un Jumbo a plena carga. Mientras, traspasaban el umbral de la puerta que se les señaló, seguidos por el “cara noble”
--Joder con estos dos
¡Coño, me a asustado este tío! Ha salido y cerrado la puerta sin enterarme.
--Deja ver si se les quita toda la mariconada y la bobería, aparte de la borrachera, claro, y me dejan en paz de una vez pues la misma canción todos los días ya cansa.
¡Estoy alucinado! Me está hablando y al mismo tiempo está cerrando las ventanas y la puerta, no sin antes haber encendido la luz, casi a la misma velocidad que habla.
--Toma, chaval, una cerveza bien fría. Esta te la invita la casa, no te preocupes, no pasa nada, sólo he cerrado para que no entre nadie. Serán sólo cinco minutos pero si entra alguien no puedo atenderlos. Tú me entiendes, ¿verdad?
¡Y se va! Y yo me quedo aquí con cara de gilipollas y la boca abierta, avasallado por toda la palabrería y energía que este pedazo de cabrón transmitía; y ahora me tengo que joder y quedarme aquí, esperando a que abra la puta puerta para largarme a toda leche.
Por lo menos tenía razón, la cerveza está fría. Intentaré relajarme hasta que vuelva, no me queda otra.
Aunque ni siquiera mirando a mi alrededor y viendo la máquina de tabaco que era de la época de la reconquista, por lo menos. Ni las marcas evidentes de humedad en las esquinas del techo, ni el hermoso desconche de una de las paredes que dejaba entrever el grisáceo de la tabica, ni siquiera la mierda acumulada en la maquinaria de dentro de la barra hacia que el miedo que empezaba a sentir se desvaneciese. Al contrario, iba en aumento.
¿Eso qué fue? Casi me caigo del susto ¿Ese ruido? Parece como el escape de una moto cuando se dedica a dar petardazos. A lo mejor ha sido uno de los borrachos que ha tirado algo ahí dentro.
He brincado de la butaca, al igual que brincaría un resorte liberado de la presión a la que es sometido de manera repentina, y me encuentro de pie junto a la barra mirando a la puerta del suspense.
He vuelto a oír el ruido o petardazo de antes. Del miedo que tengo el estómago se me ha convertido en una pelota de golf. Enciendo un cigarro y ya no sé cuántos van. Tengo que procurar relajarme o me dará algo. Lo más seguro es que esos dos se estén dando de tortas y así resolver ese asunto de huevos del que hablaban, aunque también puede ser que el “cara noble” les esté quitando la borrachera a base de hostias para lograr que le dejen tranquilo.
Ya sale el dueño, cerrando la puerta detrás de él. Y sale solo, no me gusta eso. Se ha metido detrás de la barra limpiándose o secándose las manos con un paño… ¡blanco! Impoluto ¿Qué coño hace éste tío con un trapo blanco y limpio como la nieve recién caída? Pero si aquí la mierda es la reina.
Siento ganas de descojonarme de la risa, pero ese mismo detalle del trapo, tan chocante, hace que mis recelos aumenten.
--Toma, amigo. Échate otra cerveza, la verdad, no sé cómo has aguantado este calor aquí dentro -- y dándose media vuelta se va con su blanco trapo sobre el hombro y abre las ventanas y las puerta del bar.
Espero que haya unos cientos de clientes esperando para entrar, así me sentiría más tranquilo y sería más fácil marcharme.
Nada, ni uno. No entra nadie, ¡hay que joderse, vaya suerte!
--Supongo que tendrás curiosidad por saber qué ha pasado ahí detrás, ¿verdad?
Absorto en miles de pensamientos en tan sólo unos segundos ni me he enterado de que tengo al este tío delante, pero con la barra de por medio.
--Pues la verdad… sí.
En décimas de segundos mis ojos han recorrido cientos de veces la figura del hombre que tengo delante, de pies a cabeza y viceversa. Intento encontrar algo que me diga a que tengo que enfrentarme, pero no encuentro nada. No veo nada raro, sólo sus ojos, les noto un brillo raro. Su cara y expresión sigue siendo igual de noble que al principio, pero los ojos ahora no me cuadran. Aunque, claro, tampoco me cuadra la rapidez con la que pienso en estos momentos, ni que me haya tomado cuatro cervezas y siga en pie. Y sobretodo, no me cuadra la tranquilidad que siento.
--Sí, es normal. La curiosidad pica y arde como la picadura de un avispón, hasta que no quedamos satisfechos.
--Sí, pero la curiosidad mató al gato.
--También es verdad, pero esa fue una espina que no se llevó a la tumba.
Estamos hablando, mirándonos fijamente. Yo no sé lo que querrá ver pero yo intento leer lo que está pensando. Según he oído, mirando fijamente a los ojos de la gente se sabe lo que piensan, ¿no?
¡Y una mierda! Yo no veo nada, sólo ese brillo “raro” que no entiendo lo que puede significar.
--Bueno, supongo que se habrán dado de hostias hasta cansarse… y a dormir.
--Casi --y sonríe el cabrón-- La verdad es que ya estaba cansado de todos los días lo mismo, los mismos borrachos, la misma discusión tonta, el mismo jaleo sin sentido. En fin, que me cansé de siempre lo mismo y hoy les propuse un juego donde se decidiría cuál de los dos tenía más cojones. Un juego donde sólo uno sería vencedor sin discusión. Y para picarles aún más, yo también participaría.
Evidentemente tengo que preguntar.
--¿Y qué juego es ese?
--La ruleta rusa.
Mi mandíbula está en el suelo, mis ojos están rebotando como dos pelotas locas entre el suelo, las paredes y el techo. Mis huevos ya están en casa y yo me he vuelto transparente.
--Pues sí, les propuse jugar a eso y me dijeron que sí encantados. Lo que olvidé decirles es que a la ruleta rusa se juega con un revolver y una bala, y nosotros jugamos con una pistola y el cargador lleno, por supuesto, empezaban ellos y como ves, sólo hay un vencedor indiscutible, yo.
Reacciono cuando el cigarro que me estoy fumando intenta apagarse entre mis dedos y, mientras intento aliviar el dolor de la quemadura a base de chupetones, después de haber sacudido la mano y de que la colilla saliera volando a saber donde, oigo al tío que empieza a reírse, y venga a reírse y se descojona. ¡será posible!
--¡qué cara has puesto! ¡Qué cara!
Y más se ríe.
--¿Te lo creíste? --y siguen las risas.
No sé qué cara tendré, pero viendo a este tío reírse, la verdad es que tiene que ser todo un poema.
¡Qué hijo puta! ¡Pero si está llorando de la risa! Me cago en la madre…
--Pues la verdad es que sí --le digo dándole un poco la razón como a los locos y un mucho a su acierto.
Noto que mi cara está ardiendo tanto por la vergüenza como por la rabia que siento al haber sido victima de semejante tomadura de pelo. Soy un gilipollas.
El “cara noble” de las narices se lo está pasando en grande a mi costa pero, yo sigo diciendo que hay algo raro, algo que no me gusta nada y que hace que los pelos de mi cogote estén tan erizados que hasta me duelen. Así que aprovechando que el hombre está de buen humor intentaré irme sin que se note mucho que quiero salir por patas.
--Bueno jefe, si me dice qué le debo… porque todavía tengo que hacer un par de cosas y se me hace tarde --malo, el tono de voz me ha salido raro y poco convincente.
--Nada muchacho, nada. sólo por verte la cara vale la pena invitarte --y sigue partiéndose el culo.
He cogido mi carpeta con rabia disimulada, sin perder de vista los ojos del dueño y más miedo siento, no me gustan nada. Enfilo la puerta del bar e intentando no correr, empiezo a caminar hacia ella mientras sigo oyendo las risas que lo único que hacen es cabrearme aún más de lo que estoy.
Me detengo a un metro escaso de la puerta, me he parado en seco. Mi cuerpo se estira hacia arriba y se curva lentamente hacia atrás, como si quisiera tocar el techo con la cabeza. Mis pulmones no cogen aire y la radiante claridad que se veía a través de la puerta ha desaparecido dando paso a una oscuridad más negra que el sobaco de un cuervo.
Pero todo esto a durado apenas un segundo. Ahora todo vuelve a ser normal, a no ser por el picotazo que he notado en el mismo centro de la espalda, que duele, quema, más bien, abrasa, mi cuerpo por dentro.
Me viene a la cabeza un comentario que hizo el “cara noble” cuando estaba abriendo la puerta del bar y al cual apenas presté atención pero que ahora llena mi cabeza. Se refería a que se había colado un avispón en el interior del local.
Sí, eso tiene que ser. Seguramente me crucé en su camino hacia la Luz del día y mosqueado me clavó su aguijón, llenando mi cuerpo de veneno. Un veneno que tiene que ser fuerte porque sus efectos son muy extraños y no me parece haberlos oído nunca.
Intento seguir mi camino pero no puedo. Estoy paralizado. Ya no siento ese calor asfixiante que he tenido durante todo el día sino más bien un poco de fresco, frío, diría yo. No siento ese miedo diarreico que me ha tenido encogido el estómago, al contrario, me encuentro en un estado de tranquilidad y relajación del carajo.
El deslumbrante hueco de la puerta tiene un movimiento de vaivén un tanto extraño pero a su vez no deja de ser hermoso. Va y viene, va y viene, es como si estuviese latiendo a medida que la oscuridad aumenta a su alrededor y la claridad se va alejando.
Sí, a lo mejor me ha picado un avispón.
Sí, a lo mejor se me pasa pronto todo esto
¿O a lo mejor no?
|