Llegó el joven agotado, tras días, quizá semanas, sin dormir. Su cuerpo, lleno de moratones, le pedía descanso, aun así su obstinada mente le instaba a seguir. Nadie sabía el porqué, aunque poco importaba: estaba solo en el idílico bosque, rodeado únicamente por árboles, pájaros e insectos, seres que no se paran a pensar, simplemente existen.
Sus músculos estaban rotos, lo único que le movía era el deseo irrefrenable de su mente y el impulso del pasado. Un paso, y luego otro, aunque llegó un momento en que la inercia llegó a su fin y cayó. Aún en el suelo se arrastró unos metros pero se acabó rindiendo, presa de la extenuación.
Al rendirse, cerró los ojos y cayó en un sueño tan profundo que no se despertó ni siquiera cuando los insectos empezaron a subir por sus costillas y por su cuerpo. Tampoco se despertó cuando la tierra le cubrió y la hierba creció sobre él. No, solo despertó tras mucho tiempo reposando, cuando los insectos lo devoraron y se encontró inmovilizado por la tierra mientras sentía cómo, impotentemente, le arrancaban la piel a mordiscos. |