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"La felicidad es una capacidad. Una actitud. No un cúmulo de instantes de euforia que se marcan en la memoria del corazón, como dicen algunos. No, mi querido Rafo. La felicidad tiene que ver con la voluntad del individuo de sobrevivir a los desastres que él mismo se causa. La voluntad del poder, escribiría Nietzsche. La felicidad es recoger los añicos y pegarlos, no para reconstruir, sino para construir nuevas formas, distintas de aquellas que se quiebran. Por ende, la creatividad es camino de la felicidad. La creatividad alumbra. Renace. Reinventa al ser. Lo llena de goce. Crea, cuesta, como cuesta llegar a ser felices. Por eso, Rafo feliz, aunque sumido en una infelicidad que linda con el cinismo, me hablas de ontogénesis, y yo te contesto recordándote que el sufrimiento es a la felicidad como el día a la noche, que sin uno, el otro no es, que negarnos lo que nos ha tocado por naturaleza es un atrevimiento. Un desafío a Dios, en mi caso, es un manojo de estrellas que brillan lejanas. Pero brillan. Y siguen brillando detrás de esa cosa turbia y molesta a la que hemos llamado realidad. No confundamos el sufrimiento vital con ese otro sufrimiento que se presenta según las leyes del cristianismo como el camino al cielo. No. El primero es proactivo. Productivo. El segundo pasma el espíritu. Y marchita el cuerpo demasiado pronto.



Observo, en estas décadas, de postpensamiento, una recurrente postura nihilista, un ánimo pésimo, un humor ácido, biliar: estoy en este mundo y eso me cuesta, porque aunque soy único y distinto, soy hijo de mi madre e hijo de mi padre, y aunque soy único y distinto, a ellos debo culpar por haber nacido. Soy infeliz porque he nacido. Soy infeliz porque me han nacido. Freud nos hizo demasiado daño, pues puso rostro a la decidia del ocioso, a la debilidad del enclenque, al morbo del retorcido, a la envidia del miserable, al facilismo del cínico. Y ahora debemos culpar a los demás de no ser rústicos ni elementales, pero sí neuróticos. Neuróticos hasta la infelicidad compartida. Suena bien eso de neuróticos. Pero en la realidad, se trata de un término profundamente peligroso. Uterino y lunar. Por ende, caprichoso. Inestable. Inmaduro hasta la indigencia. Es Freud y son los cuentos esos donde las hadas protegían a las princesas y los príncipes siempre llegaban para quedarse. Hemos ido a dormir desde que tenemos uso de razón escuchando historias que siempre terminaban bien y siempre era para siempre. Incluso cuando el lobo se comía a la abuela, encontrábamos la forma de abrirle el estómago y traer nuevamente a la vida a esa pobre vieja. Y luego crecemos y están las telenovelas, valles de lágrimas en salones de cartón, pobres mujeres vírgenes a las que les hacen barrigas, que sufren, heredan y obtienen la felicidad como si se tratara de un sorteo de Wong. Terminan siempre en el altar, vestidas de blanco, rodeadas de todo lo que se supone hace feliz a una mujer. Y a la teleaudiencia. Y todos los malos están presos o muertos, o han quedado parapléjicos. Y claro, pobres. Y la infelicidad se ha quedado con ellos.



Ay, Rafo, qué puedo contestarte si dices que estamos obligados a soportar a los demás y que ésa sea quizás nuestra peor condena. Puedo decirte a ciencia cierta que la peor condena es soportarse a uno mismo. Créeme, Rafo: los demás siempre serán los demás.



Hay personas que han nacido para ser infelices a pesar de todo lo que la vida les ofrece. Y hay personas que han nacido para ser felices, a pesar que viven llorando y rumiando angustias. A pesar que a veces el mundo es demasiado grande y las pequeñas distancias, implacables. No pro gusto Neruda escribió lo siguiente: "Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas."



En fin. Si tuviera que aparentar, ya que preguntas, aparentaría un poco de infelicidad, pues está claro que la infelicidad ajena da náuseas, empalaga, perturba. Tú mismo me lo confirmas. Pero prefiero no aparentar aunque haga las veces de mujercita cursi, prefiero aceptar que puedo ser cursi, que amo, que lloro, que sufro, que me duele, que extraño, que lucho, que caigo, que me espanto, que no duermo, y que la presión se me baja cada cuanto, y que por todo esto, seré, alguna vez, feliz."





Josefina Barrón, Blog "La Oveja Rosa".

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Texto agregado el 12-07-2011, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


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