Estoy terriblemente cansada, parada en un balcón en un octavo edificio. Veo como el humo de mi cigarro se aleja de mí, y si veo un poco más allá, veo luces, veo edificios apagados, veo un caminante solitario, y veo un par de carros pasar. De repente y si miro de frente, veo una línea blanca en el cielo tan oscuro, a dónde irá a parar. (Odio las rimas). Veo también un par de estrellas que tintinean y cantan a lo lejos, pero sólo una tiene más colores de los que alguna vez alguien logró ver, además de tú y yo.
Tengo frío, los pies descalzos, estoy sin una casaca que me abrigue, y aunque la tuviera, no me la pondría. El frío me atrae a sí.
No sé a dónde nos lleva esto. Me siento una Eloisa, una Julieta que perdió su balcón, porque lo destruyó a patadas y puñetes que aprendí en mis clases de Muay Thai. Son cartas respondidas al aire, mensajes sin remitente y sin destinatario, son olas del puto mar. Ya no sé cómo pasaron las cosas, sólo sé que sucedieron y se quedaron ahí, que estamos dónde estamos, estamos aquí por falta de aliento, de besos, y latir de un sólo corazón. Quizás y nos pensamos al mismo tiempo, en melodía y coordinación extraordinarias, como fue de extraordinario nuestro encuentro furtivo en años que ya no están. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. No sé cómo nos pensamos, sé que no de la misma manera, sin duda. Ya no te quiero, es cierto, pero cuánto te quise. Llegué hoy a la conclusión que no me cautivaste, que no pronunciaste un conjuro calculado y estudiado para atraerme, no fue un estudio de mercado, no fuiste tú, ni fui yo. Sólo fuimos, sólo tuvimos que ser. Digamos que –tan cursi como suene- we were meant to be. But we were, certainly, we were. Quién nos entiende.
Ahora cada personaje toma su camino, unos oscuros, unos claros, de vez en cuando un claroscuro. Ya no queda la magia, y si queda, está escondida en algún lugar que no busco, y que no pretendo encontrar. De repente, por las casualidades de la vida, la encuentras entre tus cosas perdidas, entre sueños de un ayer, entre cosas que no quieres. Y si es así, guárdala, escóndela en un baúl con cerrojo y candado, saca un poco para ti y para lo que sea que venga, y mándame un poco a mí para encontrar las ganas que hoy el cansancio ciega en lo más profundo de mi cerebro fatigado por tanta sinapsis que nunca sirvió.
Queda, sin embargo, algo que nunca nadie nos podrá quitar.
Un beso infinito para el amor que en la carrera tropezó, y por vergüenza y miedo, no se volvió a levantar.
Es tan corto el amor y tan largo el olvido. Y, ¡dios! Qué largo fue.
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