Hace un tiempo conocí a alguien que no era real. Alguien que dio la vuelta a mi mundo, lo puso de cabeza, lo hizo rodar tres veces hasta marearse. Increíble, y pensar que este alguien no existía.
Un mundo normalmente redondo, muy redondo y esférico lo convirtió en un cubo de papel, con lengüetas de las que despojaba el pegamento, y volvía, de repente, un mundo plano, cuadrado y plano. Todo se veía más claro ahora, desde arriba, desde un punto de vista más panorámico, todo tenía sentido si se veía así. Sigo pensando que es increíble, hecho por alguien que nunca existió.
Luego me ayudó a pintarlo de muchos colores, de los colores que yo quise. Pinté de negro el fondo, siempre dijeron que si algo tenía un color oscuro, se vería más profundo. Pinté el suelo con rayas, desordenadas, de colores que combinaban. Y pinté la parte que sería el techo con escarcha y gotitas de colores, para que una vez vuelto a armar, mi mundo tenga miles de constelaciones. Luego, pusimos dentro muchos animales y plantas, para tener un mundo de colores pero también vida. Había muchas flores, mucho verde, madera y otros metales, había telas, había ladrillos, habían luces, habían colores, había sol. Todo se fue llenando, poco a poco, parecía que no iba nunca a encajar, que había tanto que queríamos poner que nunca volvería a cerrar. Pero seguíamos poniendo, ingenuamente, todo lo que pudiéramos dar. Así, llegó un momento en el que rebalsaba de regalos, de ofrendas que hacíamos a nuestro mundo perfecto, mi mundo hecho con sus manos y las mías.
En ese momento, sólo vimos una solución: sacar todo y volver a meter sólo lo necesario. Pero, cuando los segundos avanzaban y este ente inexistente descartaba las cosas inútiles, se dio cuenta que entre las cosas que yo puse dentro del mundo, había un atrapa sueños, un hoyo negro, una amenaza. Se molestó, pensó que así derrocaría lo que con tanto esfuerzo logramos construir, pensó que yo era el traidor de la patria, el cuerpo sin alma, el perro del hortelano. Y se alejó de mí y de mi mundo, hecho ya nuestro.
Así, solo me quedó doblar los cuadrados de mi mundo nuevamente, para darle forma a lo que alguna vez existió. Parte por parte, paso por paso, lengüeta por lengüeta en las que vuelvo a untar el pegamento, con delicadeza, con ternura, con amor. Al fin y al cabo es mi mundo. Lo vuelvo a construir porque, si bien no es el mundo redondo de antaño, es y seguirá siendo mi mundo. Tiene mis marcas, mis colores, mis rayas, mi estilo, mi esfuerzo, mis sueños. Eso, mis sueños.
Nunca tuve la oportunidad de decir por qué estuvo ahí el atrapa sueños.
Ahora sé que, hoy por hoy, ese atrapa sueños es mi baúl de tesoros, mi cajón de cosas inolvidables, mi escondite secreto. Es ahí donde guardo, evidentemente, mis sueños y pesadillas, esas que nadie sabrá. Guardo secretos, guardo libros y pinturas, guardo conversaciones, guardo imágenes de mi mente, salidas sin escapatoria, abismos sin descanso, sonrisas eternas, palabras y promesas, dolores, angustias, miedos, guardo lo que puedo, y lo que no, lo que tengo y lo que no, guardo todo para mi, para el presente y el futuro, nunca para el pasado, pero sí por el pasado; guardo.
Y, por si las dudas y si aparecen las ganas de imaginar, guardo también el recuerdo de alguien, ese alguien que nunca jamás existió.
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