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Bajo el reloj de la Plaza Mayor

Hoy temprano al llegar a la oficina me topé con dos escuetos mensajes en mi correo electrónico de dos mujeres a quienes no he visto en años. El primero de mi madre:
“Es importante que recuerdes un día como hoy los valores que tu padre y yo te hemos inculcado”. El otro de Rebeca: “Tienes en tus manos el poder de cambiar el destino de tu tierra. Ya aquí en España lo estamos logrando”.
Al mensaje de mi madre ni caso le hice. Pero, ¿cómo Rebeca después de tanto tiempo se atrevió a contactarme y se apareció de la nada a exigirme que tome tal o cual postura en un tema tan delicado ante la opinión pública de este país bajo la influencia del fundamentalismo cristiano? ¿A caso es justo que estas malditas nuevas tecnologías vengan a traerme fantasmas del pasado? – pensé.
Aparté mis ojos de la pantalla del ordenador y dirigí la vista hacia el Atlántico para distraerme. El océano lucía un azul tan intenso que me recordó el momento justo en que los ojos de Rebeca chocaron con los míos quince años atrás.

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No se cómo se enteraron mis padres pero cuando llegué a casa al salir de la universidad los encontré reunidos y puesto de acuerdo como nunca antes los había visto. Habían urdido un plan estratégico para según ellos, “en aras de mi mejor bienestar, alejarme de las malas influencias de mis juntillas con esos socialistas y maricones”. Tuvo que ser doña Elena la que le vino con cuentos porque ese mismo día me agarró en pifia mientras me daba una calada de un canuto en compañía de mis compinches en momentos en que ella, como de costumbre para atajar camino de su casa a la botánica que queda en la Plaza del Mercado de Río Piedras, cruzaba todo el recinto universitario. Lo que nunca entendí es cuán rápido ambos movilizaron toda su red de influencias para el exilio forzoso que me conduciría a España a continuar mis estudios en Derecho apartándome de mis amistades a los que ellos llamaban “cafres” por no ser los consabidos amigos de la esfera social en que me habían criado.
A la semana ya me habían instalado en una recién construida residencia dentro del campus de la Universidad de Salamanca y me correspondía comenzar un nuevo año lejos del calor de las navidades de mi tierra caribeña. Pero la novedad de encontrarme con la monumental y fría ciudad de piedra apartó de mí cualquier nostalgia. Abrigado hasta los dientes me dediqué a explorar cada rincón de sus calles, los monumentos, los parques, las plazas, los bares, las comidas y las gentes de esa capital de provincia. Pasó casi un mes, en el que recorrí a pie de norte a sur y de este a oeste cada pedazo de su suelo empedrado, cuando el frío vino a ser mella en mis huesos y la soledad se metió entre mis sábanas. Esa fue la noche de los minutos en suspenso y de la pereza de las horas que insistía en alargar mi pena.
El nuevo día me despertó con el barullo de los murmullos y carcajadas del batallón que comenzó a llenar las habitaciones de la residencia que ocupábamos hasta el momento sólo cinco estudiantes. De repente, la puerta que daba hacia la cocina que compartía mi habitación con la contigua se abrió y tras ésta apareció un par de ojos color azul océano envueltos en una melena morena acompañados de una carcajada burlona que restalló en mis oídos:

-Anda holgazán levántate ya de esa cama que me apetece charlar contigo. Me llamo Beca y llevo rato esperando en mi habitación. La puerta la dejo abierta.

Ante esos reclamos me acicalé de inmediato y fui a mi primer encuentro con Rebeca. Al entrar a su habitación mi nariz sintió el cantazo de la mezcla de acetona y de esmalte fresco mientras mis ojos se posaron en sus muslos que presagiaban una dulzura infinita que se me antojó probar por primera vez. No oculté esas intenciones con mi mirada. Ella continuó pintándose las uñas de los pies de negro. Entonces me sorprendió diciéndome: “Ven que te quiero pintar las uñas”. Me senté a su lado. La calefacción no llevaba mucho tiempo de estar encendida lo que ayudó a que buscáramos el calor de nuestros cuerpos. Rebeca terminó pintándome las uñas sin saber que ese simple gesto marcaría mi vida para el resto de mi existencia. La cercanía de su piel suave como melocotón me invitó a degustarla hasta saciarme opíparamente. Transcurrió el día y la noche me sorprendió envuelto por el meloso aroma que desató el incesante roce de nuestros cuerpos. La dejé dormir y me recluí en mi habitación. Al despertar me dio gusto ver mis uñas pintadas.
A partir de entonces descubrimos que un extraño y misterioso elemento femíneo nos atrajo irremediablemente desembocando pasiones que jamás habíamos experimentado. Ya en el próximo encuentro Rebeca me convenció a probar la reacción de mi piel ante el sedoso roce de las medias panty lo que me ocasionó una excitación elevada exponencialmente. Poco a poco incorporamos a nuestros juegos eróticos todo lo concerniente a estética femenina: vestidos, pelucas, tacones y cada vez la transmutación de placer se exacerbaba. La temperatura de la relación incrementó cuando se añadió el maquillaje. Planificamos sacar a pasear nuestros instintos, así que, desechamos el pudor y escalamos los barrotes del Huerto de Calixto y Melibea, comimos de sus frutos y en la fría noche la antigua muralla soportó los embates de nuestros cuerpos ante la espectacular vista del río Tormes y el puente romano. Esa noche la luna estaba ausente dejándole el protagonismo a todas las constelaciones. Saciados y en reposo observamos una lluvia de meteoritos y declaramos al universo como nuestra Celestina.
Pasó un año y nada impidió que continuáramos experimentando añadiendo fantasías a nuestras aventuras. Cuando creímos que lo habíamos probado todo se nos ocurrió poner un anuncio de contactos en la internet para ver si existía otra pareja que compartiera nuestra fantasía. La respuesta fue inmediata. Un matrimonio de Barcelona estaba dispuesto a viajar hasta Salamanca para conocernos. Nos citamos a la medianoche bajo el reloj de la Plaza Mayor. Al llegar al punto de encuentro de las furtivas citas salmantinas hubo una inmediata complicidad que encendió los deseos de todos, sin embargo, contuvimos las ansias. Cruzamos la plaza acompañados de la pareja que nos condujo por las estrechas aceras de la calle San Pablo hasta el Grand Hotel Don Gregorio. Nos detuvimos a conversar en el bar del hotel por media hora en la que terminó de cuajarse la ansiada acción. Subimos a la habitación. El repertorio fetichista que llevamos no hizo falta. Ya habíamos tomado demasiado y sin aún terminar la última copa de champán que nuestros anfitriones nos brindaron emergió un pulpo de dieciséis tentáculos que se retorció todo llevando la lujuria a sitios insospechados que provocó que las dos camas sirvieran de anclaje para revelar los deseos más recónditos que Rebeca y yo albergábamos. Fui el primero de todos que despertó y sutilmente levanté mi cabeza que descansaba plácidamente sobre el abultado pecho de aquel corpulento hombre. Pretendí salir de allí de inmediato sin que la pareja se despertara. Me vestí y desperté a Rebeca que intentó hacer lo mismo que yo pero sin éxito por lo enredada que amaneció con la mujer rubia. Nos tocó despedirnos de ella y mintiéndole le prometimos que se repetiría.
El hambre nos guió al punto de partida de la noche anterior y entramos al bar El Reloj de la Plaza. Beca pidió lo de costumbre: para ella un café con churros y para mí huevos fritos con patatas y tocineta, café y zumo de naranja. Pero algo esa mañana era distinto. Estando frente a frente ante las tibias tazas descubrimos que habían amanecido dos seres capaces de distinguir el placer común del placer genuino. Buscamos en nuestras miradas la chispa que hacía arder nuestra pasión y se había desvanecido. La cúspide de placer que acabábamos de alcanzar nos marcó para siempre. La amistad continuó entre ambos aunque decidimos buscar el placer por distintos caminos.
Al fin graduado en Derecho regresé a mi Isla. Seguí el consejo de mis padres y constituí una familia. También le di continuidad a la carrera de mi padre dentro del servicio público. Logré conseguir la chica perfecta con la que procreé tres hijos. La última vez que tuve comunicación con Rebeca fue en ocasión de su boda con una funcionaria de Algeciras a la que fui invitado. Yo le agradecí el gesto mas no volvimos a mantener comunicación.

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De repente las voces de una multitud comenzaron a golpear contra las ventanas de cristal de mi despacho sacándome del trance de recuerdos. Al asomarme un cordón policial se interponía entre dos grupos. Los que enarbolaba banderas multicolores y carteles que leían: SEPARACION ENTRE IGLESIA Y ESTADO, IGUALDAD DE DERECHOS, PUERTO RICO PARA TODOS, LA HOMOFOBIA MATA, ALTO A LOS CRIMENES DE ODIO; y los que vestían camisas blancas que llamaba la atención con pancartas que reclamaban: RESPETO A LA INSTITUCION DE LA FAMILIA, FAMILIA = HOMBRE + MUJER, DIOS CREO LA FAMILIA, LA HOMOSEXUALIDAD ES PECADO.
En ese momento me interrumpió mi secretaria y me indicó que la sección para aprobar el proyecto de enmienda a la definición de familia en el Código Civil estaba a punto de comenzar en el hemiciclo del Senado. La despaché diciéndole que tenía una emergencia familiar que atender y que me excusara con los demás senadores y cancelara los demás compromisos del día. Apagué el ordenador, agarré la chaqueta y salí lo más pronto de la oficina. Dirigí mi auto hacia la autopista en dirección al oeste. Envié un mensaje de texto a mi esposa informándole que estaría ocupado hasta tarde en la madrugada. Apagué los teléfonos. Conduje por casi dos horas hasta llegar al barrio Buena Vista de Mayagüez. Estacioné el vehículo donde siempre. Subí hasta el penthouse. Me di un baño, me comí algo ligero y esperé ansioso el resto del día en la cama. Sentí que abrieron la puerta del apartamento y unos pasos que se dirigían a la habitación. Una fragancia inconfundible impregnó el ambiente. Mi corazón se agitó junto con el resto del cuerpo. Cerré los ojos y me hice el dormido. Unos fuertes brazos me aprisionaron brindándome el refugio que ansiaba. Era mi amado Alonso que como todos los jueves acudía a mi encuentro luego de sus clases de ingeniería en la universidad.

Texto agregado el 12-07-2011, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


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