María odiaba su vida. Desde niña siempre había sido objeto de burlas y se había sentido rechazada. Jamás asistía a fiestas o reuniones sociales porque casi nunca la invitaban, y cuando lo hacían, ella no aceptaba por temor a sentirse fuera de lugar. Estaba muy acomplejada por la delgadez de sus piernas, por eso sólo usaba pantalones. Tampoco le gustaba su cara llena de pecas, ni su nariz respingada. Con el transcurso de los años, se veía cada vez menos agraciada y detestaba su cuerpo desgarbado y su extremada timidez. Convertida en una persona resentida, siempre recordaba como el peor día de su vida, aquel en el que todos en la escuela se burlaron de sus aparatos dentales. Ya adulta, carecía de objetivos y estaba sola.
Alguien le recomendó buscar ayuda. Recurrió a terapia, pero se cansó enseguida de sentarse semana tras semana en un diván y perder el tiempo relatando su vida. Entonces intentó volcarse a algunas creencias espirituales y logró mejorar su autoestima durante un tiempo. Hasta llegó a entender que el camino para ser feliz era aceptarse a sí misma. Sin embargo, pronto volvió a sentirse mal. Cansada de sus continuos fracasos y decepciones decidió recurrir al Templo de Sanación.
Allí, el maestro la convenció de que con el poder de su propia mente todos sus deseos se harían realidad. Feliz de encontrar por fin una respuesta, María sintió que ya nada podría hacerle daño, y al mirarse en el espejo descubrió a una persona nueva, que seguramente todos aceptarían. Al principio todo marchó bien y comprobó que el maestro tenía razón. Dejó de verse como un patito feo, se sintió poderosa y experimentó el placer de obtener logros en la vida. El problema surgió cuando nuevamente se burlaron de ella. Ese día, colmada de rencor y deseos de venganza, odió a la humanidad entera.
Entonces se produjo el terremoto. La pobre, enloquecida y desesperada, corrió dando alaridos mientras todo se derrumbaba; y como si un colibrí se atribuyera el derrumbe de la selva por libar el néctar de una flor, ella, se arrepintió, se sintió responsable, y se culpó por sus malos deseos.
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