No es el mayor esclavo aquel que está dominado por un tirano, por grande que sea ese mal, sino aquel que sirve de juguete a su propia ignorancia, al egoísmo y al vicio.
Samuel Smiles
A ver si esta vez aprendes, bestia. Perrito mugroso. La vez pasada te había dolido ¿o no?, tenías los ojos abiertos ¿o no?, estabas despierto ¿o no?, ¿o no? Te aplastó la pata con la rueda delantera, te hizo una señal, gritó, yo lo vi manotear, casi cae de la motocicleta. Perrito tonto. Y qué dices de la otra ocasión cuando al cerrar la puerta te quebró la punta de la cola; la cola es un instrumento de alegría, te quebraron la alegría, ahora tu alegría apunta a la izquierda, la tienes desviada ya no capta la onda, te amolaron la recepción; pensé que así aprenderías. Perrito desmemoriado. Qué te dije, qué te dije de recibir de mano pequeña bocados grandes, esa caricia sobre la cabecita pulguienta; ¿y qué te dije de ese pujidito de hambre?, no te quejes ahora de esa mirada que te echan. Perrito insensato. La otra vez te vi, marrano; olías tu vómito, el de la rata esa que murió por comer de la cajita con la calavera de las tibias cruzadas, le auscultaste los contornos, le diste una probadita con la punta de la lengua a esa sopa humeante, luego la apaleaste ágilmente hasta dejar el pavimento acuoso y reluciente; te hizo daño, por poco y te mueres si no fuera porque aprietas fuerte el pellejo contra las costillas. Al vomitar lo sacaste todo, todito, te quedaste vacío como en el principio. Ni hablar de aquel hueso (costilla de res) demasiado grande y de los resoplidos que te hizo dar; mirar que te ahogabas fue una probada de la propia muerte. Perrito terco. Te dio de palazos por meterte ahí, en lo suyo; ahí venías chillando con la cola entre las patas, como si fuera una escoba y tú una bruja desesperada, huías del dolor, no te iba a matar pero te quería romper el lomo a palos, patinaste en la curva y todos morimos de risa cuando te atinó una patada que te levantó el culo; estallaron las carcajadas mientras te ocultabas debajo del boiler, tu casa, tu tibia casa. Perrito solitario. La manada no se hizo para ti. Mira cómo te dejaron. El aullido nocturno te llamó, no debiste ir; esa luna era mala, trajo para ti la desgracia salpicada de sangre y pelo, una rabia que no pudiste controlar. Volviste herido. Cuando te encontré se te escuchaba el extractor de la muerte; gemido de amor, moribundo amor que se apaga al hundirse en el silencio, tu final y añorado silencio y toda tu fidelidad de perro bueno se escurrió por tus ignorantes ojos de perro muerto.
Antonio Carrillo Cerda / 2011
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