Hubo una vez alguien que memorizaba sin fin un número; 3,14... y cada día recordaba un número para así, el día de su gran recital, como celebración de su centenar, declamarlo ante todo el mundo. Al hacerlo, despertaría en él lo mismo que sintió cuando vivió esos días, al decir el número que correspondía. Y así, sin más, recitó ante un grupo de impasibles jueces la historia de su vida, les intentó ilusionar con sus sueños infantiles, les trató de explicar sus desengaños; pero fue en vano: ellos no lo entendían. Nadie comprendía que era un acto de belleza sin igual, ellos lo interpretaban como un signo de locura. Lo rehusaban, lo temían y se burlaban de él, cuando les estaba honrando de la única manera que conocía; así vivió y murió el ilustre Pi.