AMORES PLAYEROS
De cuando las diferencias eran más diferentes
Antes de caminar hacia el paradero de micros la miró alejarse con su peculiar caminar, quebrando las caderas y bamboleando los hombros, lo que agitaba graciosamente su dorada cabellera bajo los mortecinos reflejos crepusculares. Tuvo la seguridad de no verse más reflejado en aquellos hermosos ojos verdes, ni volver a escuchar su juvenil risa mientras conversaban caminando por alguna calle. Todo ya era pasado. Y así debía ser, según estaban las cosas.
Un tumulto de sentimientos encontrados agitaba su joven interior. Por un instante se sentía conformado y fiel al sentido común de las cosas; y al instante siguiente se sentía una alimaña. Pero al mirarla alejarse por última vez, se encogió de hombros tratando de convencerse de que así debía ser. En su interior, muy al fondo, algo le indicaba que ella era una víctima de todos, hasta de sí misma y quizá nunca tendría la posibilidad de enmendarlo.
Dio media vuelta y corrió a subir al bus que ya se le escapaba.
* * *
Eran cuatro helados de barquillo que debía equilibrar como malabarista brincando en la punta de los pies sobre la arena candente. Pamela y Darío hacían otro tanto con unas palmeras y bebidas. Era lo que alcanzamos a comprar con la última vaquita improvisada para matar el hambre y la sed de la media tarde.
La playa estaba poco poblada. Era mediado de diciembre y aún no empezaba el período veraniego. Solo unos cuantos grupos de jóvenes, principalmente estudiantes en los tradicionales paseos de fines de año.
Con esa ridícula y forzada forma de caminar, íbamos esquivando grupos y parejas tendidos en la arena, achicharrándose bajo el sol estival, cuando una pelota me deja estampados dos helados de vainilla en mi polera playera, mientras los otros barquillos hundían irremediablemente sus cremosas copas en la arena.
Me di vuelta hacía donde podía ser el origen de la pelota y entonces me encuentro con esa preciosa aparición. Sentada en la arena, una toalla sobre sus piernas y los dos más preciosos ojos verdes que viera jamás. Y una sonrisa que provocó un vacío en mi estómago, enmarcada en una rizada melena dorada
* * *
Sentado frente al televisor, apenas haber terminado de hablar con mi esposa y mis hijos que veranean en una playa cercana, con una fría cerveza por toda compañía, se me ha aparecido aquella muchacha con sus hermosos ojos verdes, gatillando fugases recuerdos de juventud.
“Que buena conversación podríamos tener ahora, ya con vidas hechas, aquietadas las urgencias y con muchas nuevas razones. Pero solo queda un recuerdo. Espero hayas hecho una vida, tu vida.”
“Y escribo estas líneas, a falta de fotos, para que el tiempo no te siga borrando, porque con ello también se borra parte de mí”.
* * *
Esteban ingresó presuroso a la sala y dejando caer libros y cuadernos sobre el escritorio en cuyo rededor estábamos estudiando, exclamó:
- ¡Oye, cabros! La estamos cagando. Llevamos tres días pelando la goma con Mecánica Racional y llegaremos reventados al examen del sábado. Les propongo tomemos un recreo y el viernes damos un repaso final.
- ¿Sabís que tenís razón, Flaco? – Pamela fue la primera en reaccionar.
- Vámonos mañana a la playa y botamos todas las tensiones acumuladas. Hacemos una vaquita para el comistrajo y listo.
- ¡Hecho! Dijimos varios.
Y el día jueves, temprano, tomamos un bus y nos fuimos a Algarrobo. Eramos seis que habíamos desarrollado cierta amistad en nuestro primer año de universidad.
* * *
El sol desparramaba los últimos fuegos tiñendo de rojo cuerpos, arena y los fragantes pinares de los cercanos faldeos de los cerros que circundan Algarrobo, cuando el bus emprendió su regreso a Santiago.
Algo ajenos a la algarabía y cánticos juveniles que llenaban el bus; y en la semi penumbra crepuscular, el muchacho sentado junto a ella. Conversaban animosos, pero con algunos pesados silencios. Que el liceo, que la universidad, que la Pascua, las vacaciones; que dónde vives y todo eso.
Parecía que ambos hubiesen hecho un tácito pacto de no tocar el tema. El estudiante sentía que por algún mágico sortilegio, había ido a parar a una irrealidad donde nada estaba en su lugar, en el lugar que debían haber estado las cosas. Y mientras se deleitaba con esos ojos y ese rostro junto a él, se decía que nunca debió haber traspuesto esa delgada cortina invisible que lo condujo hasta allí. Era difícil para él, estaba descolocado, desencajado. Pero, a su vez, sentía que no podía perdérselo por nada del mundo. Algo estaba pasando, y era maravilloso, pese a todo.
* * *
Ahogando una risita, pero con una expresión de pedir disculpas en los ojos, ella le dijo:
- Te aguamos el cocaví
Boquiabierto, tartamudeando y escurriendo helado por sus piernas, sintiéndose ridículo, el muchacho balbuceó:
- No importa – tendiéndole atolondrado la pelota
- ¡Mamá!...¿podemos lavarle la polera?...la embarramos...
- Siéntese joven y páseme la polera – sonriendo divertida, una mujer no muy mayor se acercó con unos ojos verdes como los de su hija, más pequeños, como haciendo juego con su delgadez.
- ¡Te esperamos allá! – le gritaron sus compañeros, alejándose entre risas
Se presentaron, sentados en la arena. Él le contó de sus amigos y que volvían a Santiago esa misma tarde. Ella le contó que ese era un paseo de 4to. Medio, que tenían bus especial. No dejaban de mirarse y sonreírse mutuamente.
La sensación de ridículo, poco a poco fue dando paso a una agradable euforia interior en el estudiante.
- Tengo que volver con mis compañeros. Vuelvo en un rato más por la polera. Total, se me puede secar en el cuerpo...
- Te espero. Aún no acordamos la hora de partida.
El se aventuró a darle un beso en la mejilla, el que le fue devuelto maravillosamente por ella. Y se alejó a saltos y trompicones por la arena.
* * *
Era mi primer año en la universidad. La extrema estrechez económica, amortiguada por trabajos nocturnos, y la presión del régimen de estudios, ya hacían sus efectos a esa altura del calendario.
Con varios compañeros, más o menos de mi misma extracción social, habíamos creado lazos de amistad y nos ayudábamos mutuamente. Y juntos, nos preparábamos para la arremetida final de ese primer año. Venían los exámenes de diciembre.
Muchos, por la especialidad elegida, no seguiríamos juntos a contar del año siguiente. Así que tratábamos de compartir todos los momentos posibles. Inclusos aquellos que la creciente agitación política nos convocaba en manifestaciones y marchas.
* * *
Llegaron a Santiago ya entrada la noche. Los estudiantes hacía rato que iban silenciosos, con el cansancio y efectos de un agitado día de playa. Y el único murmullo, matizado de algunas risas ahogadas, era la amena conversación de Isabel y su amigo. El muchacho hacia rato que había olvidado la causa de su desazón, volviendo a ser cautivado por su hermosura y simpatía.
Pero la realidad lo golpeó de nuevo cuando bajaron del bus. Era la despedida y su ánimo se angustiaba por la decisión que debía enfrentar. La madre de Isabel le ayudó a optar.
- Una sola lágrima que le provoque a mi hija, joven, y lo mato
Isabel, tomando una de sus manos, le preguntó:
- ¿Quieres que nos volvamos a ver?
- Claro, por supuesto.
- Después de clases. Nos quedan dos semanas.
Y se despidió con una pesada nube negra sobre su cabeza. ¡Qué mala cueva! Es preciosa y todo un encanto. Pero, ¿no sería una locura? Pero, por una preciosura así ¿no valía la pena asumir riegos? No. Habría que abortar. Pero no estaba tan seguro de eso.
* * *
Cuando me volví a juntar con mis amigos, me recibieron con bromas y no pocos reclamos por los helados. Nos acostamos en la arena y pasamos el resto de tarde cantando aquellas canciones infaltables en todo paseo: Guantanamera, Qué Culpa Tiene el Tomate, Yanky Go Home, Pican Pican los Mosquitos, Azúcar y Canela, etc., etc.
- Oye, es hora de irnos. No sea que quedemos sin bus de regreso – el juicioso Esteban no fallaba en ni una.
- Pero tengo que ir a buscar mi polera. Ya debe estar seca – advertí.
- En una de esas, te vas con la minita, viejo. Cosa preciosa que te pinchaste.
- No creo. Es harto bonita. Pero, si no llego en 15 minutos, es porque saltó la liebre.
- ¡Que llegues bien! ...Y buen provecho, jajaja. – me gritaron casi a coro.
Partí al tranco por esa franja húmeda entre arena y mar. A los pocos metros, ya iba corriendo, ansioso, nervioso, expectante. Algo muy bueno me estaba pasando y lo viviría a concho.
* * *
Corriendo por la playa, temiendo no encontrarla, llegó de regreso al lugar donde la había conocido. Ella estaba en el mismo lugar, sentada en la arena, la cabeza hacia atrás, como esperando algo que llegaría con el viento, que a esa hora de la tarde ya empezaba a encrespar el suave oleaje característico de Algarrobo. Y se dio ánimo a sí mismo, diciéndose que el esperado era él. Los besos en las mejillas fueron mucho más intensos que los de un rato atrás. Y las risas más relajadas y estridentes.
Se encasquetó la aún húmeda polera y con poca disimulada avidez engulló el sándwich de pollo que le ofreció la mamá de la muchacha.
- Ándate con nosotros. Sobran asientos.
- ¿Seguro tu mamá está de acuerdo?
- No hay problemas. ¡Vámonos juntos!
- ¡Ya lo conversamos, hija! Insisto en que no es conveniente – la madre de verdes ojos tenía un gesto adusto, pero no agresivo.
- No es por Ud. joven...
- ¡Señora Elisa! No se complique. La Isabel quiere irse con su amigo. Sobran asientos. Y nosotros la cuidamos por si el amigo se porta mal – varios estudiantes, de esa forma, aliviaron la incómoda situación del universitario
Con un movimiento de cabeza, Doña Elisa manifestó su desacuerdo, pero cedió a la situación, tomando distancia.
- ¡Lor juimos, lor juimos! – apuraron varios a los que estábamos más rezagados, mientras el bus hacía ronronear su motor.
- Vamos, hija – Doña Elisa le tendió ambas manos a Isabel que aún no se incorporaba.
* * *
Nos encontramos en tres oportunidades. Isabel mostraba un excelente humor. Y no eludía tema alguno de conversación. Pero algo en ella no demostraba decisión de estrechar más la relación. Con su encanto se las arreglaba para poner una tenue pero eficaz barrera casi imperceptible. Y eso me confundía y entusiasmaba cada vez más.
En la segunda oportunidad llegamos a casa de Isabel a tomar onces. Y Doña Elisa aprovechó de conversar algunas cosas conmigo. Me quedó claro que la madre se opondría a cualquier relación de pareja de su hija. Estaba destinada a una casta vida. Y no había nada más que argumentar.
En el último encuentro, entre los dos surgió la necesidad de una definición. Y fue para confirmar la profunda influencia materna en su hija. Isabel fue clara:
- Me gustas mucho. En realidad, nunca había sentido así por alguien. La verdad, espero ansiosa cuando quedamos de vernos. Me divierto contigo. Pero tengo claro y tú debes tenerlo claro también que esto no puede pasar de una linda amistad. Te pierdes de andar con otras chicas. Y ya que me lo has dicho derechamente que quieres que esto sea más profundo, te digo que es mejor dejar de vernos. No he pensado ni pienso involucrarme más. A lo mejor es miedo. Pero no tengo intención de arriesgarme. Despidámonos aquí, y sigamos siendo amigos en la distancia. Me haría daño verte de nuevo. Y quiero despedirme con un beso, grande.
* * *
Mi primera reacción fue arrancar de allí. Pero estaba como clavado en la arena. Sonámbulo, resolví subir.
- Pensé que ya no subirías – le dijo Isabel mientras él se sentaba a su lado.
- No me lo perdería por nada – sin convicción, me apresté a tratar de ser una buena compañía
Isabel, sentada con su cabeza apoyada en la ventana, contrastado su perfil contra el rojo del crepúsculo, era una adoración. Y por un momento, tuve la sensación de que había soñado dormido en la arena.
* * *
Y entonces, el muchacho sintió que la aún caliente arena lo tragaba. Isabel, asiéndose fuertemente de ambas manos de su madre, empieza a incorporarse trabajosamente, quebrando su columna extrañamente, mientras un sonido metálico iba develando una cruel verdad al atónito galán playero. El deslizamiento de la toalla que cubría las piernas de Isabel terminó por martillar el alma del muchacho. La discapacidad se mostraba en toda su magnitud.
Instintivamente se aprestó a ayudar, pero la mirada y el gesto de Isabel lo detuvieron. Ni se te ocurra intentarlo, fue su mensaje. Y por sus propios medios, apoyada en sus manos, subió al bus.
- No me diga que no le advertí, jovencito – fue todo el comentario de Doña Elisa.
raladiv
|