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Era en una cueva. De ahí salía un hombre. No estaba encorvado, caminaba erguido. Salió para ver el amanecer. Sus pupilas se contrajeron con el primer contacto del sol saliente. El lugar era inexistente, me refiero geográficamente. No se podía tener acceso a esa zona por vía humana. ¿Cabe conjeturar que era un dios o un ser superior ese hombre? No, por supuesto que no. Un hombre en un lugar inaccesible, difícil pensar en cómo llegó hasta allí. Sin embargo allí estaba, presenciando el amanecer. El lugar era descampando, hacia el frente, una larga y extensa llanura. Hacia el fin, uniéndose con el horizonte, acaso un bosque se prefiguraba. Era muy lejos para poder distinguirlo. Atrás una montaña, lugar en el que se hundía la cueva. El hombre nunca rodeó la montaña, no sabía qué había detrás. No es ilógico pensar que en eso se iban sus días, en pensar qué había allí detrás. Pero nunca hizo algo por deshacer la duda. Demás estaría decir que temía no al lugar, ni a lo que allí habitase, sino a que no se parezca a sus sueños, a las imágenes que se sucedían en su cabeza, lúcida a pesar de la inconexión con todo. Al pico de la montaña la cubría una bruma de color grisácea. Impenetrable para la vista. Algún que otro ser alado se podía divisar entre las brumosas alturas. Seres que se confundían con esa especie de vapor. Algunos días chillaban agudamente, esos días llovía y no había que salir de la cueva, porque las tempestades eran muy fuertes, los rayos caían azarosamente, era mejor quedar cubierto. El agua salía de una especie de pozo en la llanura. El lo había descubierto hace mucho tiempo. La comida eran unos hongos que crecían al pie de la montaña, o pedazos de carne que caían de las alturas. Razón que basta para explicar el por qué nunca subió esa montaña.
Los días tenían su inicio y su fin. El tallaba piedras, con otras piedras. Hacía formas irregulares, suponía que así debían de ser las cosas, intentaba imitar su cara y razonaba que podría haber más como él en algún lado y que debían de ser similares pero con variantes, y creaba humanoides. Intentaba plasmar la forma que pensaba que tenían los seres alados. Muchas veces las rocas se terminaban y pasaba mucho tiempo hasta que se desprendía otra de las montañas. En esos casos y con dolor trabajaba sobre una figura ya tallada y la rehacía o creaba otras formas.
Sus razonamientos eran acorde a su entorno. Tendía a quedarse angustiado en la cueva pensado cómo fue su origen, esos días sufría mucho, se alborotaba de tal manera al no hallar explicación que golpeaba las paredes de piedras con mucha furia. Sus huesos gracias a esto eran harto resistentes de tantas veces que se los rompió. Pero cuando se le quebraban unos cuantos huesos su mente se concentraba en el dolor y dejaba ir esos interrogantes de su génesis por un tiempo. Sabía contar y leer. Aunque él no sabía que sabía contar y leer.
El bosque en su lejanía no parecía inquietar mucho sus pensamientos. El sabía que era un bosque porque una vez se alejó lo suficiente de la montaña y pudo divisarlo de cerca y pudo ver la flora monstruosa que entretejía paredes y cubría todo el horizonte, y más allá de él. Interiormente sabía que algún día ese lugar sería su hogar, era una sensación casi tan vívida como el frío del amanecer o el calor del mediodía. Pero no abundaba en ella, porque era evidente que si allí iría, entonces allí terminaría. Sólo esperaba la señal, que la presentía cercana, porque una noche soñó que un ave de estas que habitan la bruma salía de ella y lo guiaba secretamente hacia el bosque. El no entendía en el sueño porque tenía velado el razonamiento, sólo acertó a seguir visualmente el camino aéreo del ser alado. Cuando se dio vuelta para entrar en su cueva notó que esta se desmoronaba y salió justo a tiempo antes de que lo aplasten las piedras. Entonces escuchó el chillido agudo proveniente de la bruma y corrió desesperado en busca de alguna otra cueva, o aunque sea un simple hueco para protegerse. No lo encontraba, recorría la montaña que parecía ser recta, pero en realidad era un círculo irregular de gran diámetro. Se dio cuenta que no iba a hallar ninguna otra cueva, no a tiempo por lo menos y corrió hacia el bosque. Fue muy lento, el torrencial lo agarró y los vientos lo movían en el espacio. Cuando tronaba y sentía el dolor se despertaba sudando. Esto sucedió muchas veces. Cuando encontró una grieta en el interior de la cueva y unas cuantas paredes que cedían a una simple presión decidió ir al bosque.
El viaje fue horrendo, el sol salió y se metió muchas veces. Llegó famélico y sediento al pie del bosque que lo esperaba con una salida raíz que se adelantaba a una prolija línea divisoria de más raíces. Entró en el bosque, se dio vuelta sentado, se apoyó contra un árbol que subía y bajaba de manera sinuosa. Miró hacia la montaña y notó como los vientos hacían que las pesadas gotas de lluvia viajen en forma horizontal. Pero todo esto había quedado lejos de él. Se durmió pensando que hizo bien en partir.
Cuando despertó, delante de él había frutas y agua. Bebió y comió sin pensar cómo llegaron hasta allí. Cuando terminó su voraz trance, levantó la vista. Vio un ser horrendo de madera o algo similar, con estructura humanoide, cabeza con cuernos asimétricos y enroscados con ojos pequeños y muy azules que lo veían desde el fondo de una cabeza gigante que acompañaba a un cuerpo también gigante. Sonreía con una boca pequeña y de dientes amarillos y puntiagudos. El hombre se echó para atrás asustado, se levantó, giró y empezó a correr. Se tropezó a los pocos pasos. En el piso notó que el sujeto le extendía la mano para ayudarlo a levantarse Aceptó. Su corazón latía muy fuerte, pero poco a poco temía menos. El ser empezó a moverse histriónicamente queriendo decir algo. El hombre por señas le hizo entender que no entendía. Entonces el ser sonrió e hizo un gesto como si se le hubiera ocurrido una excelente idea. Con su uña rayó en un árbol “Soy un Fauno”. El hombre se quedó mirándolo. Ya no temía, aunque no sabía qué era un Fauno. Este último se dio cuenta que lo entendió y empezó a bailar mientras reía de una manera inquietante. La danza duró mucho tiempo, una vez finalizada con una sonrisa imperturbable sacó de entre sí un libro. Se lo entregó al hombre, este lo miró y encontró una sola palabra muy larga e inentendible. Cerró el libro y se lo devolvió en forma desinteresada al Fauno que inquieto estuvo esperando la respuesta. Acto seguido el Fauno miró severamente al hombre diciendo con un gesto que conserve el libro, sus ojos se hicieron de color rojo y su sonrisa se borró rápidamente. Escribió en el suelo “descifrar”, y luego “todo será tuyo”. El hombre volvió a mirar el libro, después levantó la vista y el Fauno había desaparecido.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que vio al Fauno que dudó de su existencia, pero tenía el libro que la afirmaba. Ese libro ocupó su tiempo desde entonces. Ya no ocupaba su tiempo tallando, sino escribiendo en el suelo lo que creía que podía significar esa palabra. Entendía que cuando diera con su significado aparecería el Fauno y cumpliría su promesa. Nuevamente se tuvo que romper unos cuantos huesos hasta que un día, viendo cómo una gota caía sobre una hoja, se deshacía para acumularse en la punta de la misma y luego desprenderse para golpear contra una piedra y de allí arrastrarse hasta el piso pensó que la palabra no era una palabra, sino más bien un concepto. Pensó en la gota, en la hoja, en la piedra, en el suelo, y que a su vez todos ellos están formados por moléculas entretejidas, que a su vez están formadas por átomos, con sus respectivos electrones, neutrones, protones, etc. Entendió que una palabra es más que una palabra, entendió que en cada palabra se prefigura el universo entero. En ese momento apareció el Fauno bailando y riendo roncamente, se le acercó mucho y lo miró con sus ojos azules y en el fondo de ellos el hombre se vio reflejado. En su mente una voz que contenía infinitas voces le dijo:”todo tuyo”. Los ojos tan cercanos del Fauno cambiaban a rojo. Desapareció, y el bosque empezó a incendiarse, todo su alrededor era fuego, y gritos. Notó que el fuego no lo quemaba, notó que todos lo miraban con miedo. Entendió que lo que había ganado era ser un rey condenado a ser condenado y condenar. Una sutil trampa en la que se esforzó por caer.

Texto agregado el 08-07-2011, y leído por 113 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-07-2011 Cuando se lee un cuento, no debe haber pausas en la lectura, de allí la razón por la cual los verdaderos cuentistas desarrollan sus historias teniendo en cuento las dimensiones de la misma. Repito: esto no es un cuento, es una historia despedazada que ha sido presentada sin el más mínimo respeto hacia el lector culto. Como lector, estoy decepcionado. inerr
 
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