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- ¡Estás despedido!- fue lo último que oí de El Jefe. Certero, salvaje, casi insolente. Salí raudo de su oficina. En el pasillo los ojos me miraban intrusos, buscaban una respuesta en mi cara, en mi cuello, en mis hombros. Decidí no contar lo que había pasado, o más televisivamente, no hacer declaraciones. “Me voy dolido con la empresa...”. ¡No! No había un buen motivo que dar ni un buen auditorio a quien hablar. Aunque sería injusto no considerar a los ejemplares empleados, esos de blanco cuello e impecable terno, dueños de notoria locuacidad, tímidamente sacadores de vuelta, ejemplares padres de familia, poseedores de un auto del año, y por ende, de las calles y veredas. O esas esbeltas funcionarias, con sus ceñidos trajecitos de color, con sus lindas y limpias casas con nanas, que mandan a sus niños a colegios in. El ambiente estaba más rancio de lo habitual (mucho más) por lo que tomé mis cosas (quizá cosas sea demasiada palabra para describir una chaqueta de cuero y un lápiz) y me fui queriendo no volver jamás.

El Jefe es un tipo joven, algo mayor que yo, de unos veintitantos, bien parecido, un metro ochenta. Trabajador y esforzado pero no muy inteligente. Ahora su verdadero nombre poco importa. Dicen que su ama de llaves comenzó a llamarlo así por su excesivo orden para hacer las cosas y su gusto por controlar todo. Su padre es desconocido. Las malas lenguas dicen que su madre, una retirada bailarina italiana, escapó de Napoles embarazada porque quería evitar el rechazo de su familia. Cuando su madre llegó al país, se instaló exitosamente con una escuela de artes. Ella siempre quizo hacer de El Jefe un bailarín profesional, pero él nunca mostró interés ni habilidad en las artes. En realidad, creo que nunca tuvo habilidad para nada.

Aquel día la ciudad estaba especialmente hostil, con una inusual opacidad. Los transeúntes corrían de un lugar a otro, miserables, como hormigas. Decidí caminar Santiago-arriba, pateando palomas, mirando como los escolares cimarreros fuman, sintiéndome solo, pensando en mañana y pasado, buscando algo que buscar, recordando los consejos de mi viejo, sintiéndome solo, solo pero bien, viendo a las parejas amándose, queriéndose, hombres y mujeres, hombres y hombres, sintiéndome solo, solo pero bien, buscando algo que buscar, viendo como las parejas se aman.

II

Sonia ama la música. Siendo muy pequeña su tía le enseño a tocar el piano. Hasta su adolescencia no hizo más que tocar y tocar a Chopin. Cuando salió del colegio su abuela la presionó para que siguiera la tradición familiar y estudiara Derecho. Porque Sonia es inteligente, pero débil. Creció en casa de su abuela en medio de un montón de solteronas fascistas. Sus padres eran dos jóvenes abogados que murieron en la carretera cuando ella era aún niña.

Nos conocimos hace un par de años. Ella caminaba a casa de su abuela. Caminar apurado, cabello amarrado y ropa usual. Dulce e inofensiva mirada, blanca piel, suave rostro. Yo caminaba diez metros atrás buscando algún pretexto para hablarle. De súbito ella detuvo su caminar, yo continué el mío y al pasar por su lado vi lágrimas que descendían por su blanca cara. Le pregunté el porqué de su llanto. Ella no me contestó. Comenzó a llorar más intensamente. Parecía una niña triste que llora porque su muñeca ya no le habla. “Te amo”, le dije. Me miró, tomó mi mano y la besó.

III
Llegué a la casa donde Sonia y su esposo vivían cuando la tarde ya había caído. Soplaba el viento y las nubes ya se acercaban decididas. Toqué el timbre pero nadie contestó. Saqué mi llave y abrí la puerta lentamente. Cuando estuve adentro recordé la primera vez que entré a esa casa. Había sido el anterior diciembre en una cena organizada por El Jefe para celebrar las fiestas de fin de año con el personal de la gerencia. Ella se veía feliz (al menos más que el día en que nos conocimos). Copas y saludos y risas y demases iban y venían. Yo estaba descolocado, tratando de entender lo que pasaba y había estado pasando. Creo que aún no lo logro entender.

Subí la escalera tímidamente. Cuando entré a su pieza la vi tendida en la cama. Estaba como ida, congelada. Entendí que debía amarla aún más.

Texto agregado el 18-07-2004, y leído por 159 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-01-2005 me gusta, bastante original y me parece quizas conocidoo..un beso grande y suerte*****for you holy
 
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