Pocos se encontraron a las 5 a.m. tal y como se planeo hacer el día anterior. Aún estaba todo oscuro pero la camioneta TUNDRA de Jul aguardaba puntual en la puerta de la casa de Andru, uno a uno fuimos llegando todos hasta que por fin nadie faltaba, así que partimos a las 5:30 a.m. El clima se sentía frío, las chicas por caballerosidad fuimos en los asientos de la cabina mientras que los chicos se congelaban atrás.

Tenuemente el día iba haciéndose más claro a medida que avanzábamos por el asfalto, los picos nevados de las montañas pintaban un paisaje de fondo extraordinario, no recordaba haberlas visto tan nevadas hasta entonces, hacia que mi piel se estremezca de dicha y mis labios arqueen una sonrisa. Pronto llegaríamos a aquellas montañas, lucían tan… imponentes, tan majestuosas, tan irreales, justo como en los libros de Jack London, mis ojos no podían apartarse de ellas ni un instante, querían registrar cada detalle, cada cambio. La carretera por la que la nos dirigíamos a ellas estaba a 80 Km. de distancia, muy duramente podía esperar estar allí de una vez; la noche anterior había dado vueltas y vueltas en la cama justo como una niña antes del primer día de campo, completamente emocionada por las cosas que vería y viviría al llegar allí.


Después de pasar por muchas curvas de aquel camino empinado, por fin pudimos observar un poco de nieve a través de los cristales, pasamos por un sendero en el que algunas llamas con cintas rojas atadas al lomo transitaban, ignorándonos por completo, seguimos avanzando y la ruta empedrada fue haciéndose más angosta, las llantas de la camioneta patinaban a causa del hielo, un par de veces tuvimos que bajar a empujarla pero por fin llegamos a una cima en la que todo pintaba blanco, tal y como lo había imaginado: el paisaje era encantador; salté hacia adelante y mis piernas quedaron hundidas en la nieve hasta la rodilla, ya era completamente de día pero las nubes bailaban en el cielo impidiendo que el sol nos llegue, jugamos lanzándonos bolas de nieve, tomamos fotografías, hicimos bebidas de soda con nieve y resbalamos por una de las colinas. Antes de irnos construimos a “Frosty: the Snowman” con una bola de nieve gigante que hicimos rodar cuesta abajo para hacer el cuerpo, entonces Jul grito: -¡Es hora de irnos!! sacándonos del ensueño, rezongamos justo igual que niños caprichosos pidiendo unos minutos más en el cumple cuando los padres van a recogerlos.


Al volver tomamos chocolate caliente con emparedados de jamon y queso, mientras la hilera de autos con personas que recién llegaban se hacia interminable, nos sentimos contentos de haber disfrutado de la montaña solos y ahora marcharnos con el corazón limpio y juguetón, justo igual que niños...


Un día simplemente perfecto.