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Y vuelvo. Y expulso toda la mierda que tengo en el estómago.

Desearía que así también de fácil se expulsen los malos momentos, las tristezas y los malditos momentos que me hace pasar X.
¿Quieres más trago? No, le digo. Vete a la mierda. Vete a la mierda tú y tu vieja también, huevón, me dice mientras me empuja hacia la letrina, que ahora tiene más piezas y ninguna encaja dentro de la visión nublosa en la que estoy inmerso.

Salgo del baño, miro. Está coqueteando en el sillón, alguien le mete la mano y se deja. Es sensual verla, y deliciosamente infernal el pensar que no soy yo el amante de turno. Sus piernas se abren mostrando la pasividad ansiada. Sus labios ahora se alargan hasta formar un círculo.

Un gemido. Dos.

Y grito, pero grito dentro de mi cuerpo. Mi boca no se mueve. Es el grito más doloroso del mundo. El grito visceral del primitivo que no quiere que su hembra sea compartida. Es mi perra, pero ni mi lengua, la fiel que tantas veces hizo llegar al éxtasis a la puta más fría, me ayuda, está dormitada. Mis pupilas dilatadas me muestran el agasajo de los comensales. Las langostas que se están comiendo a la más querida de mis putas.

El deseo aparece y sin embargo, sospecho que X no disfruta del todo. Ahora pide paciencia. Y uno, dos, tres cuerpos la atacan, como en el rito de la mantis. Es perfecto. Las lágrimas caen por ese rostro juvenil, lozano, hermoso. Para ser una buena puta tienes que ser así.
Ya es tarde. Empieza la destrucción para X. Está dentro de ese ángulo de pasión, irreconocible. Las tres langostas gigantes la tienen en su dominio. La consumen y mi puta se deja vencer. Agitada.

Observo la violenta cena que ellos ejecutan, ingresando por todos sus laberintos, derramando saliva, mordiscos, y golpes a esas carnes que yo había venerado hasta hace poco.

X pide ayuda, me extiende la mano, pero inmediatamente una de las langostas la golpea en la boca, que ahora está llena de sangre. Gritos ahogados de un ser destrozado. Sus piernas se separan una y otra vez, volando en los aires. Las tres langostas la rodean, la golpean y ríen en este maldito festín.

Seres extraños que emanan un semen maldito, infértil, sucio.

Langostas que vuelan hasta el universo de colores de donde llegaron.

Cuando desperté, X estaba sin ropa, sin su clásico cigarrillo, sin el reloj que le regalé en nuestro último aniversario. Las langostas le llevaron todo. Era ahora un cuerpo frío, con las pupilas dilatadas. Su mirada guardó su última expresión. El horror de ser transgredido, violado, asesinado.

Cojo mi casaca negra. Bajo a duras penas las escaleras. Abro la puerta y salgo a la calle. El sol revienta sobre mi cara y me hace caer. Estás bien amigo, sí, sí, gracias. Tomo un taxi. Alguien me llama al celular.

Hola hijo, ¿has visto a X? No sé nada desde ayer y estoy preocupada.

No, no sé nada. Avísame por favor, me va a volver loca.

Yo lo sé. Yo lo sé. Sé que pronto lo hará.

A X. In memorium.

Texto agregado el 06-07-2011, y leído por 259 visitantes. (0 votos)


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