Me la podría jalar otra vez, hasta que me duela, pero ya ni chiste tiene, ya no hay placer, el momento mágico de descargarse en un clínex es ahora ni apenas un estornudito de libertad.
Volvieron a llamar del taller, que a ver a qué hora me presento, que si tengo bien la dirección. Están pendejos.
La cosa es que nada me sale claro. Hay un montón de soluciones que funcionan en mi cabeza pero ninguna arranca. El problema es decirle a mi padre, hablarle a Manuel, llamarle a Fernanda, confesarlo todo a todos.
Pinche calor de mierda. Pero claro, yo quería la habitación de la azotea, para ser como el típico muchacho desadaptado que sale en la tele, nomás que no estamos en New York, qué pena.
Yo, el que renunció, por así decirlo, a su trabajo hace dos semanas. Ése que un día, de buenas a primeras, ya no se presentó en el restaurante y dejó botados a todos. Ni me imagino qué pensaron, de seguro Fernanda creyó que era otro de mis “ataquitos” de personalidad, esos que ella confunde con epilepsia aunque le haya mostrado más de tresmil papeles del psiquiatra en donde le explica todo a la gorda pendeja.
Veintiuno, joven, es que necesita veintiun años. ¿Ah, chinga, y desde cuándo la mayoría de edad gringa aplica también acá en Iztapalapa?.
Pero ellos tienen la culpa, por usureros y pendejos, por andarle prestando dinero a cada morrito del Mcdonald’s, a cada chalán de microbusero que embaraza a su novia. Y por eso ahora ya se ponen perros, por eso me negaron el crédito en esa mugre cajita de ahorro -que sospecho tiene algo que ver con los de Pare de sufrir.-Pero la neta mejor así, de todos modos yo no les iba a devolver ni veinte varos de los treinta mil que les pedí.
Las servilletas de al lado de la cama están llenas de mecos, ya lo sabía, pero me acordé hasta que los tuve embarrados en la nariz, pero es que ya no podía respirar y por eso me soné la nariz hasta ver las manchitas de sangre. Porque el aire acá arriba se pone bien pesado, me imagino así, que viene de todas las fábricas de alrededor, de los talleres de acá enfrente, y que se junta toda aquí en mis cuatro por cuatro de habitación.
Ya estuvo que no pude sacarle dinero a los de “Ayuda Familiar“, ja, que pinche nombrecito. Y pues ni tengo idea de cómo voy a pagarle a mi jefe. Lo más obvio es ir al restaurante y pedirles mi liquidación, total, ya falté dos semanas. Pero no quiero que me pregunten nada, además, ¿qué les voy a decir?. Ni modo que les diga la verdad, que estuve cogiendo, metiéndome poppers y fumando mota en casa de Manuel estas dos semanas, que por eso no fui, por pinche huevón, y que hasta que me deshinchó los huevos Manolo ya me dieron ganas de regresar. No, a lo mejor no estoy tan jodido como para llegar así.
El día del choque yo iba manejando…
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